miércoles, 31 de mayo de 2023

“Las ocho montañas”. Stefan Zweig. Un día sin teléfono.

 



El Chorrillo, 30 de mayo de 2023

Ese arrastrarse como nuestros gatos al acecho de la presa, el olisqueo del ratón, gazapo, rata, entre los arbustos, así hasta que, seguro de encontrar lo que buscaban, abalanzarse definitivamente sobre ella. Así estos días mi recorrido por los libros, picoteo por aquí y por allá; desecho al final uno a un tercio de la lectura, dudo, lo continuo pocos días después, lo dejo, tomo otro, excelente, de una prosa fascinante, pero al poco ese ambiente de barrios bajos, proxenetas por aquí y allá, no me convence. Creo que mi tiempo limitado necesita algo más cerca de mi apetito y entonces de repente pienso en Stefan Zweig, en una perdida referencia que guardaba por ahí, La confusión de los sentimientos. Lo busco en mi biblioteca digital, donde encuentro que hay nada menos que cuarenta y cuatro títulos; pero no está allí, así que de inmediato recurro a la biblioteca de Amazon y sí, ahí anda esperándome. En apenas dos minutos ya tengo el libro en mi ebook. Ya no necesito husmear por aquí o por allí, estoy en el buen camino. El infatigable y prolífico Zweig me ha agarrado por el pescuezo de inmediato y ahora, que pensaba irme a la cama ya mismo, aquí estoy, atrapado por su lúcida y brillante prosa.



Hoy fue un día sin teléfono, una novedad que no experimentaba desde hacía mucho tiempo. Había olvidado cargar la batería por la noche y cuando en el Cercanías quise usarlo, cataplás, éste no daba señales de vida. ¿Os imagináis el drama? ¿Cómo ir a tal sitio y a tal otro? ¿Cómo saber a qué hora es la consulta del traumatólogo? ¿Cómo quedar con el amigo Santiago Pino con quien habíamos convenido una cita ante de encontrarnos para la película que íbamos a ver juntos? ¿Cómo llamar a mi hija para ver el restaurante en el que íbamos a comer si ni idea de su número de teléfono? ¡Ah, y las entradas del cine que había sacado online el día anterior, y que ahora quedaban encerradas a cal y canto en las tripas de ese medio cadáver que era mi teléfono?

Bueno y aún así después de un largo día resultó que no hubo ningún muerto ni el mundo se derrumbó, que al final llegamos al traumatólogo, pudimos comer y hasta encontrarnos con Santiago en una terraza poco antes de entrar en el cine. Sin embargo, cuando me di cuenta de que era inútil intentar cargar la batería del teléfono en algún lado, o incluso comprar una, inútil porque no quería parecer que me ahogaba en un vaso de agua, lo que sucedió es que me entraron ganas de observar cómo era el mundo de los usuarios de teléfonos, prácticamente el cien por cien de los viandantes y usuarios del metro, desde la perspectiva de un sin-teléfono. Una insólita situación que me ponía en un lugar preferente desde donde observar a mis semejantes. Bueno, no lo voy a contar aquí, de todos es sabido que son rarísimos los viajeros y los viandantes que no llevan metidas sus narices en el teléfono, así que mejor sólo sugiero que cierren los ojos e imaginen la calle Carretas, la plaza de Tirso o los vagones del metro y contemplen el espectáculo de esos miles de madrileños y foráneos. ¿Y qué verán inevitablemente? Sí, eso mismo que todos sabemos. Si cuando Victoria estaba embarazada no veía más que embarazadas por las calles de Oviedo, por cierto, lo guapas que se ponen las mujeres en estado de buena esperanza, hoy nada más que veía… ¿cómo era aquel soneto de Quevedo? Érase un hombre a una nariz pegada. Érase un naricísimo infinito… Fácil es imaginar a un Quevedo contemporáneo viendo el panorama de un vagón de metro fraguando un soneto paralelo dedicado a ese hombre a un móvil pegado. En fin que durante todo el día no dejé de ver narices, perdón, teléfonos por todos los lados, incluido durante la sesión de cine en que varios aparatitos sonaron, en que una espectadora a nuestra izquierda tecleo guasap tras guasap mientras en la pantalla se sucedían unas bellas secuencias a la luz de una vela donde los protagonistas con lágrimas en los ojos exprimían su dolor, sus equivocaciones pasadas.

La película, Las ocho montañas; un cine  pequeño, cómodo, acogedor, Cines Embajadores, y una historia de amistad, de amor a la montaña, de relación hijo-padre que deja el buen sabor de las cosas auténticas, de la búsqueda del propio camino, de las posibilidades de encontrar otra forma posible de vida la su nella montagna.

De nuevo a la salida unas cervezas con Santiago y Juanjo. Y conversar sobre la película, y de allí inevitablemente pasar a la montaña, a los últimos acontecimientos del Dhaulagiri, a la masificación, a la diferencia que hay entre los amantes de la montaña y esos personajes que vemos, cientos, uno detrás de otros en las laderas del Everest.

Llegamos tarde a casa, pero con tiempo suficiente todavía para dedicar un par de horas a la lectura. Ni me molesté en encender el teléfono, allí lo dejé cargando casi saboreando el gusto de no tener que depender de él mientras de nuevo me sumergía en los años adolescentes de Stefan Zweig. Los últimos dos libros que leí de él, El misterio de la creación artística y un volumen que hablaba de Hölderlin y de Nietszche, estaban vinculados a valles y bosques de los Alpes por los que transité leyéndole y que hoy recuerdo perfectamente, una curiosa fusión, un empinado bosque, el largo zigzag del sendero, arriba los restos de una ermita y al fondo la espléndida mole del monte Monviso, todo ello envuelto en la vida de un poeta y un filósofo. Mis lecturas están frecuentemente unidas a caminos y largos recorridos por las montañas, esos larguísimos veranos de vagabundear por las valles y cumbres han dejado tras de sí un enorme reguero de libros que hoy me ayudan a localizar y recordar mi paso por senderos y bosques del pasado. Los libros acompañan mi caminar por las montañas y las montañas y sus sendas me sirven en correspondencia el recuerdo de muchas lecturas. Cuando leía El misterio de la creación artística, misterio porque, sostenía Zweig, el artista es incapaz de saber cómo se produce ésta, debido a que cuando crea éste se encuentra fuera de sí, y por tanto imposibilitado de pensar en otra cosa que no sea lo que está creando, recuerdo perfectamente el paisaje que tenía ante mí, un larguísimo descenso, unos escaladores trepando por unos muros de granito, un lago al fondo.

En fin, que no ha estado mal este día sin teléfono y que pese a ello sigo vivito y coleando.

 

 

 

 

 

 


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