martes, 23 de mayo de 2023

Carlos, un joven de 17 años, un encuentro con Ortega Smith

 

Todo nuestro afecto, todo nuestro deseo para que pronto podamos verte recuperado del todo.

El Retiro, 23 de mayo de 2023

El lenguaje, a diferencia del pensamiento, de las impresiones que te pasan por la mente, es lineal, malditamente lineal, y cuando te pones a escribir no tienes más remedio que poner una idea detrás de otra y dejar en pausa una para dar paso a la siguiente: llamada en espera. Ahora mismo, que encendí el teléfono habría escrito algo sobre ese rostro que Darío, de Desnivel, hizo de Carlos, pero levanto la vista y delante de mí pasa una chica, a las sombras del Retiro estoy viendo las palomas y gente  despreocupadamente disfrutando de su ocio, chica embutida en sus cascos, ausente, bonita, despreocupada, como quien disfruta de este apacible día de primavera. Y como tantas veces pienso en las mujeres, que es como pensar en la Mujer, esas siempre sensaciones con cierto tinte de melancolía que ellas suscitan y que ahora es así pero que esta mañana en el Cercanías revestía un cariz diferente y netamente erótico, ese juego distraído que consiste en deleitarse desnudando a esa cara bonita que mientras teclea o lee un mensaje de guasap en su teléfono sonríe levemente frente a ti en el tren. La levedad del vuelo de los pensamientos yendo de un rostro a otro, de una idea a otra, de un recuerdo a la vigilancia para que ningún randa meta su mano en tu macuto… Levedad, como la de ese beso que se da una pareja que pasa frente a mí, apenas como el roce de la brisa que mueve las hojas del castaño de indias de enfrente, tal la luz como de entre la bruma que cae sobre los rojos geranios que envuelven la cercana escultura de Pérez Galdós.





Las redes son lo que son, pero son también una ventana al mundo, espectáculo, espacio de sugerencias y meditación y en este caso con Carlos, la última entrevista, las noticias que nos han ido llegando desde el mismo instante del accidente, un encuentro con los amigos y sus preocupaciones.

Basta que te muevas un poco fuera de tus obligaciones diarias para que la mañana te traiga casi siempre un manojo de realidades que no son otra cosa que la vida. Y pasa un grupo de personas frente a mí, y hablan de Robespierre, pero que igual podía ser de la guerra del Peloponeso o de Aquiles el de los pies ligeros. Y veníamos esta mañana camino del hospital donde a Victoria le iban a practicar una operación de poca importancia, cuando al fondo del vagón de Cercanías vimos acercarse a un joven que no debía de tener más de 16 ó 17 años. Llevaba en la mano una bolsa de plástico y mostraba su interior a los pasajeros pidiéndoles algo de comida. Recorría el pasillo cabizbajo, con la expresión de los desposeídos de este mundo. No llevaba monedas; busqué y encontré un billete. Se lo di. Se detuvo frente a nosotros con la cabeza gacha dando las gracias como avergonzado. Le habría dado todos los billetes que llevaba en la cartera con tal de no ver aquel gesto de extrema humildad y resignación.


Hoy, esperando a que Victoria saliera del quirófano, le hablaba a una amiga, que anda con preocupaciones laborales, de la relatividad de las penas y los sufrimientos por los que a todo el mundo nos toca pasar. Abrumados tantas veces que estamos por preocupaciones que si las pusiéramos unas junto a otras para comprobar su grosor, su altura o su peso, acaso nos ayudarían a…

Me llamaba la atención cómo en la entrevista que Darío le hacía a Carlos, aquél pretendía tirarle de la lengua para saber si Carlos estaría dispuesto a volver de inmediato al Dhaulagiri. Se comprende que un leitmotiv tan en la punta de la sensibilidad de tantos que seguimos los derroteros de Carlos alrededor de esta montaña, una situación un tanto inaudita, impulse al periodista a hacer preguntas que pueden estar en la mente de muchos; sin embargo Carlos se defendió bien, ahora no podía pensar en otra cosa que en su maltrecha pierna y en la evolución que pueda tener su recuperación. Estamos en la relatividad de tantas cosas, poner a salvo la vida siempre a la cabeza de cualquier aspiración, después ir colocando un asunto tras otro en orden de prioridades… Y al fin dejar de momento en el lugar que le corresponda a las contingencias menores. Y no permitir que estas últimas, actuando como si la vida nos fuera en ello, cieguen la posibilidad de ver el bosque desde donde corresponde.

Me gustó la entrevista de Carlos, que me había llegado de manos de uno de sus amigos del alma; gracias A. Un hombre en la cama, con los tres días más duros de su vida a la espalda, con medio siglo de himalayismo, con una pasión por la montaña que traspasa todos los límites inimaginables, hablaba desde la cama con el sosiego y la sabiduría que dan los años y una larguísima e intensa experiencia de la vida. Me gustó, su mesura, la paz interior, la inteligencia, el sosiego que transmitían sus palabras.

No le deseo a Carlos un exceso de entrevistas, un coñazo probablemente para quien habiendo vivido instantes que son de una profunda intimidad y de relación consigo mismo y sus compañeros, se ve obligado una y otra vez a dar cuenta de hechos que en mucha medida irán a parar al saco sin fondo de una anónima curiosidad; cuando no a verse obligado a seguir especulando frente al público sobre el futuro de sus aspiraciones.

Un trueno surca el cielo del Retiro. Pies para qué os quiero. Una carrera y ya estoy en un bar frente a un zumo de tomate…

Tuve dos encuentros esta mañana en la calle de Alcalá, sigo hablando de relatividad, con los que quiero terminar estas líneas. Todos los de este post llevan ese signo de lo relativo, una balanza en la cual el platillo de lo menos no debería confundirnos con la rotundidad de su cercanía. Sentado en el suelo, la espalda contra el muro de uno de los edificios oficiales que llevan a Sevilla, había un hombre con su vasito de plástico de mendigo, más pobre hoy que los menesterosos de Varanasi con su platillo de aluminio pidiendo limosna. El vasito contenía tres o cuatro monedas. El mendigo no era en realidad un mendigo, se trataba de un menesteroso, acaso un turista caído en desgracia desplumado por los rateros. Emitió unas palabras de agradecimiento en alemán cuando le dejé un billete en las manos; su rostro no se inmutó sin embargo. Sus palabras salían como desde el fondo de una profunda indiferencia. Poco más allá, a menos de cien metros, tropezamos con Ortega Smith que hablaba con desenvoltura con unos jóvenes en mitad de la acera. Poco me faltó para detenerme e interrumpir su conversación con alguna inocente pregunta. Quizás hoy en día no harían jabón con la miseria de los desprotegidos, pero sentí una profunda indignación brotar dentro de mí al mirar aquel rostro y a todo lo que representaba.

Carlos, un joven de 17 años, un encuentro con Ortega Smith, un paseo por el Retiro, un final de tarde bajo la tormenta y mi chica ya en casa tranquila tras el breve paso por el quirófano.

“Llueve, el patito está contento”.


 

 

 

 

 


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