martes, 26 de marzo de 2024

El abismo del olvido

 



El Chorrillo, 26 de marzo de 2024

Leo-miro-contemplo los dibujos de El abismo del olvido, de Paco Roca. La historia de la exhumación de los cuerpos de los fusilados por la iniquidad del franquismo tras la guerra civil. De tanto en tanto levanto la vista de la novela gráfica, se me escapa un suspiro. Pienso en los infames que provocaron nuestra guerra, pienso en los infames de hoy, hijos de aquellos. Fuera el viento agita las ramas de los árboles. Dentro de un rato nos vamos a Madrid, hoy es día de ver la exposición de las pinturas de Chagall y de asistir al teatro. Un día más en la vida cotidiana. Los hechos, la historia, la infamia, las exposiciones, el teatro, la vida cotidiana pasan sobre mí, sobre mi interior entrelazados como varas de avellano componiendo la estructura de un cesto, la vida.

Ahora en el Cercanías, pero con similar disposición; la lectura del libro de Paco Roca ha actuado de catalizador sobre mi ánimo y eso que vemos a diario en los medios, en la acción política del país, tantas miserias del PP y correligionarios, revienta en mis oídos como una prolongación de las miserias que se inauguraron en julio del treinta y seis. Una derecha infame que se repite décadas tras décadas bajo la bandera criminal del franquismo, que década tras década deja la impronta de sus desmanes y sus mentiras sobre una sociedad incapaz de sobreponerse al influjo de sus engaños y espurios intereses.

La escritura se ha inventado para dialogar con los ausentes, cuando leemos un libro resucitamos a la gente que vivió hace muchos años, dice una de las viñetas de Paco Roca. Y resucitar el pasado es lo que hace el autor con una fuerza tal de obligarte a cerrar los ojos para aspirar con profundidad esa ignominia, no ya de la guerra civil con todo lo que fue, sino el tiempo de los asesinatos de la posguerra, que algunas estimaciones sugieren podrían cifrarse en cientos de miles. Y más, el trato que se dio a los muertos, fosas comunes e impedimentos sin cuento posteriormente, incluso en tiempo de la democracia, para dar un entierro digno a los mismos.

Leer a Paco Roca y a Rodrigo Terrasa, contemplar las viñetas página tras página, trae al que lo lee la sensación de vivir en un país sin solución donde la ignorancia, pasto de una derecha incivilizada que, incapaz de reconciliarse con un pasado de errores, echa leña al fuego, miente y niega la realidad de sus crímenes escondiendo sus vergüenzas con obstáculos a la investigación. Si el conocimiento de la historia es una linterna con la que hemos de alumbrar el futuro, y este conocimiento es tan pobre como para que a la gente joven nuestra guerra les parezca cosa del Medioevo, si apenas se lee, o peor, si se rehuye pensar sobre el desarrollo de nuestra historia inmediata, ¿cómo será posible no volver a caer en los mismos errores?

