miércoles, 14 de junio de 2023

Contrastes: de la felicidad y la estupidez

 



El Chorrillo, 15 de junio de 2023

Estos días a falta de un tiempo medianamente bueno que me deje ir a vivaquear a alguna cumbre de Gredos, camino por los escarpados senderos de los Alpes Julianos que recorrí hace tres años. Leo, claro. De tanto en tanto me detengo y aquí subrayo un pensamiento de Ortega que recogí entonces y me gusta, en un refugio me encuentro con una enorme cerveza que bebí con placer después de muchas horas de marcha, allí con una escarpada pendiente que quita el hipo y que tras haberla dejada atrás siento una curiosa felicidad, o en los últimos párrafos tropiezo con algo que me hace sonreír.

Hoy fue un día monotema, un cruzar mensajes, comentarios, llamadas telefónicas de más de una distante parte del país; así son de ubicuas nuestras ideas y pensamientos corriendo a través de las redes de un lado para otro. El tema ya lo podéis suponer, el dichoso llamado PN del Guadarrama y sus gestores. Estaba saturado y después de la última media hora de teléfono con X caí sobre mi sillón dispuesto a olvidar todo yéndome  de viaje a los Alpes. Y aquí estoy. Mi momento de felicidad encerrado en un arduo descenso de alguna montaña eslovena: “El bosque sigue siendo abrupto, poco amable, la pendiente exige toda mi atención para que mis botas nos resbalen en la débil señal de un sendero totalmente cubierto por la hojarasca. En algún momento éste se sube a una cresta y cabalga por ella haciendo equilibrios entre dos mundos. Y, lo que venía sospechando desde hacía rato, de golpe se desploma por un abismo del que no se ve el final. Mi confianza absoluta en la línea roja que viene dibujada en la pantalla de mi teléfono a veces se quiebra un tanto viéndome caminar como a Dante por los espacios del cielo. Bajo despacio, midiendo mis pasos, tanteando el terreno y atento a prevenir cualquier resbalón que me haría desaparecer del mundo de los vivos. Los cortados se repiten por un buen rato hasta que el sendero llega a remansarse sobre un pequeño collado. La sensación de soledad es muy fuerte. Descubro que me siento feliz en este laberinto de cautelas y dudas; algo se expande dentro de mí con el sabor inconfundible de los momentos bonitos de la vida”.

Y abajo, en el refugio, mientras espero la comida saboreando sorbo a sorbo una jarra de cerveza de medio litro, echo una ojeada a la portada de El País:

Un vistazo rápido al periódico. Hoy lo más notable que encuentro es la estupidez de los deglutidores de dinero. En la portada de El País esta noticia:

“UNA LEGIÓN DE ESCOLTAS PARA EL EXPRESIDENTE DEL BBVA. El banco asume el gasto del equipo de 16 profesionales que vigila a Francisco González y su esposa”.

Así viven algunos de los psicópatas del dinero de este mundo. ¿Alguien en su sano juicio podrá querer estar en la piel de un individuo al que le salen los billetes de 500 euros por las orejas, pero que se ve obligado a vivir rodeado de dieciséis escoltas día y noche? El banco además le paga cuatro coches. Si este tal Francisco González sólo tiene un culo, ¿qué hace con él?, ¿partirse el culo en cuatro? Qué gente más extraña ésta, ¿verdad?, se admiraría el Principito”.

Y ahora leyendo esos dos breves momentos de una jornada de caminar por las montañas, me viene al caletre, que decía Baroja, ese para el que no eran nada bueno los viajes (pobre don Pío. También para otro notable, Emerson, viajar era una estupidez), me viene a la memoria… joder, hasta dónde llegarán los caprichos de mi memoria que mientras hacía esa pequeña pausa para encontrar el nombre del trascendentalista norteamericano, me voló la idea. Total, que no me acuerdo de lo que me había venido a la cabeza, con lo cual me veo obligado a buscar otra cosa con la que pueda continuar este post, porque continuar tiene que continuar después de que esa felicidad me sobreviniera, saboreara una cerveza y atendiera por fin al titular de El País. Pero ah, mientras hacia este segundo inciso ya me vino la idea perdida. Era esto. Días atrás quisimos ir a saludar a Martínez de Pisón a la Feria del Libro y allí le saludamos, compramos su último libro y saqué una fotografía en la que aparecían él y Victoria conversando. En casa cuando vi la imagen en el ordenador lo primero que me llamó la atención fue un libro que aparecía erguido como un soldado en medio del mostrador. Hice zoom con el Photoshop para ver de qué libro se trataba. Su título: Breve tratado sobre la estupidez humana. ¡Hosti!, me dije. Si me hubiera fijado en él lo habría comprado. Qué lectura más pertinente puede encontrar uno para los tiempos que corren que un tratado similar. De eso me acordé cuando terminé de copiar el párrafo de El País que se refería al tal Francisco González y recordaba lo que había copiado inmediatamente antes, aquel descenso hasta el refugio, esos instantes de cristalina felicidad que me habían brotado por dentro en la simplicidad de un descenso, bosques, escarpadas pendientes, la niebla merodeando por la ladera. Sí, a continuación recordaba a ese infeliz, sus cuatro coches, incluidos los chóferes, toda la parafernalia de guardaespaldas a su servicio, tantos millones acumulados: ¡pobre hombre! ¿Cómo se puede equivocar uno así en la vida?

Pues nada, hoy no tengo mucho que contar, esa admiración por la gran acogida que la estupidez tiene entre los humanos. Esta mañana la cartera del pueblo consintió en quedarse un rato en nuestra casa y compartir una cerveza. De la estupidez humana hablamos un buen rato, de la felicidad de sentirse uno bien cuando ha pasado una temporada sintiéndose mal, de esa felicidad que se encierra en las rutinas de la vida cotidiana y de la que no somos conscientes… y por supuesto de esa gente que no sabiendo que se va a morir gasta su tiempo y su energía en acumular toneladas de billetes de banco.



 

 

 

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