Otoño en la sierra de Aralar |
El
Chorrillo, 29 de abril de 2023
En
defensa de un espacio vital propio.
Dado
que somos seres sociales, pero no únicamente sociales, que también la propia
individualidad tiene derecho a la vida, es lógico que en ese entorno
sociedad–individuo surjan conflictos que de algún modo piden solución cuando en
ese dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios se
producen desavenencias. Que la sociedad defienda sus intereses y quiera
aplatanar al individuo con todo el rigor de las normas y las leyes, sea por
justicia o por la presión interesada de algunos sectores sociales o
instituciones, tiene parecida lógica al derecho que le asiste al individuo de
defender su propio terreno e intereses.
Que Virginia Woolf dedicara una parte de su trabajo literario a defender el derecho
a una habitación propia en aquellos tiempos victorianos en los que la mujer
tenía escasos derechos, está en la esencia de un sentimiento en que el
individuo trata de encontrar su espacio propio en una sociedad que se lo niega.
La
sociedad, sus poderes fácticos, a modo de un Yahvé poseído por la soberbia de
un pensamiento autocrático que sus creyentes le han hecho creer que posee,
desde siempre ha querido meternos en el coco que las leyes hay que cumplirlas a
pies juntillas, y así se da que una parte considerable del mundo, como si ello
fuera una verdad de cajón, tenga en la cabeza la necesidad inquebrantable de
respetarlas.
Dudo,
luego existo. La duda permanente es una buena compañera para viajar por la
vida. Si los que oían a San Pablo no hubieran puesto en duda lo que éste
escribiera en
Las
leyes y las normas están sujetas a error y a intereses muchas veces espurios,
lo que obviamente no invalida la conveniencia general de disponer de unos
criterios que garanticen la convivencia en la comunidad y los intereses de ésta. Sin embargo, insisto, otorguemos el beneficio de la duda a las mismas,
especialmente cuando el sentido común se da de bruces con ellas.
Un
ejemplo sin más. Me acaba de llegar por guasap la noticia de que al fin el
espolio al que se quería someter
No es
mi idea referirme específicamente a este tipo de normas, sobre las cuales ya me
extendí en otros momentos. Vivimos en sociedad, pero en absoluto la sociedad lo
es todo ni lo que diga la sociedad debo aceptarlo a ciegas. Mi espacio
personal, mis hábitos, mi filosofía de la vida, mi libertad, frecuentemente
entran en conflicto con un puñado de normas, unas veces algo simple como un
pequeño ayuntamiento de cuatro habitantes que me prohíbe subir al pico más alto
de la provincia, el Bonales, otras porque en Aragón pretenden impedirme dormir
en la furgoneta, en muchos lugares porque el “derecho de conquista” ha hecho
propiedad privada un territorio y es intransitable, tantas ocasiones en que el
sentido de la propiedad desmesurada ha llenado de vallas no sólo montañas y
bosques sino que también ha invadido las cañadas de uso público. Otro asunto
se interpone aquí, el de la propiedad privada desmesurada, que acepta la ley y
que choca con mi descreimiento por mucho que la ley lo avale.
Me
estoy refiriendo a aspectos de las normativas o la ley que intentan poner
puertas al viento, en este caso yo sería el viento, con carteles o incluso con
vallados. ¿Hasta dónde puede alcanzar la norma? ¿Hasta dónde mi libertad? En
una ocasión empleé cerca de un año en dar la vuelta a España a pie. ¿Debería
haber pernoctado durante todo aquel año en hoteles o campings dando así gusto a
todas las normas que me lo prohibieron a lo largo del país? ¿Quién con todo lo
guapo que éste sea puede prohibirte descansar y dormir bajo las estrellas allí
donde me pille la noche? Me muevo obviamente dentro de eso que es tan escaso y
que llamamos sentido común. Nunca plantaría mi tienda en la plaza de un pueblo,
aunque sí he dormido varias veces en los pórticos de muchas iglesias y en las
marquesinas de las paradas de autobuses en pueblos de los Alpes. Quien quiera
trasladar estas ideas al ámbito de que pretenda en todo momento hacer lo que me
da la gana, está equivocado. No es ese el camino, sino el hecho de que “la
sociedad” tiene cada vez más acentuada la predisposición a tratar a la
población como una manada de borregos y aquellos que no lo somos tropezamos de
frente con esa disposición.
Creo
que hoy más que nunca tenemos que enfrentarnos los raros, los que tenemos
gustos exóticos pero que a la vez somos ejemplo de limpieza y pulcritud con el
medio, los que no formamos parte del rebaño, con ese hacer de ciertas
administraciones que no tienen en la mente que tratan con individuos, con
personas de carne y hueso, sino que siempre están pensando en términos gregarios dirigiéndose al público como si éste fuera efectivamente un rebaño.
¿Somos
TODOS ese rebaño con cuyo criterio tantas administraciones nos tratan?
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