martes, 25 de abril de 2023

Estampas de un reencuentro

 



El Chorrillo, 26 de abril de 2023

El profundo perfume al pan y quesillo de las acacias inunda todos los alrededores de mi cabaña. Salgo fuera un momento, una meadita más; el canto del ruiseñor, rey de la noche desde hace unas semanas, es el único ser despierto en la madrugada. Contemplo por un momento el cielo. No, no hay rastro de luna todavía. Y de repente me acuerdo de Julito y su compañera Fali. Una imagen que se me quedó pegada a la retina. Julito y ella de la mano. Ir de la mano es una cosa bonita. Me encanta ver a las parejas cogidas de la mano. Ellos debieron de ir así durante todo el tiempo que duró la excursión. No era mirar y ver sino sólo retazos que se me aparecían por el rabillo del ojo mientras enfrascado en una conversación con José Luis Hurtado hablábamos de esto o lo otro. Creo que fue así durante todo el regreso, atendía levemente a lo que sucedía a mi alrededor, unas rocas que sortear, un riachuelo y siempre ahí estaban el amigo Julito y su compañera, tan cercanos. Quizás estaba tan a otra cosa, tan metido en esas conversaciones esporádicas que acompañan siempre las marchas con los compañeros del Navi, que aquello sólo lo veía mi subconsciente.

Siempre pienso que nuestro subconsciente es un doble del yo que rastrea los caminos, lo que sucede alrededor mientras tú estás a otra cosa, que es receptivo a asuntos interesantes, conmovedores, entrañables, que sabe que son de tu interés y que por tanto los guarda en la recámara de tu memoria acaso para recordártelo  durante el sueño o cuando ya en la soledad de tu refugio frente a la ventana del atardecer sabe que estás en disposición de escucharle.

Qué cosas curiosas almacena nuestra memoria, esa que trabaja en segundo plano, como la del teléfono. Y ello mientras estás a miles de kilómetros de allí hablando del Himalaya y amigos comunes con Pepe o mientras intentábamos ponernos de acuerdo sobre ese concepto que llamamos amistad. También almacena mi memoria otros detalles, nuestro distinto modo de caminar, por ejemplo, el de aquellos que todavía conservan por su juventud el brío de su paso y la seguridad de su andar; el de otros, que más cautelosos tienen que caminar atentos a donde pisan; los que encuentran dificultades al cruzar un arroyo o al subir por una pequeña pendiente rocosa. Cuando participo en alguna de estas excursiones de los miércoles siempre tengo la sensación de estar asistiendo a un pequeño espectáculo que me ofrece la vida. Santiago Pino el otro día en un comentario ante la foto de grupo decía que a ojo de buen cubero lo mismo entre todos sumábamos 4000 años de experiencia de vida. Yo soy muy malo con las matemáticas, pero seguro que sí, que un montón de siglos sumaríamos todos juntos. El espectáculo a que me refiero tiene que ver con ese dilatado tiempo que en conjunto representamos y que por ser un tiempo relacionado con la precisa pasión de la montaña se me antoja de una fecundidad fuera de lo corriente. Martín, por ejemplo, en su perfil de Instagram apunta bajo su retrato: “Mi mayor pasión, la montaña. Seguiremos visitándola hasta que el cuerpo aguante”. Y siendo que la gente del grupo respiramos más o menos por el mismo costado, uno puede suponer que la experiencia derivada de semejante troupe, tiene que ser a la fuerza magnífica en todos los sentidos.

Estos hábitos que tiene un servidor de despacharse una tarde entera mirando a las musarañas o a las últimas luces del atardecer cuyos rescoldos ardían hoy a última hora por detrás de la sierra de Gredos, dan como resultado que saque del adormilamiento de la memoria cosas como éstas, hoy Julito y su compañera, los años que sumamos y su experiencia, asuntos que terminan por recrear uno de esos miércoles. Y como recrear el pasado es uno de mis vicios preferidos, pese a todos aquellos que proclaman que hay que vivir el presente, y como además tengo a mano el recurso de los retratos, una de las facetas fotográficas más gratificantes si los rostros están cargados de años y experiencia, pues que agradecido estoy a ese último encuentro, y más todavía, cuando repantigado en casa y sobre una pantalla de dos metros y medio de ancho puedo disfrutar, como si desde una ventana indiscreta se tratara, del espectáculo que sus fotografías me proporcionan.

 

 

 


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