Imagen tomada de BBC NEWS |
El Chorrillo, 27 de abril de 2023
El
otro día José Luis (Ibarzábal) andaba por las redes especulando sobre esos tres
últimos minutos de la vida a los que todos llegaremos tarde o temprano.
Situarse uno mentalmente en esos tres últimos minutos creo que puede ser un
buen modo de acercarnos al conocimiento de nosotros mismos. Yo en absoluto
estaba de acuerdo con la visión que daba tanto José Luis como el autor del
artículo en cuestión. Allí se decía: “Imagina que estas agonizando: tus últimos
tres segundos… Comprobarás con sorpresa, que tu Universo, ese de que te
hablaron de galaxias espirales, Big Bang y constelaciones infinitas, no existe…
comprobarás que…”. Así un puñado de comprobarás imposibles, porque tres minutos
no dan para mucho, que en absoluto pueden estar en la mente de alguien que se
va a morir ya mismo. Querer meter en el cajón de tres minutos (en el artículo
menos, tres segundos) un concepto de la existencia me parece un razonamiento
tan banal como fuera de lugar.
Le
contestaba a José Luis que eso de que "sólo eres este instante y esta
habitación mortuoria", nada de nada... Por muy cierto que objetivamente
sea así, si te has portado medianamente bien y has vivido a tu gusto, esos tres
últimos segundos o minutos pueden ser un instante de alzar un brindis a la vida,
y le remitía al título de las memorias de Pablo Neruda, ese Confieso que he
vivido. ...Si cupiera imaginar tal situación, en lo que de verdad habría
que emplear esos tres últimos minutos es en celebrar la vida que has vivido y
no en hacer elucubraciones sobre el sentido de la existencia, que sabido es
tiene el mismo sentido que el de la existencia de cualquier diminuto animalejo,
es decir, ninguno. Nuestra debilidad por la especulación creo que nos pierde y
nos aleja de los asuntos esenciales.
Luego
José Luis se extendía en un largo comentario haciendo consideraciones sobre lo
que seremos en la mente de nuestros descendientes o sobre la repercusión de las
pocas cosas, buenas o malas, que podamos haber aportado a los otros. A lo que
yo respondía que a burro muerto cebada al rabo. Que olvidamos que somos esa
araña que en un rincón del techo o entre los muebles teje y teje y se alimenta
y defeca y se reproduce, siempre en el reducido espacio de un metro y medio donde nace y muere, y que
mira a su alrededor pensando que eso es todo lo que existe; y añadiría, se
desgañita chillando en una frecuencia inaudible porque la señora de la limpieza
le ha jodido su columpio de seda. Desde el rincón de la tela de araña que hemos
tejido de por vida, sin tener en cuenta la infinitud del universo y el tiempo,
especulamos sobre el sexo de los ángeles porque está en nuestra naturaleza
especular como está en la naturaleza de la araña tejer y tejer desde que nace
hasta que la muerte se la lleva.
La
ley de la relatividad me acoge en sus brazos en estos momentos. Tan pequeñitos
que somos y tan absorbidos podemos estar por buscarle cinco pies al gato que
terminamos olvidando la realidad esencial. Sin más un comentario más abajo de
Jordi Colomer que contaba algunas experiencias de amigos o familiares
fallecidos, especialmente el deceso de su padre que dice que se murió bromeando
con una joven enfermera. Y añadía: “acuérdate de los filósofos griegos.
Montaban una bacanal con amigos y amigas. ¡¡Una juerga!!”.
Más
del parecer sería yo de esta despedida que de aquella otra empeñada en marear
la perdiz con el sentido de la existencia. Y respecto al que se muere, que no
para familiares y amigos, lo dicho, a burro muerto cebada al rabo. Woody Allen
lo decía bien clarito en una entrevista, cuando me muera, por mí como si
enterráis todas mis películas en el fondo del océano. Sí, podremos estar más o
menos tiempo en la memoria de amigos y seres queridos, pero la realidad del que
se marcha es totalmente diferente a la del que se queda. El que se marcha lo
mejor que puede hacer es servir de abono a las plantas del jardín que cuidó
durante tantos años de su vida; el que se queda… pues bueno, eso es otra
historia.
Tras terminar estas líneas, mientras buscaba una imagen que las encabezara, di con un interesante artículo sobre el tema que lleva este título ¿Puede una persona sentir euforia o bienestar en el momento de su propia muerte?. Allí, además de la posible presencia de las endorfinas que pueden acompañar a la muerte, y que la morfina puede minimizar, me encontré con la afirmación de que sí es posible que sean momentos de una profunda sensación de plenitud siempre que el dolor no sea un impedimento grave, algo en que creo plenamente, bien que sea desde la lejana especulación.
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