El Chorrillo, 22 de febrero de 2024
Quedé transpuesto tras la comida. Me
despierto muy levemente y trato de retener un estado de conciencia que se
columpia entre la somnolencia y la lucidez, pero me puede la primera. Así un
largo rato. Mientras tanto veo moverse como en un segundo plano las ramas en
flor del ciruelo de enfrente. Sus ramas se mezclan con las del ciprés, se
balancean con cierta violencia. Por la jamba izquierda de una de las ventanas
asoma una vara de flores blancas de otro ciruelo. Detrás el tronco deslavazado
del álamo blanco, rígido, estira sus ramas desnudas sobre la grisalla del
cielo. Día de viento. Me adormilo de nuevo, pero no tanto como para desaparecer
en el sueño, entorno todavía los ojos y ahora miro a través de la ventana del
sur. Los olmos y las acacias en su pura desnudez mecen sus ramas altas. El
sueño y la vigilia mantienen el pulso durante largo rato.
Leí en una ocasión en un libro de
tantrismo cómo algunos adeptos forzaban un estado de supraconciencia reteniendo
la respiración hasta limites insospechados. Llegados a ese punto parece que el
organismo tiene un comportamiento in extremis en el cual es posible
tener percepciones ultrasensoriales y sensaciones paranormales. En esto pensaba
cuando trataba de resistir caer en el sueño, un trabajo que, desde la voluntad
anulada por el sueño, me resultaba enorme. Quizás esta situación se prolongó
por media, una hora. Pero en cualquier caso en el trasfondo de ese pulso sí es
cierto que subyacía la expectativa, acaso, de alumbrar a través de la fina
sensibilidad que estaba presente en mis sentidos, “algo”. No sé, algo
relacionado con la manera de percibir la realidad, algo relacionado con el modo
de ver la muerte, un tema muy presente últimamente en mi conciencia, con la
esperanza de comprender la realidad que somos.
Hace muchos años el hábito del yoga,
todas las mañanas frente al sol naciente allí donde me encontrara, de viaje, en
casa, en la montaña, producía en mí algo de ese efecto difícil de atrapar con el
pensamiento, y más difícil todavía de expresar con palabras, algún tipo de
verdad. Intentando desalojar a la mente de contenidos mientras el primer sol de
la mañana se elevaba sobre el horizonte, con las piernas cruzadas en posición
de loto, los brazos estirados, las manos abiertas hacia arriba sobre las
rodillas, con frecuencia al calor y la luminosidad del sol sobre mis párpados,
llegaba también una paz interior en la que no estaba ausente una extraordinaria
conciencia del ser y del Todo.
Cuando uno desciende a un estado
así, o se debate, como esta tarde, dentro de la ambigüedad de un estado de
conciencia en el umbral del sueño, parece que pudieran suceder cosas
extraordinarias. Entramos en un reino en el que no somos apenas otra cosa que
espectadores. No suelo recordar los sueños, sin embargo sí retuve los destellos
de uno que tuve días atrás. Desde la ventana de mi cabaña puede verse en
dirección suroeste un declive de lomas. En el sueño de repente se pone en
funcionamiento la visión que el sueño proyecta en mi conciencia; sobre el campo
vacío, a lo lejos, veo inesperadamente aparecer un tanque enorme que,
atravesando los campos de cultivo, se dirige directamente a toda marcha a mi
casa. Salgo de la cabaña para cerciorarme y, horror, no tengo escape. No me
dará tiempo para subir a la furgoneta y huir. Quizás pase inadvertido, puedo
esconderme, pero en ese caso si vienen a por mí me encontrarán igualmente. Pero
no, no hay escapatoria, estoy solo y vienen a por mí. El tanque no parece tener
otro objetivo que mi casa. En ese momento tengo en la conciencia el recuerdo de
la ratonera que fue Sarajevo, cualquier ciudad del mundo asediada por el terror
de la guerra. No tener salida, la irracionalidad se ha apoderado del mundo y ha
llegado el momento de la angustia extrema. En la duda de huir o esconderme el
sueño se desvanece. O no lo recuerdo.
Sé que el sueño es producto de mis
lecturas de hace semanas sobre el conflicto de Bosnia y Kosovo. Eso también
puede estar en el trasfondo de la conciencia. Como puede estarlo para Julian
Assange la pena de muerte que podría esperarle en EEUU. La conciencia no se
rige por el hilo conductor de la razón, flashea por los rincones de nuestro ser
dictándonos advertencias, verdades sobre la existencia, poniéndonos en comunicación
con la desnuda realidad de lo que somos y es el mundo, sugiriéndonos unos
versos, una música inefable; pero llega en estado críptico, poco o nada
accesible a los canales usuales que utiliza la razón.
Qué pobre es la prosa para expresar
intuiciones, estados de ánimo, las imprecisas sensaciones que atraviesan
fugazmente la conciencia. Y sin embargo ¿no es en esa ambigüedad donde se
manifiestan acaso las vivencias más íntimas del yo? Se muere Julio Armesto, un
familiar, visionas en tu conciencia la posible suerte de Julian Assange, los
horrores de la franja de Gaza, y más allá de nombrar el horror y la injusticia,
lo que sientes ¿cómo nombrarlo, cómo ordenarlo en la lógica de los
pensamientos?, lo que no tiene forma precisa pero que percibes, entrevés que es
parte de tu sustancia interna, que te llega de la realidad externa con una
sugeridora fuerza de autenticidad.
Al fin hice un esfuerzo suficiente y
me incorporé. No podía aguantar más esa lucha entre la somnolencia y el estado
de vigilia. Salí fuera a mojarme la cara en la fuente cercana. Victoria venía
en ese momento de la otra parte de la casa con la bandeja de la merienda.
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