El
Chorrillo, madrugada del 22 de abril de 2023
Hoy veía emocionado a Neil Diamond que, diagnosticado de Alzheimer, cantaba en un gran concierto como si su vida fuera a durar cien años más. Le veía, le escuchaba y una profunda emoción me sacó de inmediato de la rutina con la que daba un repaso a la página del FB. Su actuación ponía un nuevo y grave interrogante: ¿Qué hacer frente a un diagnóstico de Alzheimer?
Me
emocionan estas personas que sabiendo cómo están encarriladas en un sendero sin
retorno abocado a desaparecer en la niebla de la ausencia de la autoconciencia, siguen no
obstante agarrados a las riendas de la vida con esa magnífica prestancia. Y
ello quizás porque si uno teme realmente algo en la vida a estas alturas sea
precisamente perder la conciencia de la propia identidad, que tu yo deje de ser
tu yo para disolverse en una confusa oscuridad.
Hoy
estuve en el teatro. En el Español ponían Romeo y Julieta, una libre
recreación a partir de la obra de Shakespeare representada por José Luis Gómez
y Ana Belén. Anoche me encontré en la cartelera con el nombre de José Luis
Gómez, a quien hace muchos años había visto actuar de bufón en el Rey Lear, y
enseguida, sin saber nada de la obra que se representaba ahora en el Español,
compré una entrada. No recuerdo bien aquella representación, El rey Lear, sin
embargo es seguro que me dejó una profunda huella, y como el único actor que
recordaba era a José Luis Gómez, quise probar a tirar de la cuerda de la
memoria. El desasosiego que me produce el personaje, rey Lear, y sus
circunstancias de senectud tenía para mí hoy algo de relación con esa espada de
Damocles que es el Alzheimer. O quizás sucede que la avanzada edad
madura es suficiente para concitar en sí asuntos no relacionados entre ellos, pero
que al ser más frecuentes en personas mayores se nos aparecen como muy
próximos.
Akira
Kurosawa filmó en 1985 una película que recreaba la historia del rey Lear. Ran,
es su título, del japonés: 混沌, cuyo significado es "caos" o
"miseria". Relatos y conceptos que aunque de distinta consistencia y
particularidad pueden incidir en la angostura de una edad en la que tantos ya
nos vamos adentrando.
¿Caos, miseria? ¿No son esos los interrogantes que
persiguen de diversa manera al rey Lear, un anciano que decide dejar la
dirección de su reino a sus tres hijas, con el fin de poder vivir tranquilo sus
últimos días y que es traicionado y abandonado por dos de ellas?, ¿qué persigue
a los diagnosticados de Alzheimer?, ¿qué preocupan hondamente a los ancianos en
general cuya salud entra en una fase crítica tal de hacerles totalmente
dependientes de familiares o enfermeras ?
He comentado estas cosas muchas veces con amigos de mi
edad y prácticamente todos coinciden en que llegados a cierto punto de
deterioro de estado mental o físico se plantearían dejar la vida. Hay cosas que
no se dicen pero que pueden estar incisivamente en el pensamiento cuando uno
empieza a hacer equilibrios de funambulista en los márgenes de la edad
avanzada. El saber popular lo retrata con dichos como aquel que dice: cuando
las barbas de tu vecino veas pelar echa las tuyas a remojar. En remojo más o
menos constante tenemos nuestros pensamientos cuando sabemos de amigos que
fueron diagnosticados de enfermedades sin retorno. Una detalle que agradecí el
pasado miércoles en la salida de reencuentro de los antiguos socios del Navi,
fue que los organizadores se acordaran de los amigos que nos habían dejado
definitivamente. A la entrada del restaurante habían colocado un mural que recogía las
fotografías de todos los que ya no podrían asistir a encuentros y reuniones
porque había dejado de existir, convertidos a la postre en polvo o pasto de los
gusanos en ocho o nueve años, al decir de Shakespeare (HAMLET:
¿Cuánto tiempo puede estar enterrado un hombre sin corromperse? ENTERRADOR.- Si
no estaba ya podrido antes de morir -como sucede actualmente con muchos cuerpos
delicados, que no hay por donde cargarlos-, podrá durar cosa de ocho o nueve
años). Agradecido recuerdo por los que nos dejaron, por su amistad
y compañía, aunque si bien, a burro muerto, cebada al rabo, es decir que de
nada les sirve a ellos nuestros agradecidos recuerdos.
A esta hora de la noche, en que el fuego de la
chimenea ya no me acompaña y en la que el silencio era la balsa en la que se
mecían mis pensamientos, le ha sucedido el melodioso e incansable canto del
ruiseñor que ha tenido la gentileza de tomar los árboles de nuestra parcela
como refugio de ocasión para hacer sus requiebros amorosos. Preciosa madrugada
para recordar a Hamlet y su encuentro con los enterradores aunque sea con la disculpa de una tarde de teatro o un concierto de Neil Diamond.
Que queramos a toda costa vivir en la certeza de que
somos conscientes de nuestra existencia en todo momento puede llevarnos a
considerar un viaje definitivo a Suiza o cualquier otro medio, sin embargo, ya
lo dije, contemplando esta noche el concierto de Neil Diamond, realmente esa
actuación introduce una importante variable.
Sí, ¿hasta cuando merecerá la pena vivir, seguir
viviendo?
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