martes, 20 de febrero de 2024

El erotismo de la expectativa

 


El Chorrillo, 21 de febrero de 2024

Esta tarde un amigo me ofrece unos pies de gato que tiene de más. Aunque vive lejos se ha olido por donde andan mis pensamientos después de oírme merodear por aquí y por allá en torno a la fruta prohibida del Paraíso. Fruta prohibida por la edad, por el enmohecimiento de los hábitos, por la rigidez de los músculos y los huesos que los años nos van regalando. Volver a los diecisiete después de vivir un siglo… ¿Será una locura querer volver a los diecisiete? Escucho a Violeta Parra, miro el fuego de la chimenea, recuerdo a unos pocos amigos días atrás que parecían vivir en los diecisiete mientras yo los oía desde los largos setenta. El más joven de los diecisiete tenía ochenta y cinco, así que por ahí ando yo pensándomelo, con ganas de volver también a los diecisiete porque las cosas se van enredando enredando, como en el muro en la yedra y va brotando y brotando… Los pies de gato en cuestión eran tres números más grandes que mi talla, así que descartado, tanto o más como los que me prestó Toti en una ocasión que eran tres números menos y me dejaron las uñas turulatas después de tres o cuatro largos. El caso es que tener tan cerca a estos amigos del lío, de las piedras, de los rocódromos, incluso de las lejanas montañas del Nepal, tiene la culpa de que a mí se me solivianten las neuronas y empiece a oír cantos de sirena por todas partes. Le decía a Jose que lo que me sucede tiene cierto sabor a erotismo imposible. Y sigue cantando Violeta Parra… De par en par la ventana se abrió como por encanto. Y yo miro a través de la ventana y pienso que nunca hasta hace unos días se me hubiera ocurrido  pensar volver a escalar o ir a un rocódromo, ni que ello pudiera tener algo que ver con el erotismo.

Leo por ahí que el erotismo se caracteriza por explorar y expresar la pasión, el deseo y la atracción física entre personas de manera sugerente, sensual y a menudo romántica. El erotismo busca estimular los sentidos y la imaginación. La montaña, escalar piedras, abrir las piernas y contemplar el vacío allá abajo mientras las chovas revolotean en las alturas, o si se quiere el sucedáneo de trepar en un rocódromo, para mí que tiene mucho que ver con el erotismo. Más en mi caso cuando entreveo, imagino, qué habrá más allá del dobladillo de la falda que sería aparecer un día por un rocódromo, o acaso atender a la invitación de algún amigo que me invita a calzarme esos dichosos pies de gato a pie de alguna vía. 

Esta gentecilla con motón de tacos a la espalda que no para y que sueña incluso con algún ochomil me trae frito, de verdad. No es que quiera hacer lo que hacen ellos exactamente, o acaso algo, sí, es que el perfume, como aquel que pueda desprenderse de un atractivo escote, de volver a los diecisiete, sólo un poco, a las andadas, es enormemente atractivo, te lo hace enormemente atractivo cuando te codeas con ciertos amigos que siguen poniéndose el mundo por montera.

Al asunto. El erotismo en un sentido algo más amplio del usual constituye una de las manifestaciones del ser humano más dignas de ser apreciadas; entrever, imaginar, llamar a las puertas de la fantasía, son siempre la promesa de la felicidad. Pedro Mateo el otro día en una de sus entradas decía hiperbólicamente, gracias, Pedro, por el piropo, que atravesar la puerta de El Chorrillo, te hace inmortal, y lo que me digo yo, cuando doy cuerda a mi fantasía y pienso en ir al rocódromo y acaso hacer alguna pequeña escalada, en que seguro que de inmortal nada, pero sí probablemente un poco más dichoso. No en vano lleva uno en el alma el estigma del tiempo pegado en el trasero, si bien los ochenta y cinco de Carlos sean siempre un antídoto contra ese tiempo. Así que pese a todo casi me atrevo a soñar, y sueño, sí, como en el mejor de mis sueños eróticos, con atravesar las puertas de la fantasía y, como adolescente ensoñando con una compañera del instituto, me dejo llevar, me dejo llevar.

 


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