Dibujo original; Edwin Artista |
El Chorrillo, 1 de junio de 2023
Me fastidia
que tenga cierta tendencia a dormirme cuando paso mucho tiempo con los ojos
cerrados. De hecho ese estar con los ojos cerrados siempre me ha parecido un
precioso modo de pasar horas y horas. Nada que hacer, sólo cerrar los ojos y
dejarte llevar por lo que venga, pensamientos, recuerdos, ideas… Ahora mismo,
por ejemplo, que suena lejos la tormenta, y los estorninos, los mirlos o la
oropéndola llenan con su canto el aire. Una situación ideal para cerrar los
ojos y dejarse llevar por las sensaciones inmediatas, los cantos, el bramar de
la tormenta, incluso por la caricia de un breve rayo de sol que entra por la
ventana. Cerrar los ojos y sí, que aunque haya elecciones en julio y todo lo
demás, dejar por un momento el mundo a un lado y sumergirse como un buceador
novato en las aguas y en las pequeñas maravillas que esa incursión en el mar le
va a proporcionar.
Hacer
submarinismo con los ojos cerrados en el mundo que se abre más allá de los
párpados. Largas horas, sin más, y dejar vagar la mente, los recuerdos, lo que
me deparará un nuevo verano de caminar por los bosques. Sin guion que valga,
dejarse llevar mientras fuera sigue amenazando la tormenta y una leve brisa
húmeda entra por la ventana.
Cerrar
los ojos y recordar a S y su bicho, el cáncer, invadiendo ahora la columna y
los pulmones, su declinar nuestra invitación a comer con nosotros y unos amigos
el próximo domingo porque los dolores le pueden, sus bromas al decir que podría
haber sido su “última cena”. Las dolencias y sufrimientos de los otros. Y sin
embargo la tarde y sus pájaros están aquí haciendo extremadamente agradable el
momento. Las rosas erguidas sobre sus espigados tallos zarandeadas ahora por un
viento repentino que me hace cerrar la ventana.
Hace
unas semanas perdí inesperadamente el conocimiento; dos, tres veces, no sabría
decir. Fue un volver en sí extraño, sorprendido de estar en el suelo en una
forzada posición fetal. Algo en mi cerebro se había desconectado, como cuando
retiras el enchufe del ordenador. Plas, ya no existes, el mundo sigue
funcionando pero tú no existes. Se hizo la noche en tu cabeza. Silencio. Todo
desaparece, no existes y poco después como resucitado vuelves al mundo. Curiosa
situación en la que no dejo de pensar estos días. Ser y dejar de ser, los
fusibles se han fundido. El diferencial de rearme volvió a conectar, por el
cerebro volvió a circular la sangre y el motor volvió a ponerse en marcha.
Extrañado, sin saber qué había sucedido me incorporé como borracho aturdido por
una melopea. El desayuno estaba sobre la mesa, el bol caído, la leche
derramada.
La
vida es una cosa bien extraña. Estás: vives. Y al rato puedes no estar, aunque
sobre la cama yazga tu antiguo cuerpo, tú ya no existes. ¿Por qué? ¿Sólo porque
al motor no le llega la gasolina, porque a las bujías no le llega la corriente?
¿Por esa sola razón ya no existes? Todo lo que eras, ilusión, proyectos,
titular de fortunas, tierras o trastos de todo tipo, cultura, ideología ha
desaparecido en esa fracción de segundo que llamamos muerte.
Cerrar
los ojos y contemplar ese tiempo que casi es de espera, y ese hacerse mayor, y
la enfermedad y la incertidumbre de mañana y mirar también con viveza esas
vidas sedientas y anhelantes a tu alrededor. ¿De qué parte estás, en qué parte
te tocó, en la del dolor, viviendo a borbotones, todavía en medio de esa
corriente salvaje del proyectar, del ir y venir por los ochenta mundos del día?
Cerrar
los ojos. Pese al criterio opuesto de mi chica la hortelana, yo prefiero oír la
música con los ojos cerrados. Ver a los músicos, al director, la expresión del
violonchelista me distrae. Seguir con la vista un concierto se me parece a un
lector que en mitad de un párrafo difícil debe dividir su atención con otros
asuntos. Yo no tengo esa capacidad. Para que la música me llegue plenamente
debo concentrar todos mis sentidos en ella. La música y sus sugerencias, la
exaltación, la delicadeza, la grandiosidad de esos momentos claves que todos
conocemos de obras clásicas invitan a arrebujarse con los ojos cerrados en
torno a lo que está sonando. Y no sucede de diferente manera cuando aferrados a
otro cuerpo necesitamos cerrar los ojos para que nuestros sentidos todos beban
con fruición la plenitud del instante.
Cerrar
los ojos y dejar pasar la tarde como pasa el agua del río a través de montañas
y llanos, turbulento en los de declives,
remansándose en los meandros, corriendo apaciblemente por el llano bajo un
cielo de nubes de verano.
Mi
amigo Luis, que ha pasado una larguísima temporada de situaciones críticas en
hospitales, hoy incorpora un post a su muro con el que deseo terminar estas líneas.
Dice así: “La risa, la empatía, la piel, y la mirada son expresiones que hay
que cuidar si queremos mantener viva la historia”. Y yo, que le conozco y que sé
lo mal que lo ha pasado, cierro los ojos y pienso en él y en el amigo S al que
deseo que siga manteniendo ese humor ante la adversidad y que, desde luego, continúe escribiendo versos que celebren la vida aunque ésta se empeñe en ponérnoslo
difícil en ocasiones. Cerrar los ojos y pensar, cómo no, en Carlos y en ese breve post que acaba de subir Pedro Mateo a FB. No me resisto a dejar aquí esa bella fotografía que lo acompaña.
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