domingo, 17 de marzo de 2024

En el Camino de Santiago: mi encuentro con Marichu I

 




El Chorrillo, 17 de marzo de 2024

Esto del Feisbuk tiene su gracia cuando nos recuerda lo mucho que le debemos agradecer a ese tiempo pasado en que siendo lo que fuimos se asentó parte de lo que somos hoy. En esta ocasión el recuerdo venía de años atrás en que me empeñé en recorrer invierno tras invierno casi todos los Caminos de Santiago. Algo de ello les contaban a Fafi y a Loli ayer cuando en una reunión de amigos les hablaba de las muchas bondades que proporciona hacer de peregrino por estos senderos de nuestra hermosa tierra. En los inviernos en que yo los recorrí mi hábito de comenzar mi caminata a las seis de la mañana, el cielo cuajado de estrellas, a veces la lluvia, siempre la oscuridad impenetrable que me envolvía. Y luego la soledad de los albergues y las largas horas de lectura acogido a la hospitalidad de quien me quisiera proporcionar cama y techo, el encuentro ocasional con otros peregrinos de cualquier parte del mundo, tantas experiencias agradables…

Entre estas últimas cierto día que me cupo encontrarme con Marichu haciendo el Camino Norte. De esto trata el post que sigue y que rescato hoy del olvido, tanto para mi satisfacción como para la de mi amiga Marichu. Fue el caso que habiendo quedado con un viejo amigo en las cercanías del albergue donde pernoctaba en las cercanías de Villaviciosa, éste se presentó con una amiga que tenía ganas de conocer al caminante. Sucedió que en aquella ocasión el caminante andaba un poco aturdido debido al flujo susurrante de lo femenino en sus venas y bastó que le presentaran a Marichu para que su cuerpo anhelante de mujer se le revolucionara. Buscamos entonces un lugar para charlar, la sidrería más próxima; Marichu se sentó frente a mí y mientras mi viejo amigo Fabián disparaba su artillería político económica de cariz revolucionaria, yo empezaba a buscar los ojos de Marichu y trataba de indagar los derroteros por los que podían ir sus pensamientos. Y ella, como si me estuviera oyendo, fue empujando la conversación poco a poco hacia ese inevitable de los encuentros y los éxtasis. El caminante, que siempre se sintió tan poquita cosa; el caminante, que es bajito, bastante sordo y que tiene un ojo que va a su aire y como sin saber cuál debe ser la dirección de su mirada; el caminante, digo, se siente un tanto admirado de que haya otros que le presten atención y se interesen por él y sus asuntos. Total, el caminante empieza a sentirse un poco mareado por la presencia de Marichu, de sus ojos azules, de su carita de pan, del perfume que su mirada va deglutiendo cuando sus ojos se encuentra con el generoso escote de ella. Ah, Dios, estas mujeres, piensa el caminante mientras al mismo tiempo se ve obligado a dar la réplica a su amigo que ahora anda liado a palos con la oligarquía de turno.

