A la izquierda foto original del muro de Yo subo con Carlos Soria. Sito, Carlos y Mikel camino del Dhaulagiri |
El Chorrillo, 27 de mayo de 2023
He
pasado dos tardes noches sumido en la lectura de Mal de altura. Hoy le comentaba a Ramón, que fue quien me
recomendó el libro, que usualmente rehúyo entrar en el ámbito de las tragedias
alpinas, pero que ayer, después de abandonar el libro en dos ocasiones, tragué saliva y logré continuarlo hasta el
final. Me dejan tocado estas tragedias; su dramatismo, las terribles
circunstancias que relatan dejan mi sistema nervioso un tanto alterado; quizás
sea por ello que me resisto a la lectura. Libros como Cita con la
cumbre de Juanjo San Sebastián, El nudo infinito, de Diemberger o
cierta dramática parte del relato de Cherry-Garrard, El peor viaje del mundo
sobre la expedición de Scott a
Quizás
algo de esa obligación moral es la que me induce a entrar en la lectura de
libros en donde tienes asegurados ratos de inquietud, o como me sucedió con el
libro de Juanjo en el descenso del K2, momentos en que la densidad del relato puede llegar a humedecerte
los ojos.
A los
que seguimos los acontecimientos de la montaña, y con mucha más razón, cuando
los protagonistas son amigos tuyos, pese a conocer las dificultades, los
peligros, las posibilidades de que un accidente a gran altura puede suponer la muerte,
no dejamos de sentirlo por eso, sentados cómodamente en el confort de nuestra
casa, con una distancia infinita, esa distancia que hay entre la dificultad
real, el dolor, el frío, la incertidumbre de estar al borde de la muerte, y la
de quien va recibiendo, sí, con inquietud, esas lejanas noticias con
cuentagotas que vienen de más allá de miles de kilómetros. Vivir el drama desde
el tuétano de los huesos lo viven los protagonistas. Quizás por ello esa
necesidad de mojarnos, de empaparnos de los sufrimientos, de las dificultades
de los otros. Unamuno habría utilizado la palabra compadecernos en el sentido
de con-padecer, padecer con los otros. ¿De qué ha de servirnos estar
informados, saber de determinadas terribles experiencias, si éstas no son capaces
de conmovernos, de hacer germinar nuestra solidaridad, nuestra empatía, si sólo
sirven para informarnos?
Y
ello conlleva siempre algún tipo de sufrimiento. Quizás de ese modo me explico
yo mi resistencia a sumergirme en el drama de los otros.
Volviendo
al tema de los hechos en las laderas del Dhaulagiri, hoy, leyendo Mal de
altura, relato centrado en el Everest, fecha en la que en 1996 fallecieron
tantos alpinistas como consecuencia de una tormenta inesperada, volvía a
considerar esa distancia que hay entre los hechos, sus protagonistas y lo que
percibimos y podemos sentir a través de las noticias que nos llegan. Por mucho
que queramos creo que es imposible acercarnos lo suficiente si no media un
excelente relato, un ejercicio de introspección de los protagonistas, un deseo
formal de dar cuenta de sus sentimientos, de los hechos, de las propias
circunstancias vividas. Días atrás Carlos, en el hospital de Kathmandu, en
algún momento pedía una grabadora con el ánimo de dejar constancia de detalles,
que acaso temía olvidar, de esos terribles tres días que había pasado envuelto
en el dolor y la incertidumbre de un rescate incierto. Si algún día pudiéramos
leer un relato suyo, que no son solamente las circunstancias del rescate, sino
especialmente todo lo que en esos momentos atravesaba su conciencia, su miedo,
su esperanza, su familia, sus amigos, la muerte rondando en las cercanías de
los
Unamuno
usaba aquel término en el ámbito de compartir un sufrimiento, pero también
podemos encontrar este sentimiento de cercanía cuando el relato te toca de muy
cerca. Una idea que mencioné días atrás, que había encontrado en El
sentimiento de la montaña,
de Martínez de Pisón/Sebastián Álvaro, que también puede crear un lazo entre el
autor y el lector. Cito de memoria. Se hablaba allí de que cuando uno termina
de leer el libro de Juanjo, Cita con la cumbre, además de sentir en tu
cuerpo sus congelaciones, su lectura hace que sientas una estrecha amistad con
su autor. Así, no es sólo que pudieras leer ese posible relato de Carlos, sino
que del conocimiento íntimo de su experiencia personal a través de su lectura,
con toda seguridad surgiría ese sentimiento que llamamos amistad. Sentirte amigo
de Juanjo cuando terminas de leer Cita con la cumbre, es un acto natural
que nace de un conocimiento más profundo del hombre alpinista. El hombre
alpinista, transformado en hombre escritor, nos llega tras la lectura cargado
de un afecto, una solidaridad, una empatía muy singulares. Eso, te sientes
amigo, cercano.
En el
último capítulo de Mal de altura, uno de aquellos alpinistas que se
salvaron de la tragedia, refiriéndose a los hechos en el Everest, dice: “Allí
he aprendido cosas importantes sobre la vida”. ¿Cómo no aprender sobre la vida
cuando ésta nos habla a voces desde el peligro, la incertidumbre, la cercanía
de la muerte? Y claro, cómo no aprender sobre la vida, ellos, Carlos, Sito,
Mikel el sherpa en esos tres días, y en consecuencia, nosotros.
Días
atrás le decía a un amigo en relación con los sucesos del Dhaulagiri, que hay
quienes cuentan los años de su vida restando al año actual el año de
nacimiento, pero suele ser una ficción porque vivir, vivir realmente se vive
poco en general. Se necesita mucha entereza, trabajo, pasión y creatividad para
poder alumbrar una vida que cuente como algo hermoso, como vida. Y nuestros
amigos del CB bajo el Dhaula, le decía, son todo un ejemplo de esa plenitud.
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