domingo, 21 de mayo de 2023

¡Bienvenidos, cabronazos…!” Yo-Yo Ma: Concierto para violonchelo, Dvorák

 

Encantadora imagen de familia que publica Desnivel. Yo-Yo Ma a la derecha.

El Chorrillo, 21 de mayo de 2023

Con este cariñoso “Bienvenidos, cabronazos” daba la bienvenida Pedro Mateo a los amigos del Dhaulagiri. Llevábamos un par de días sin noticias, la última cuando esperaban que Sito pudiera bajar del CB, y después de comer, y contando con que no era procedente darle a Carlos la lata directamente, mandé un par de mensajes a dos amigos recabando noticias. Sus respuestas se cruzaron con las que los de Desnivel habían subido a las redes. Una preciosa foto familiar encabezaba la pantalla del FB; felices, contentos, Carlos en medio ahora sonriente rodeado de su gente, un rostro bien diferente de aquel que mostraba en los momentos en que la inquietud había hecho su presencia en las laderas del Dhaulagiri. El susto quedaba atrás y ahora la vida recomenzaba una vez más. Después leí un artículo de Óscar Gogorza en El País, un buen artículo, en donde entrevistaban a Luis Miguel Soriano y que terminaba con esta enigmática frase: “La forma de entender la vida de Carlos Soria pasa inevitablemente por la cima del Dhaulagiri”. Me dejó un tanto en suspenso. La vida podrá no tener sentido, pero defender que uno ha de estar donde se siente bien, como afirmaba Carlos, indudablemente es un bien que no tiene precio. “Y la sencillez del campo base, la rutina de hidratarse, leer en la tienda de campaña, aclimatarse, descansar, volver a empezar, soñar, tomar una ducha artesana, afilar los crampones, preparar la mochila… todos estos gestos de sencillez cotidiana a la sombra de una bellísima montaña conceden a Soria una felicidad de aspecto tan modesto como necesario”.

Hay quien se pasa la vida abriéndose paso en los porqués de la existencia, de lo que hacemos, de por qué subimos montañas, pero no imagino yo a Carlos en esa situación, y de hecho Luis Miguel Soriano en su entrevista lo manifiesta así: “Es muy sencillo, Carlos disfruta en el Dhaulagiri, adora esa montaña, le encanta el viaje, el trekking de aproximación, estar en el campo base, subir y bajar hasta aclimatarse”. La tendencia tan universal de querer encontrar siempre porqués a lo que hacemos o dejamos de hacer no deja de ser una muletilla, una floritura conceptual, mientras que de hecho lo que hacemos, sin más, es vivir pendientes de aquello que nos gusta, pendientes de lo que amamos, esas rutinas que describía más arriba que preceden y forman el entorno de nuestro estar.

Probablemente, como insinuaba ayer Álvaro en un comentario, las pajas mentales, las mías y lo que voy dejando en este blog, podrían estar de sobra, pero teniendo en cuenta lo que uno puede divertirse con las tales, que diversiones hay para todos los gustos, mejor no perderlas de vista. Así que tras dar cuenta de la llegada de los amigos del Dhaulagiri a Barajas, a la noche volví a la posición de tendido supino con la variedad de que hoy en vez de a Rameau lo que íbamos a escuchar iba a estar en manos de Yo-Yo Ma, el Concierto para violonchelo de Dvorák.

Escuchando esta música, salvaje en ocasiones, dominadora, susurrante en otros momentos, un manojo de sensaciones que en un instante se parecen a los arrobamientos de los enamorados, otras adquieren el cariz de un prolongado orgasmo de sensaciones, pensaba vivamente esta noche que la condición de salvaje, de alguien que no supiera nada de la civilización, del arte, de la música frente a un fenómeno como éste, Yo-Yo Ma abrazado a su violonchelo, el sudor cayéndole por la frente, expresando una formidable alegría en algún momento, en otras dolor, en muchas la paz de un suavísimo rozar de cuerdas, él y el violonchello como dos amantes copulando en el más tierno y violento momento de la noche; frente a una situación como ésta, oyendo esta música, debería de experimentar el más extremo de los placeres.


Ser un salvaje poseído por una extremada sensibilidad podría ser la condición ideal para aproximarse a esta música. Suponemos que para disfrutar del arte es necesario tener ciertos conocimientos, poseer cierta familiaridad con los elementos que traban y guían la realización de una obra, sin embargo la música que salía del violonchelo de Yo-Yo Ma, de la orquesta, de la gestualidad del director poseían esta noche un grado de convicción tal que cualquiera que nunca hubiese oído música creo que podría haber experimentado parecidos sentimientos y sensaciones a los del espectador culto. El modo en cómo la música, el baile, llega y sale del cuerpo de culturas tan diferentes, su fuerza, de algún modo nos hace pensar en que la música es un bien universal para el que no existen fronteras ni distinciones de cultura o clase. Recuerdo en una ocasión navegando por el río Níger camino de Tombuctú. Niños, mayores y ancianos reunidos en la borda al atardecer mientras el sol lamía con su fuego del crepúsculo el río, cómo la mayoría del barco se entregaba a una música y un baile desenfrenados que se prolongaba hasta que caía la noche. En África, en América Latina, en recónditos lugares del Extremo Oriente siempre uno termina encontrándose con esta pasión elemental que rodea la música.

He pensado muchas veces que el hecho de no entender de música, de pintura, de arte en general puede llegar a ser una ventaja a la hora de recibir los estímulos que nos pueden llegar de una obra, de una partitura. El salvaje, al no poseer los elementos que subyacen en la realización de la obra ni sus conexiones con otros elementos artísticos queda, frente a la obra desnuda, desnuda de otra cosa que no sea ella misma, en un estado en que lo que ha de llegarle al espectador o al oyente es la pura esencia de lo que el hombre es capaz de producir con su creatividad. Vendrán después los entendidos y los críticos, las escuelas, las interpretaciones, lo que nos dicen que esto significa o no, o que el arte debe ser esto o lo otro, pero ello ya serán elementos añadidos, algo al margen de la obra en sí y por tanto “ruido” entre el que crea y el que ve, escucha y siente. 

El otro día Carlos en el hospital de Khatmandú, no pudiendo escribir, pedía que le trajeran una grabadora. Quería que no se le perdieran los detalles de lo que había sentido y vivido en los días precedentes desde que sufrió el accidente. El acervo cultural y humano de lo que la humanidad va dejando tras de sí, para el uso y el placer de generaciones futuras, tiene su más humilde reflejo en aquello que cada uno crea con sus manos e inteligencia, para sí o para una mayor divulgación, pero en todo caso se trata de un imperativo interior que pretende dar cuenta de lo que sentimos y vivimos, una tendencia ancestral que ya practicaban nuestros ancestros desde los tiempos del paleolítico cuando se reunían alrededor del fuego para compartir historias y experiencias. En grados distintos, pero no creo que sea otra cosa lo que hace Dvorák con su concierto para violonchelo, lo que hace Yo-Yo Ma interpretándolo o lo que un alpinista que ha vivido una intensa experiencia desearía expresar.

 

 

 


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