domingo, 4 de junio de 2023

En la Feria del Libro

 


El Chorrillo, 4 de junio de 2023

Hoy, camino de la Feria del Libro, pienso que da gusto vivir en esta mota de polvo perdida en el universo en donde transcurren nuestras diminutas vidas. Gusto por el tan hermoso país donde vivimos, por las gracias de sus paisajes y montañas, por los árboles y sus pájaros, por esas nubes algodonosas que cruzan esta mañana el cielo. Da gustos, sólo que es una lástima que los humanos, tantos, seamos tan torpes y estúpidos. Esta mañana volvía a ver esa imagen que corre estos días por las redes de Francisco Rabal diciendo: “Señorito, habemos ganao”. Hoy no me resistí a incluir bajo esa imagen un comentario: “El submundo de las cavernas, los bárbaros, la ignorancia, el rebaño asola nuestra bella y sufrida España”. Todas las opiniones son validas, la verdad es un concepto escurridizo, dicen, pero la obviedad de que el mundo está lleno de aprovechados es irrebatible.



Ya, esas malditas generalizaciones que el idioma todavía no sabe matizar. En realidad el mundo está muy bien hecho; no hace falta más que mirar alrededor aquí en la Feria del Libro, mujeres guapas a mogollón, buen humor, desenfado, manos a la búsqueda de libros que leer en los próximos días, manos que se acarician, ese grupo de adolescente italianos que tenemos aquí al lado en la terraza con sus chascarrillos, sus bromas y sus ganas de vivir.

Por ahí andaban, en la caseta de Fórcola, Eduardo y Alberto Flechoso, últimamente este último la sombra de Eduardo con su cámara firmando cada instante de su personaje del momento. Trabaja Alberto en un documental que despierta mi curiosidad, siempre junto a Eduardo con la cámara a cuestas atento a cualquier circunstancia que recolectar en el recinto oscuro de su cámara. Veníamos con ganas de ver libros, pero imposible penetrar esa riada de gente que se movía en torno a todas las casetas. Así que nos vamos a conformar con adquirir el último libro del maestro, Atlas literario de la Tierra. Charlamos lo poco que nos dejó la muchedumbre que nos rodeaba, sacamos algunas fotos, nos despedimos.

Camino de casa hoy por por fin nos detenemos en el Museo Antropológico, Raices y futuro, de Natalia Castañeda, una exposición que sugiere una reflexión sobre el paisaje, los glaciares, las montañas y su transformación. ¿Cómo volver a llenar de sentido lo que vemos? Ese es el interrogante esencial de la exposición, la pretensión de arrancar de nosotros esa atención distraída con la que tantas veces miramos el mundo, volver a la edad de la inocencia para asomarnos al mundo y a sus paisajes como quien los observa por primera vez, tratar de abrirse paso en la rutina de nuestra mirada, los declives del terreno, sus barrancos, el retroceso alarmante de los glaciares, la observación minuciosa de lo que nos rodea, su historia, los olores que emana la tierra. No es fácil hacer llegar a nuestras vidas el palpitante latido de la Naturaleza. Y mira que hay para disfrutar y sorprenderse en esta mota de polvo que cruza indiferente el universo a velocidad inverosímil… Ver con ojos nuevos a esta multitud que pasea su domingo por el Retiro, con ojos nuevos el trajín de los patinistas, de los enamorados, pero sobre todo de los niños, esos tantos que pueblan los paseos o que aprenden a patinar tocados de sus cascos junto al Ángel Caído. Esos para los que estamos dejando un planeta en estado de colapso, ese de los señoritos y sus votantes de Francisco Rabal.

Las salas del museo no son un dechado de modernidad, pasillos oscuros, vitrinas, trastos por algún rincón, exigen del visitante un esfuerzo que acaso éste, yo, no está dispuestos a hacer. Hoy nuestra pereza, o quizás el haber vivido muchos años, necesita de un diseño atractivo que nos atrape y nos introduzca en ese mundo de la antropología, instrumentos, hábitos, formas de vivir de otras culturas a lo largo de la historia.

Hay una idea que me gusta que una vez cuando el amigo Paco empezó a dedicarse a la escultura expuso y que ayer me volví a encontrar en el libro de Michieli. Escribía el autor de La vocación de perderse sobre Miguel Ángel que afirmaba que la figura que hay que esculpir está prisionera en el bloque de mármol elegido con esmero; el artista tiene que comprender la piedra y quitarle todo lo superfluo hasta liberarla. La obra maestra no la crea el escultor; sólo lo saca a la luz. Paco decía que cuando el esculpía sólo quitaba lo superfluo, lo que hacía era desembarazar el bloque de mármol para encontrarse con la idea que estaba allí dentro, en el interior de la materia bruta.

Ferdinand Céline, en El viaje de la noche mantenía que en el fondo de toda persona hay siempre un buen hombre, una buena mujer. Quizás en esa idea está plasmado el único modo posible para mejorar esa mota de polvo en que viajamos. Necesitamos hombres y mujeres que sepan encontrar y sacar a flote ese tesoro que puede ser el alma de la humanidad; sacar de nosotros lo mejor. Necesitamos escultores que con su escoplo vayan descascarillando, quitando, toda esa mierda que cubre el mundo, la avaricia, la codicia, la pereza de pensar. Pedagogos que desde la infancia alumbren en los peques esos valores escondidos que menciona Céline.

Por la noche, un tanto despistado después de acabar ayer con el libro de Michieli, indago por mi próxima lectura y me entran unas repentinas ganas de volver a los clásicos y recurro a Aristófanes: Las Aves. Pistetero y Evélpides huyen a toda prisa de su patria. No es que aborrezca Atenas, su ciudad, es que no soportan ese cantar de los atenienses posados día tras día sobre los procesos y la jalea de la política. Se van en busca de un tranquilo rincón del mundo y, como no lo encuentran proponen a las aves crear una nueva ciudad donde vivir en paz. Como se ve los problemas del mundo actual no son nuevos. Hace 2500 años ya Aristófanes hacía salir escaldados a sus personajes de la ciudad camino de un mundo mejor.

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario