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El
Chorrillo, 25 de mayo de 2023
Fue
anoche. Estaba a mitad de película y sentí ganas de dejarla ahí para
continuarla al día siguiente. El árbol de los zuecos (1978, Ermanno Olmi.
Palma de Oro en el Festival de Cannes). Una historia del mundo rural en donde
apenas sucedía nada pero que era como un paseo por la vida de un puñado de
campesinos. Deseo de parar para dejar que las sensaciones y los pensamientos
siguieran fluyendo bajo el influjo de esas vidas ajenas que aparecían en la
pantalla. Las vidas de los otros, sean estos campesinos, reyes o ciudadanos de
a pie, siempre incidiendo sobre nosotros desde sus particulares condiciones de
vida, desde sus preocupaciones, su dolor o sus alegrías. Tres horas de buen
cine pueden ser capaces de empaparte por dentro al punto de que sientas una
fuerte necesidad de darte un respiro para poner en orden tus sensaciones. Ese
sentir el presente que tantos deseamos y que quisiéramos agarrar para que no se
nos escapara ni una brizna de su calor, de las sugerencias que suscitan a
nuestro ánimo, se esfuma en ocasiones con tanta facilidad que es necesario
parar, aislarte un tiempo para poder darte la oportunidad de sentir con toda la
intensidad la esencia que se desprende tanto de los grandes como de los
pequeños asuntos. Lo efímero, que no lo es pero que adquiere este carácter en
el trasiego de un exceso de estímulos, nos desposee de la posibilidad de vivir
con calma los hechos que contemplamos o vivimos. Unas impresiones se suceden a
otras a una velocidad que hace imposible que vivamos con entera conciencia
nuestra propia historia personal. El desfile de las entrevistas, las lecturas,
los intercambios con otros, las fluctuaciones de la situación política, las
películas que vemos a la noche, forman al final del día una tan densa red de
realidades que no hay manera de priorizar unas sobre otras.
Si al
cabo del día, digamos por caso, la mente se ha entretenido en exceso en torno a
personajes absurdos de la política, en la barbaridad de cómo asumimos los
problemas del clima, los mil asuntos que trae la prensa, los comentarios de la
redes, las preocupaciones propias del trabajo, etcétera, el resultado es que el
final de la jornada, cuando te marchas a la cama, con ser tan importantes los
problemas del mundo tu propia persona puede quedar apenas perceptible en la barahúnda
de los estímulos.
Cierto
que hay unas personas más dadas a la introspección que otras y que hay personas
que tienen más necesidad de pensarse o reflexionar, mientras que otras son más
propensas a llenar sus cabezas con otra clase de grillos. Grillos acaso todos
si consideramos nuestra insignificancia.
Me
sucede con frecuencia llegar al final del día, y ello sin saber en absoluto lo
que está sucediendo en el mundo desde hace mucho tiempo, con la sensación de
haber pasado por un densísimo cúmulo de realidades. Un balance somero de unas
pocas horas esta tarde: Algunas horas de lectura del libro de Krakauer Mal
de altura, una ojeada a su otro libro, Hacia rutas salvajes, la
historia de un joven de 24 años que había regalado todo su dinero y abandonado
su coche y que se internó solo y apenas equipado por tierras de Alaska. Cuatro
meses después unos cazadores encontraron su cuerpo sin vida. Más tarde una
larga conversación con Victoria tras la merienda en donde tratábamos de poner
orden a algunas cosas de la vida y la edad. A esto, un poco antes de la cena, siguió
una larga entrevista a Sito. Este hombre, que visto de lejos aquí y allá me
había parecido un hombre tímido, como en un estar casi siempre en segundo
plano, hoy, con una importante carga de experiencia reciente de la vida –y
pienso que las experiencias importantes adensan nuestra personalidad, nos hacen
mejores personas, instilan en nosotros una fuerza interior importante–, con su
hablar sosegado, minuciosa y ordenadamente narrativo, su naturalidad, hablando
desde la cercanía casi dolorosa de quien ha podido perder a su mejor amigo en
una alta montaña, esta tarde escuchándole pensaba que estaba viviendo un
momento importante, ese que nos viene de quien apostando levemente alto en la
vida en un 8000 de repente se ha encontrado en una situación penosa ante la que
es necesario poner en juego hasta la más mínima célula de tu cuerpo para salvar
al amigo y acaso tu propia vida. Su mente tan clara y resuelta, su estar, su decir, esa sólida personalidad que
se respiraba a través de sus palabras y su expresión. La amistad, la capacidad
para enfrentarse a una situación compleja extremadamente difícil, la conciencia
de que a
Y con
estas cosas en la cabeza todavía intercambiar algunos guasaps con amigos que
vuelven a dar cuenta de la entrevista, y tras la cena sumergirte durante tres
horas en el mundo rural de El árbol
de los zuecos. Y de nuevo ¡cómo irme a la cama sin haber digerido, recreado
algo de esta historia, su notable reparto y actuación de aquellos campesinos de
la zona bergamasca del Piamonte!
Y son
pasadas las tres de la madrugada y todavía tintinea un mensaje del Messenger
procedente de una lejana parte del mundo. Y hablamos unos minutos de libros. Y
yo le comento de mi decepción de Obermann a la altura de un tercio del
libro y él todavía me sugiere un par de libros más. Y es tan tarde ya que
seguro no caben más cosas en esta jornada que termina.
El relato de Sito es estremecedor y te das cuenta de la calidad humana que destila este hombre.
ResponderEliminarComo se que te gusta el buen cine te recomiendo una película que se ha presentado en una sala de Bilbao a la que han asistido unos cuantos montañeros como son Juanjo San Sebastián, Alberto Iñurrategui, etc y que nos ha deleitado, se trata de Las Ocho Montañas diría por Félix Van Groeningen y rodada en Nepal y los Alpes italianos.
He visto que tiene buena crítica y que la ponen estos días en Madrid. Quizás vayamos a verla. Gracias por la referencia.
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