lunes, 5 de junio de 2023

El dolor de los otros

 

Nuestros hijos y Victoria coronando el puerto de Ancares. Un millar de kilómetros por las pistas del país.

El Chorrillo, 5 de junio de 2023

Tumbado sobre la alfombra escucho los Nocturnos de Fauré. Mis pensamientos van de acá para allá. Cierro los ojos y me veo en un par de semanas caminando por las montañas y siento el alivio del aislamiento, la compañía de los prados y las flores, el sendero trepando por las laderas, mi yo fundido con la Naturaleza. Hoy saqué el billete de avión que me llevará una vez más a las encrucijadas de los bosques, vagabundear por las montañas acaso hasta el comienzo del otoño.

El piano de fondo, la noche, me acompañan. Unamuno contaba en una ocasión cómo el dolor de su esposa, en algún tiempo enferma, se le transmitía a él, cómo sentía el dolor de su mujer en su propio cuerpo como propio. Hoy estoy impresionado por un dolor que no es mío. Un amigo con alguna grave herida sufre. El dolor ajeno se hace propio, más cuando te toca de cerca.  Momentos en que no hay palabras, sólo la leve constatación de que el dolor del otro se hace presente en ti. Hablamos un instante por teléfono, no mucho; le dejé a solas con su dolor. Después miré por la ventana largo rato. Allí estaban los estorninos gritones que desde hace una semana no se mueven de las ramas de los moreros. Todos los años es así, no viven aquí, sólo vienen cuando las moras están maduras. Son cientos, no paran de chillar durante todo el día. Cuando las moras desaparecen de los árboles un nuevo silencio se instala en la parcela con la desaparición de los estorninos. Entonces volvemos a oír el claro canto de los mirlos y la oropéndola, a los gorriones; no ya al ruiseñor, que cumplido el ciclo de la procreación marcha a otras tierras. Aquí sólo viene a cortejar a su pareja y a anidar. Cuando las crías son capaces de volar buscan otros espacios.

La tarde cae lenta, amenazada de lluvias. Desde hace días he descubierto que el suelo es más cómodo que el sillón, facilita mis ejercicios de rodilla. Mi condropatía se matiza después de la infiltración de ácido hialurónico que me inyectaron días atrás; mejora además con los ejercicios a la que la someto tumbado sobre la alfombra. Hoy debería estar viendo una película de Sorrentino, È  stata la mano di Dio, que me ha sugerido una visita a las redes, pero no tengo ganas. El dolor del otro me ha dejado en el ánimo un poso de tristeza. Quizás de esa sensación ha nacido la decisión de comprar ya el billete del vuelo. Destino: Viena. Una vez Victoria y yo dormimos en las calles de Viena, en un pequeño jardín entre los arbustos. Luego por la mañana cogimos un tren para Estambul. Viena son cuatro o cinco viajes que apenas han dejado huella en mí. En una ocasión llevamos las bicicletas y nada más llegar nos fuimos a las orillas del Danubio y allí pedaleamos durante más de una semana a contracorriente del río. Victoria no sabía montar en bici y allí aprendió, un sendero asfaltado que acompaña al río durante cientos de kilómetros. Se dio algún pequeño porrazo, pero a la tarde ya se sostenía medianamente bien sobre la bici. Nuestros hijos nos tenían que esperar cada poco, pero fue un bello recorrido lejos del tráfico, sólo viandantes y ciclistas. Por la noche dormíamos junto al rumor del río. Al verano siguiente continuamos pedaleando, esta vez un viaje a través de España. La foto de portada muestra a toda la familia coronando el puerto de Ancares.

Lujo, calma y voluptuosidad. De nuevo Fauré. Ahora son las Cinco melodías venecianas las que suenan en los altavoces. Me dan lo mismo las montañas que recorra este verano, montañas nuevas salvo un pequeño tramo, mil ochocientos kilómetros de recorrido, la búsqueda de la soledad y los paisajes agrestes, las noches en los bosques o en las laderas de las montañas, leer, dibujar acaso, dejar vagar la mente, descubrir aquí una umbría, algunas flores, caminar entre la niebla, volver con seguridad a esa mezcla de inquietud y placer que dejan las tormentas bajo el techo de la tienda. Las pequeñas dudas de que las piernas no respondan, que el riñón me de la lata, esas cosas de la edad que inesperadamente pueden aparecer.

La una de la mañana, una hora en que no conviene que los pensamientos se agiten demasiado en la noche, no vaya a ser que alteren la hora del sueño.

 

 

 


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