Ante esta polarización que vivimos en España, Julio Anguita en una entrevista mantenía que no había otra solución, “o ellos o nosotros”. No era una visión esperanzadora de futuro. Ayer mi amiga Marga, que nació en Uruguay, orgullosa del derrotero político de su país de origen, me mandaba un artículo que mostraba la ejemplaridad de los políticos de Uruguay. En él se trataba sobre un encuentro de  los tres expresidentes de Uruguay “Pepe” Mujica, Luis Alberto Lacalle Herrera y Julio María Sanguinetti y el actual presidente Luis Lacalle Pou. Los cuatro se abrazaban ante las cámaras de televisión proclamando su repudio conjunto a los insultos, las mentiras y la difamación en la política. Encuentro amigable, constructivo, respetuoso con los otros, con objetivos algo diferentes cada cual dentro del abanico de su concepciones de la política, pero eso, respetuosos y constructivos. Nada que ver con esa peste de políticos que recorre el mundo, y en especial nuestro país, políticos de derechas muy especialmente. Uruguay pasó en 1985, tras una larga y tenebrosa dictadura militar, a ser una democracia ejemplar que ha reconstruido el país facilitando la convivencia y alimentando el convencimiento de que la política debe servir para mejorar las condiciones de los ciudadanos. En Uruguay han logrado sobreponerse a este estado de terrible ramplonería y miseria que en España es ya una enfermedad enquistada en tantas instituciones del Estado. Hablar de los políticos como uno de los peores males que sufre el país, y me refiero esencialmente a la derecha, está en la mente de la generalidad de ciudadanos. El aspecto lamentable que ofrece la derecha del Parlamento, las comidillas, las mentiras, el obvio uso que se hace del poder para lucrarse unos cuantos, la utilización del poder judicial para hacer de la justicia un instrumento a la medida de intereses particulares, esa terrible corrupción que mana por las rendijas en cuanto el aparato inmunológico se debilita, hace de nuestra nación un país enfermo cuyas instituciones día a día pierden credibilidad forzando una visión general de los políticos indigna de un país moderno.

Los expresidentes uruguayos José Mujica, Luis Lacalle Herrera, Julio María Sanguinetti y el actual mandatario, Luis Lacalle Pou

El tedio y esa sensación de que no hay solución posible y de que además los promotores de este estado de cosas reciben en las encuestas los favores de los votantes, tiene una repercusión, amén de la indignación consiguiente y falta de esperanza, que podría resumirse en aburrimiento letal. Leía hace un rato un relato de Chesterton en que el padre Brown sale escapado de una entrevista con una dama ante la amenaza de ésta de endilgarle un sermón sobre la decadencia de la moral y las costumbres. Cuando días atrás en una comida de amigos oía en un apartado hablar a dos de ellos echando pestes sobre estas cosas y prometiéndose no volver a votar en sus vidas (espero que cambien de opinión para las próximas elecciones), algo que cala con frecuencia en las mentes preparadas ante las circunstancias que vivimos, me entra tal sensación de aburrimiento de impedirme intervenir en eso que yo considero un error táctico imperdonable. Hablar de la decadencia de la moral, de los males del mundo, de sus miseria, de los malvados y los locos de atar, siempre el mismo asunto en la punta de la lengua, termina por limitar nuestro pensamiento, nuestra capacidad de análisis queda bloqueada por las majadería y la instrumentalización, y cuando salgo de una conversación así, con todo lo necesario que sea a veces, la sensación que me deja es de un insufrible hastío. Nos aburrimos con razón, aburridos, cuando un día tras otro, una conversación tras otra, volvemos reiteradamente al mismo asunto. Ganas dan como al padre Brown de poner los pies en polvorosa cada vez que salen a colación los males del mundo y de la política. Uno desearía en ese caso marcharse a la Luna con algunos personajes de Brad Bradbury.

Allá por Recoletos logré evadirme de ese tedio, de la indignación que me producía nuestra historia pasada y presente. Dejamos el autobús en la parada de la Biblioteca Nacional y cruzamos hasta la Fundación Mapfre, donde se exponían los cuadros de Chagall. Foro agotado, decía un cartel en la puerta. Nos fuimos directamente al teatro, El Padre, con José María Pou, la encrucijada de la edad, la pérdida de la memoria, escenas que podrían hacer reír por absurdas al teatro entero pero que en el callejón oscuro del Alzheimer dejaban el ánimo lleno de pesar y de tristeza. El siempre tan brillante señor Pou mereció aplausos hasta dejar doloridas las manos.

La jornada terminó con un  chocolate con churros frente al Ministerio de Agricultura.

En mi ánimo quedan vibrando algunas ideas del trabajo de Paco Roca:

“Si me recuerdas seguiré existiendo”.

“El olvido es el abismo que separa la vida de la muerte”.

 “Nuestra democracia se cimentó sobre el olvido”.


 

 

 

 


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