El
Chorrillo, 19 de mayo de 2023
Soy
incapaz de escribir a palo seco, tener un horario como quien a la hora de la
comida se pone con el guisado o a preparar unos calamares en su tinta; sentarse
y liarse con la continuación de lo que ayer quedó a medias, me es imposible.
Hubo un tiempo, cuando escribía novelas, pero ahora las cosas suceden de modo
diferente, ahora en tantas ocasiones no soy yo quien escribe, es la escritura
la que lo hace por sí tomándome a mí como instrumento, la que me llama de
manera inmediata desde algún lugar de mi conciencia. Sucedía así hace un rato,
que estando haciendo mis ejercicios de rehabilitación recibí un guasap de un
amigo accidentado al que pronto espero ver, o poco antes que otro se
arremangaba para comenzar a escribir un nuevo libro cuando el último se
presenta en librerías en los próximos días. El tema se me impuso de inmediato,
así que dejé por un momento mis sentadillas y alcancé el teléfono, no fuera a
ser que el céfiro de la inspiración se marchara por donde había venido.
Las
emociones se imponen en ocasiones con tal fuerza que es necesario agarrarlas
aunque sea por los pelos, retenerlas para que tengan suficiente tiempo como
para irrigar nuestro ánimo y calar lo suficientemente hondo en nuestro interior.
Hablo
de esa impronta que dejan en nosotros las almas bellas, los corazones nobles.
Ramón Portilla se emborracha hablando de las bellas montañas, tantas que hay. A
mí esta mañana el ánimo me empuja a hablar de las bellas personas. Pero bueno,
eso será dentro de un rato. Ahora necesito primero terminar mis ejercicios
condropáticos y de espalda.
Pese
a que esto es un diario, siempre me ha dado reparo hablar de mí mismo, que es
lo más cercano y conocido que tengo a mano, pero desde que comencé con la lectura
de Obermann, o incluso desde que leí Ensoñaciones
del paseante solitario, de Rousseau, obras en las que ambos autores no
parecen expresar página tras página otra cosa que su yo, sus emociones, sus
sensaciones, su visión del mundo, y en ocasiones de un modo casi enfermizo como
es el caso de Rousseau, algo me alivia. “Hace varios años que soy yo el único
objetivo de mis pensamientos”, escribe Montaigne en sus Ensayos. Sin embargo lo que sucede en el yo, con ser importante
para el que habla o escribe, no deja por ello de ser otra cosa que lo que
sucede a una gran cantidad de personas, que por mucho que la mona se vista de
seda mona se queda y el mono desnudo que todos somos (El mono desnudo, Desmond Morris) por fuerza no ha de ser muy
diferente en unos y en otros. En el mismo molde están hechas el alma del emperador
y el alma del zapatero, escribe Montaigne. “Considerando la importancia de los
actos de los príncipes creemos que están producidos por motivos igualmente
importantes y de peso. Estamos en un error: están guiados sus movimientos e
impulsados por los mismos resortes que los nuestros. La misma razón que nos
hace discutir con el vecino provoca una guerra entre los príncipes”.
Así
que quizás porque todos estamos hechos por el mismo molde, si no muy parecido, es
porque admiramos tanto a aquellos cuyas obras y actos saliendo del mismo barro que
el nuestro, porque si bien no todos nacemos con la misma inteligencia ni las
mismas capacidades, es necesario reconocer que lo que cada uno suma con su
esfuerzo y perseverancia al barro primero es precisamente aquello que nos hace
más valiosos, más bellos, diría mejor, ya que estamos en el ámbito de lo
estético y lo moral.
Quizás
hasta ahora no me había detenido nunca a pensar a las personas, sus almas,
desde un punto de vista estético, o al menos del modo en que lo siento hoy. Es
frecuente expresar la vida como el resultado de un sofisticado arte a ejercer;
el arte de vivir está probablemente en la mente de mucha gente como un objetivo
en que empeñarse; pintar un hermoso cuadro con la propia existencia, conseguir
armonizar la filosofía con nuestros actos y hacer del día a día un algo que
mirar con satisfacción.
La
propuesta desde este punto de vista de querer hacer un símil que pusiera junto
a un cuadro, un cuarteto de cuerda, una sinfonía, la belleza que percibimos en
una persona, su temperamento, conducta, creatividad, empeño, esfuerzo, voluntad,
creo que no es huera y puede servir para expresar lo que quiero decir. El
placer estético, venga éste de la música, la pintura, la poesía, tiene mucho
que ver con el placer que determinadas personas nos proporcionan, que sus vidas
nos ofrecen. Obviamente sería quedarse tontamente corto si sólo nos detuviéramos
en el plano de la estética, que en todo caso sería una estética moral.
Desluciría
lo que vengo diciendo si a continuación me propusiera escribir el nombre de X,
Z, Y o quien fuera. Cada cual imagino que tendrá sus especiales devociones
estéticas y morales que de un modo u otro sustentan sus conceptos de verdad,
creatividad, pasión, etcétera y que esas almas bellas a las que me refiero tendrán
en algún rincón de la propia alma su calurosa acogida. Si el bienestar de la
sociedad se sustenta por factores de índole económica, de salud o social, el
bienestar del individuo debe mucho a esas almas bellas de que se ve rodeado
durante la vida, personas de carne y hueso que son o fueron una llamada de
atención, un ejemplo, un estímulo para la propia vida o para la concepción de
la realidad global.
Si mi
oficio y mi arte es vivir, como afirma Montaigne, no está de más disponer de
esa materia específica con la que el arte se plasma, las notas y los
instrumentos con la música, las palabras para la poesía, los pigmentos y los
pinceles para la pintura. Algo de esta condición tienen las almas bellas que
impregnan nuestros sentidos con el aura de sus bondades, sus esfuerzos, sus
pasiones o sus obras.
Ignoro
con frecuencia el conducto por donde me llegan las ideas que encuentran espacio
en este blog, sin embargo hoy creo que algo tienen que ver con los recientes
acontecimientos del Dhaulagiri, con un post que me encontré en Instagram en
donde un añoso amigo hacía fuerzas para comenzar a escribir un nuevo libro; y
por añadidura, quizás, el hecho de haber recibido esta mañana por mensajería un
ejemplar de mi libro Gente de la montaña,
del que recientemente hice un nueva edición en la que he incorporado nuevos
nombres al elenco anterior. En él hay muchos personajes de esos a los que en
este post he llamado almas bellas.
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