El caminante es estrábico y sordo, pero se ve que el aire de los caminos ha despabilado su olfato para intentar sacar partido con alguna de sus otras pequeñas dotes. Y así recurre a la palabra que es el abracalabra de los tímidos; la escritura y la palabra se convierten, entre una y otra sidrita, en palanca, en máquina perforadora con que ahondar en el misterio del amor, donde también Marichu busca encontrar respuestas a algunos interrogantes. Intentos vanos, se dice el caminante, que habla en estos momentos de alguna experiencia personal en el campo del amor; que introduce un tanto de melodrama en la cosa mencionando sus lágrimas cuando quebró aquel amor de hacía una década. El caminante está un tanto mareado por la presencia de Marichu; toma sidra en exceso, está contento y en aquel instante el Camino de Santiago está lejísimo; no le importaría relegar la ruta y los madrugones a un segundo plano si consiguiera dormir entre los brazos de Marichu. Así estaban las cosas cuando los camareros de la sidrería nos dijeron amablemente que iban a cerrar. Salimos a la calle, subimos al coche, el tiempo apremiaba; tuve que reunir fuerza para no echar todo a perder, para que la última oportunidad no se perdiera impunemente. El tímido peregrino entonces se armó de valor, tomó el brazo de Marichu que iba en el asiento delantero y le espetó sin más: ¿duermes conmigo en el albergue? Ella no se sorprendió; otro día, dijo. Pero cuando el amigo Fabián paró el coche, ella salió y dejó que el caminante la abrazara y paseara su lengua por la humedad de su boca, por sus labios; recorrió las anfractuosidades de aquella cavernita cálida y acogedora con un infinito placer; y ella buscaba la lengua de él, llenaban de humedad sus labios, suave, como el leve roce de las alas de una paloma. Aquello apenas duró un par de minutos, los enanitos de su cuerpo estaban revolucionados, transmitían órdenes contradictorias, engrosaban las venas, la cavidades todas. Puro embrujo. Pero había en el ambiente una improrrogable urgencia. Marichu volvió a decir que otra vez. El caminante, que es un chapucero de mucho cuidado, sabe sin embargo ser discreto y respetuoso, le asusta por demás ser un pesado y al fin aceptó la decisión de ella. Se despidió calurosamente por encima de la puerta del coche. Se vio en medio de la noche alzando la mano y despidiéndose un tanto abochornado, meditabundo, preguntándose si había cometido alguna tontería, hecho algo improcedente. Él solito de nuevo, en la oscuridad, lloviendo, desamparado. ¡Pobrecito!

Era la una de la madrugada y su cuerpo y su mente estaban tan revolucionados que preveyó que le iba a costar trabajo dormirse. El caminante antes de meterse en la cama mandó unas líneas a Marichu. Había recordado que en una ocasión Fabián había utilizado el correo de ella para mandarle unas fotos; tuvo que buscar la dirección en el batiburrillo de la correspondencia atrasada. Ella contestaría a la mañana siguiente.

El caminante durmió mucho mejor de lo esperado. Llovió toda la noche, el agua hacía un ruido bronco sobre el tejado de madera del bungalow destinado a los peregrinos. Cuando empezó a amanecer no pudo permanecer más en la cama y decidió echarse al monte bajo la lluvia sin más demora. Una jornada más de esa larga peregrinación que había comenzado en Sevilla dos meses atrás.

Fabián, cuando la noche anterior el caminante le hablara de lo mucho que arrastraba todavía el recuerdo de su antigua novia, había contado una historia que aquel ya conocía. Un gurú de caminaba con sus discípulos durante días por un sendero y en un momento determinado llegan a las orillas de un río. Allí había una mujer que deseaba cruzar a la otra orilla sin ser capaz por sí misma de hacerlo. Entonces el gurú tomó a la mujer en brazos y cruzó el río con ella; la dejó en la otra orilla. Después reemprendieron el camino, pero uno de los discípulos no quedó tranquilo, quizás le pareciera indecoroso lo que había hecho su maestro, así que después de dos o tres días de darle vueltas al asunto se lo dijo al maestro. La contestación de éste fue simple, yo la crucé el río y la dejé en la otra orilla, mientras que tú llevas varios días cargando con ella de continuo... Algo así me sucedía a mí esa mañana con Marichu.

Por lo demás, y pese a la lluvia, el trayecto se fue haciendo cada vez más extraordinario; primero el camino escaló una pendiente y cuando ésta hubo finalizado se hundió en un trocha que más que camino parecía un río y que bajaba abruptamente hacia un amplio valle sembrado de prados donde las casas parecían las chozas de los siete enanitos. Al otro lado del valle se alzaban montañas llenas de nieve; por allí debía de discurrir el camino hacia Villaviciosa. En lo alto del collado sale discretamente el sol, los eucaliptos, inhiestos y como con la cara recién lavada lucen como el primer plano de un cuadro donde el blanco de la nieve y la textura de sus bellos troncos de tonalidades ocres y sepia son el tema central del lienzo. El camino vuelve a bajar atormentado y lleno de agua y poco a poco la nieve desaparece. Se vuelve a cubrir, llueve intensamente. Llego a Villaviciosa, no hay albergue en este pueblo. Encuentro habitación en el Hostal Sol, un lugar barato y acogedor. Una vez dejadas mis cosas en un rincón, lo primero que hago es chequear mi correo en el portátil. Marichu había decidido venir a buscarme al día siguiente a Villaviciosa…

Mañana continúa…



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