El Chorrillo, 24 de marzo de 2024
Iniciando mi rato de lectura de esta tarde después de arar
un pedazo de tierra, limpiar hierbas y plantar algunas flores, al abrir el
libro se me ha ocurrido que bien podía compatibilizar la escritura con la
lectura, al fin y al cabo comprender es siempre un trabajo de forcejeo entre el
que lee, piensa y escribe. Habla Stevenson, en el punto en donde lo dejé anoche,
de Cristo, y dice que sea lo que sea lo que enseñamos, bueno o malo, no es la
doctrina de Cristo la que como cristianos hemos recibido desde la niñez. Lo que
él enseñó, escribe, no fue un código de normas, sino un espíritu prevalecedor;
no verdades, sino un sentido de la verdad; no puntos de vista u opiniones, sino
una visión. Cada hombre posee una brújula en su espíritu que señala en
determinada dirección. Es la actitud, el punto en la brújula, lo que constituye
la nave central y la médula de lo que ha de enseñarnos. De ahí es de donde
brota nuestro modo de ver la vida y nuestro comportamiento. Si eres Ayuso o su
novio, tu actitud, tu brújula frente a una calamidad que se cierna sobre el
mundo, será sacar tajada y hacerte de oro con las mascarillas para comprarte un
Maseratti o un casoplón; si eres una persona cuerda y medianamente honesta tu
actitud será muy otra, acaso intentes ayudar de algún modo a paliar los
estragos de la pandemia en tus vecinos. Si eres un miserable, el espíritu
prevalecedor obviamente te llevará a aprovechar las circunstancias para
lucrarte.
Debe de haber en nosotros alguna concepción central que
explique y justifique hasta los más someros detalles de nuestra conducta. Hasta
que las personas no encontremos esa concepción central seremos un enigma,
nuestro comportamiento podrá ser errático; sin embargo una vez hallada, comenta
Stevenson, todo encaja en un plan y nuestra conducta se hace coherente.
En este punto Stevenson echa mano del Evangelio y sugiere comparar las palabras de Cristo con nuestras
doctrinas actuales: “No podéis”, dice Cristo, “servir a Dios y al Dinero”. No
podemos, y sin embargo ¿qué nos enseña todo nuestro sistema que no sea hacer
Dinero? Uno se pregunta cómo ha sido posible que tan abrumadora incongruencia
haya recorrido nuestra cultura cristiana durante dos mil años sin sufrir
cuestionamientos notables. ¿Cómo es posible, un ejemplo, la fastuosidad del
Vaticano y de
¿Cuál es el sentido de la verdad en nuestra sociedad, en la
política, en las relaciones comerciales? No parece que sea conveniente hacer
girar la totalidad de los actos sociales e individuales alrededor de unas pocas
verdades, lo que supondría un reduccionismo poco congruente con la complejidad
del mundo, sin embargo restituir al comportamiento humano unos principios, una
actitud básica que actúen como brújula y referentes sí parece que sea congruente a la hora de pensar
en la educación que deberían recibir nuestros hijos. Cuando se acepta alegremente
la paternidad ¿qué harán los nuevos padres cuando la inesperada responsabilidad
llame a la puerta? ¿Qué dirán al hijo sobre la vida y la conducta, temas sobre
los cuales ellos mismos tienen tan pocas y confusas opiniones?
Comenta Stevenson que por experiencia y en novecientos
noventa y nueve casos entre mil, “imbuirá a su boquiabierto renacuajo de tres
malas cosas: el terror a la opinión pública, y manando de él como de una
fuente, el deseo de riqueza y aplauso. No le enseñará mucho más de valor real
alguno. A mí me da de tanto en tanto por echar un vistazo a la vida de algunos
personajes públicos y su descendencia y encuentro a montones ejemplos que
confirman esta terrible enfermedad que consiste no sólo en la desmesura del
deseo de riqueza, prestigio o poder, opciones que ya de entrada merecen el
calificativo de estúpidas con sólo que reflexionemos un poco sobre la condición
humana y aquello que puede hacernos felices de verdad, sino que llevan a los
individuos a enfangarse en las miserias más inconcebibles.
Quizás sí estemos necesitados de maestros que sepan
infundirnos desde niños actitudes que vayan forjando nuestro carácter y nuestra
relación con la realidad, una brújula que no tiene por qué imitar actos ni
acciones, sino ayudarnos a mantener una claridad de espíritu frente a la
realidad y los hechos de la vida. Stevenson cita a Cristo, pero existe un buen
puñado de textos que debidamente contextualizados pueden ser esenciales para
cultivar esa concepción central y un sentido de la verdad que necesita el
hombre para vivir en paz consigo mismo y con los demás. El Bhagavad-Gita hindú, el Tao
Te Ching de Lao-tse, los textos de Zhuang Zi, son algunos de ellos. Por más
que me sienta ateo convencido, a mí me pareció siempre una excelente idea tener
cualquiera de estos libros a mano, incluido el Evangelio; una ojeada por
aquí o por allá, incluso una corta lectura sistemática durante algún tiempo,
ayuda a mantener con cierta firmeza la brújula en su sitio.
Es tan difícil en el mundo en que vivimos no perder el norte
frente a tantas borrascas, tanta estupidez, tanta mala gente, tanto miserable,
que no viene mal usar en nuestro caminar diario de los bastones de esa
sabiduría milenaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario