jueves, 8 de junio de 2023

Entre peñalaros

 



El Chorrillo, 8 de junio de 2023

Entre médicos y las dolencias varias es difícil quedar con Santiago, así que hace unos días se decidió. El jueves que viene la jefa y yo estamos organizando una comida con amigos. ¿Os apetece apuntaros? Eso decía su guasap. Y cómo no, así que después de una buena pateada -hemos decidido prescindir de medios de transporte en nuestras salidas madrileñas- por Vallecas andábamos a eso de las doce y media. La sorpresa fue que en el restaurante nos encontramos con una buena purrela de gente de los que ni siquiera a uno conocíamos a excepción de nuestros anfitriones, Santiago y Margarita. Buena manera de hacer encaje de bolillos durante tres o cuatro horas entre “desconocidos”, pensé en un primer momento. Pero, nada, que no cunda el pánico, que estando el patio lleno de septuagenarios donde no faltaba alguno que había sobrepasado los ochenta, José Antonio presidía el techo de edad de los reunidos, y estando rodeados de veteranos de la montaña la cosa, saliera por donde saliera, llegaría a buen puerto si es que mi timidez no me jugaba una mala pasada J. Aunque bien mirado últimamente he adquirido cierta facilidad en esto de conversar, sea éste virrey de la Ínsula Barataria o vecino del tercer piso, que admirado estoy de que el tímido que llevo dentro no salga de algunas circunstancias pitando, que a veces cuando me encuentro con mucha gente me sucede como contaba García Márquez de Juan Rulfo, que un día asistiendo a un acto social numeroso, cuando este último fue requerido por la cabecera de la mesa para hablar y García Márquez se volvió hacia su amigo, éste había desaparecido. Admirado miró por aquí y por allí hasta que por fin dio con él bajo la mesa. La timidez del autor de Pedro Páramo, cuando oyó su nombre y el requerimiento de subir al estrado, no encontró otro modo de zafarse de allí que esconderse bajo los manteles. Yo no llego hasta tanto porque algo de experiencia he cogido en eso de domeñar la timidez, pero casi.

Caso fue, amigo Sancho, que los allí reunidos no sólo eran montañeros veteranos de toda la vida, peñalaros por más datos, sino que ya en el mismo momento de entrar podías sentirte como en tu casa. ¿Qué tendrá esta gente del monte?, me preguntaba mientras Carlos (Fernández) a mi izquierda daba cuenta de las actividades del grupo en invierno allá por las Dolomitas, largas travesías, pernoctas en refugios, la camaradería propia de un ambiente cordial en extremo; o mientras a mi derecha Santiago, su hermano, contaba cómo otro lejano invierno en la Chamonix-Zermat se le escapó un esquí y lo canutas que las pasó para recuperarlo y alcanzar al grupo antes de que los lobos de la noche le comieran el trasero. ¿Qué tendrá esta gente?, porque de hecho todos se parecen bastante; nos parecemos, quiero decir, y con más razón cuantos más años tenemos. Se lo comentaba a la salida a José Antonio, estoy… no voy a decir enamorado porque a este paso voy a parecer un tenorio, no; lo que estoy es agradecidísimo por encontrarme últimamente a la vuelta de cada esquina con esta gente, gente mayor, veteranos de las alturas, que son compañía amable y, como decía Ursu Uzala, eso, buena gente, tanto como para que su compañía me alegre la existencia cada vez que me encuentro con algunos. Y eso que no he hablado todavía de la vitalidad de Santiago, que con sus médicos, su único riñón y las serias amenazas del “bicho”, como él le llama, es una auténtica vorágine de vitalidad. Sordo pero con un ímpetu vital arrollador arrasaba desde la cabecera de la mesa, más de una veintena de amigos, su voz contundente, el ánimo por los aires, imponiendo la rotundidad de una idea, jugando con las bromas o dejando caer el chascarrillo de ocasión.

Los grupos muy numerosos tienen sus inconvenientes, es prácticamente imposible allí una conversación algo sosegada, las voces brotando por encima de los comensales como una densa nube hacen difícil que puedas seguir las palabras del amigo que tienes al lado; es como si tu oído tuviera que atravesar por medio de la batalla de Waterloo para llegar a las palabras que salen de la boca de tu interlocutor.

De lo que pasaba al otro lado del hervor de tantas conversaciones entrecruzadas, ni idea, pero se estaba bien allí al calor de la compañía. En nuestra mesa hablando de educación, tres profesores y medio había en ella, de tantos padres de última ola que…, de cierta excursión a peña Gorbea en donde el pasado otoño yo y mi tienda estuvimos a punto de volar con la ventolera, de las actividades, tantas, que se siguen en Peñalara. Después la entrega de regalos, libros y más libros, todos de Galdós, y Santiago, el homenajeado, pidiendo champán para todos. Copas en alto, parabienes, la sana alegría de quien ha comido un buen cocido, ha bebido un buen vino y ha compartido un excelente rato en compañía de amigos.

¡Salud!

 

 

 

 

 

 


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