Entre
médicos y las dolencias varias es difícil quedar con Santiago, así que hace
unos días se decidió. El jueves que viene la jefa y yo estamos organizando una
comida con amigos. ¿Os apetece apuntaros? Eso decía su guasap. Y cómo no, así
que después de una buena pateada -hemos decidido prescindir de medios de
transporte en nuestras salidas madrileñas- por Vallecas andábamos a eso de las
doce y media. La sorpresa fue que en el restaurante nos encontramos con una
buena purrela de gente de los que ni siquiera a uno conocíamos a excepción de
nuestros anfitriones, Santiago y Margarita. Buena manera de hacer encaje de bolillos
durante tres o cuatro horas entre “desconocidos”, pensé en un primer momento.
Pero, nada, que no cunda el pánico, que estando el patio lleno de
septuagenarios donde no faltaba alguno que había sobrepasado los ochenta, José
Antonio presidía el techo de edad de los reunidos, y estando rodeados de
veteranos de la montaña la cosa, saliera por donde saliera, llegaría a buen
puerto si es que mi timidez no me jugaba una mala pasada J. Aunque bien mirado últimamente he adquirido cierta
facilidad en esto de conversar, sea éste virrey de la Ínsula Barataria o vecino
del tercer piso, que admirado estoy de que el tímido que llevo dentro no salga
de algunas circunstancias pitando, que a veces cuando me encuentro con mucha
gente me sucede como contaba García Márquez de Juan Rulfo, que un día asistiendo
a un acto social numeroso, cuando este último fue requerido por la cabecera de
la mesa para hablar y García Márquez se volvió hacia su amigo, éste había
desaparecido. Admirado miró por aquí y por allí hasta que por fin dio con él
bajo la mesa. La timidez del autor de Pedro Páramo, cuando oyó su nombre
y el requerimiento de subir al estrado, no encontró otro modo de zafarse de
allí que esconderse bajo los manteles. Yo no llego hasta tanto porque algo de
experiencia he cogido en eso de domeñar la timidez, pero casi.
Caso
fue, amigo Sancho, que los allí reunidos no sólo eran montañeros veteranos de
toda la vida, peñalaros por más datos, sino que ya en el mismo momento de
entrar podías sentirte como en tu casa. ¿Qué tendrá esta gente del monte?, me
preguntaba mientras Carlos (Fernández) a mi izquierda daba cuenta de las
actividades del grupo en invierno allá por las Dolomitas, largas travesías,
pernoctas en refugios, la camaradería propia de un ambiente cordial en extremo;
o mientras a mi derecha Santiago, su hermano, contaba cómo otro lejano invierno
en
Los
grupos muy numerosos tienen sus inconvenientes, es prácticamente imposible allí
una conversación algo sosegada, las voces brotando por encima de los comensales
como una densa nube hacen difícil que puedas seguir las palabras del amigo que
tienes al lado; es como si tu oído tuviera que atravesar por medio de la
batalla de Waterloo para llegar a las palabras que salen de la boca de tu
interlocutor.
De lo
que pasaba al otro lado del hervor de tantas conversaciones entrecruzadas, ni
idea, pero se estaba bien allí al calor de la compañía. En nuestra mesa
hablando de educación, tres profesores y medio había en ella, de tantos padres
de última ola que…, de cierta excursión a peña Gorbea en donde el pasado otoño
yo y mi tienda estuvimos a punto de volar con la ventolera, de las actividades,
tantas, que se siguen en Peñalara. Después la entrega de regalos, libros y más
libros, todos de Galdós, y Santiago, el homenajeado, pidiendo champán para
todos. Copas en alto, parabienes, la sana alegría de quien ha comido un buen
cocido, ha bebido un buen vino y ha compartido un excelente rato en compañía de
amigos.
¡Salud!
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