viernes, 28 de abril de 2023

Dos grandes amenazas sobre nuestras montañas

 


El Chorrillo – El Retiro, 28,de abril de 2023


Dos grandes amenazas planean hoy sobre nuestras montañas. La más grave sin lugar a dudas es la degradación a que vienen siendo sometidas desde décadas como producto de su mercantilización, la montaña como medio de donde obtener lucrativos beneficios, sea destrozando la Canal Roya o cualquier otro entorno favorable en donde rentabilizar el dinero; sin embargo a esta situación con ser tan perniciosa habría que añadir la sustancial amenaza de aquellos que pretendiendo protegerla, por ineptitud, falta de respeto o inercia van restringiendo cada vez más y más nuestro acceso a la montaña en las actividades más tradicionales como es el vivac. La guerra indiscriminada –indiscriminada, repito– de esta gente contra los vivacs y la utilización de la tienda de campaña como medio para protegerte del frío, la lluvia o el viento, está llegando a tal extremo que ya uno empieza a imaginar un ejército de drones volando sobre la sierra para hacer imposible lo que siempre ha sido una de las actividades más apasionantes y tradicionales de la montaña,  dormir bajo las estrellas.

La pasada noche, que leía el discurso de Miguel Delibes de entrada en la RAE y que tenía reciente la lectura del último capítulo de El sentimiento en la montaña, una serie de asuntos en ambos documentos que tenían bastante en común, la irremisible degradación del medio ambiente, en el discurso de Delibes visto medio siglo atrás y en el libro de Sebas/Pisón, desde la actualidad, me asaltaba de nuevo una sensación de impotencia que ya es recurrente desde mucho tiempo atrás, la evidencia de que si no protegemos el medio a toda costa todo él quedará en manos de los mercaderes, de grandes empresas que sin ningún empalago se llevarán por delante todos los rincones más bellos de nuestras montañas. Sin embargo a esa sensación de que el mundo no tiene solución, de que las montañas seguirán siendo pasto de los mercaderes, las montañas y cualquier rincón de la Naturaleza, se unía la actitud de los responsables de determinados entornos naturales, parques nacionales y demás, que, en palabras de Sebas/Pisón “más que inclinarse a regular se tiende, por rutina, facilidad, e incluso por manía, a prohibir hasta el punto de quedar imposibilitado el ejercicio de las condiciones básicas del alpinismo, la libertad de acción y la capacidad de innovación, de salirse de los caminos trillados, de tener una acción creativa”.

La sensación es la de que uno habita en un mundo desquiciado en donde no existe un equilibrio, en donde la Naturaleza está en manos de grandes negocios, o en su lado opuesto bajo la responsabilidad de administradores de parques nacionales y de entornos naturales totalmente incapacitados para encontrar las circunstancias en donde sea posible tanto el respeto por las actividades montañeras tradicionales como por el entorno que dicen proteger; sensación que a lo que invita es a buscarse rincones perdidos del monte a donde no llegue la gritería de la codicia de los mercaderes ni el caprichoso e instintivo impulso de prohibirlo todo.

El hábito de prohibir está tan arraigado en las mentes de los gestores de todo tipo en nuestro país, su falta de respeto por la tradición montañera y por las minorías es tan grande que a uno por fuerza no le queda otro remedio ante tamaño comportamiento que hacer caso omiso de las normas, que pueden ser necesarias en determinados ámbitos, pero que usadas… etcétera etcétera.  Frente al despotismo con el que se hace uso de la vara de la norma no cabe otra actitud que saltarse a la brava la norma.

El cómo funciona el mundo es a veces exasperante. Un ejemplo notable es la actuación del gobierno de Aragón, que prohíbe acampar en todo su “reino” por motivos de impacto ambiental, pero que a continuación proyecta destruir todo el entorno de la Canal Roya llenándola de pilones de hormigón y remontes sin que se les mueva un pelo ni se les llene la cara de vergüenza. Los hipócritas, como estos últimos, los mercaderes sin escrúpulos y los prohibidores de toda clase y condición, además de hacer penosa nuestra permanencia en el planeta, van a conseguir que los posibles padres futuros, asustados, se planteen muy seriamente traer hijos a un mundo abocado a convertirse en la distopía de un 1984.

El discurso de Miguel Delibes, que augura un desastre en el planeta si no cambiamos nuestra forma de pensar el desarrollo, el uso de nuestros recursos y nuestros hábitos de consumo, nuestros valores, fue escrito hace medio siglo cuando ya se preveía de cerca el desastre. Hoy, tras ese medio siglo seguimos en la misma línea autodestructiva, clima, esquilmado de los recursos naturales, idiotización generalizada, consumo indiscriminado, es decir que los que vengan detrás que se jodan, el panorama es mucho más sombrío, nada más tenemos que ver las temperaturas que se auguran para la próxima semana o cómo andamos de agua, pero nada, sordos como una tapia.

Hablando de estas cosas hace un rato un amigo me hacia esta pregunta por guasap: “Tú crees que dentro de cien años perdurará esta civilización?”. Mi respuesta fue muy sombría: “Stephen Hawking, con mucho más conocimiento que nosotros, dudaba de que este mundo sobrepasara un siglo de existencia. Quizás duremos un poco más, pero no creo que mucho más, y ello contando con que el planeta no salte antes por los aires debido a alguna catástrofe nuclear”.

Me despierto de la siesta sobre el césped del parque del Retiro y echo una ojeada a lo que escribiera anoche. ¿Lo tiro a la papelera? Cuando uno ve la vida en el contexto del universo, es decir desde la insignificancia no sólo de nuestra visión pueblerina del mundo sino de la insignificancia de esa mota de polvo que puede ser nuestro planeta en ese moverse por el firmamento, algo se aligera en nosotros pensando en la estupidez con la que dilapidamos nuestro patrimonio natural y en el modo como sus pretendidos protectores entienden la protección. Uno termina enroscándose en el propio yo al modo del Cándido de Voltaire y defendiéndose ante los imponderables de todo tipo de esperanza.

Estuve esta mañana viendo de nuevo la exposición de Lucien Freud en el Thyssen. También la obra de Freud me produce inquietud, un trabajo intimista, perturbador tantas veces. Un concepto sobre la realidad desgarrador en donde el arte va acompañado casi siempre de una sensación de desasosiego. Freud dice que es una especie de biólogo, el ser humano como tema es el objeto de mi pintura, afirma. No creo que sea mezclar churras con merinas pero en ambos casos hay algo desalentador tanto en la percepción del mundo como en los cuadros de Freud. Probablemente sentados frente al televisor y sumidos de lleno en las páginas de los informativos estas realidades no se perciban así; hasta ese punto llega que seamos sordos y ciegos a los estragos a que sometemos el planeta, ciegos a la pérdida de nuestra libertad, ausentes a un sentido crítico que modifique nuestros criterios de necesidad. Nos tratan como borregos y en consonancia con ese trato votamos y organizamos la vida común.

 

 

 

 

 


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