El Chorrillo, 24 de abril de 2023
Anoche
me encontré con una pequeña joya en El sentimiento en la montaña, una
pequeña joya que acaso explica mi comportamiento en los últimos meses empeñado
en dar perfil a ese viejo concepto que llamamos amistad. Me gustaría saber de
quién es esa línea y media que tanto me ha llamado la atención, porque es el
caso que lo que allí se dice me sucede con bastante frecuencia. Se hablaba en
el libro de Juanjo San Sebastián, concretamente de su obra Cita con la
cumbre, de la que se dice uno sale de su lectura casi con congelaciones y,
sobre todo, amigo de todos sus protagonistas. Justa afirmación porque
fue precisamente lo que sentí cuando terminé la lectura del libro de Juanjo;
tanto fue así que al día siguiente ya traté de contactar con él. No cejé en
ello hasta poder comunicarme directamente con él y conseguir que en algún
momento podamos compartir unas cervezas o una comida con amigos comunes.
Me
encanta esa idea de que de la lectura de un libro de montaña uno salga siendo
amigo de sus protagonistas o de sus autores. Más que eso diría. Existen muchos
libros que gustamos con placer, su altura literaria, el relato que nos conmueve
o alumbra ciertas verdades, la profundidad con la que penetramos en el alma de
los personajes o en la complejidad de los asuntos, sin embargo hay autores con
los que nuestra empatía va más allá, autores con los que nos sentimos en cierto
modo hermanados, parte el autor y tú
mismo de parecidas enardecidas pasiones, de similar filosofía de la vida, de
parecidos amores y, en este caso Juanjo San Sebastián quizás sea uno de los
ejemplos más propios después de haber leído alguno de de sus libros.
Los
autores al referirse a Juanjo son prolijos en las citas de sus libros, tanto
como lo son mis propios subrayados en la obra, que indican, como si ello fuera
una barricada contra el olvido, la fecundidad con la que el lector, yo mismo,
se ha sentido emocionado a través de la
lectura de las páginas de un libro.
Reviso
mis querencias, aquellas que me han hecho sentirme amigo de un autor o de
alguno de sus protagonistas, y así de inmediato recuerdo a Joseph Conrad, cuya
escritura los autores de El sentimiento de la montaña, describen como
“una profunda reflexión sobre el ser humano, una búsqueda interior, que de
alguna forma es un punto de contacto con las grandes aventuras de montaña”. Me
sucede con Diemberger en su lucha por salir vivo del K2, donde su compañera
Julie dejará la vida; con Martinez de Pisón en los últimos libros que estoy
leyendo o en El territorio del leopardo, cuya excepcional erudición me
abruma un tanto, pero en quien encuentro en sus relatos y en el largo
seguimiento de sus dos últimos libros una viva similitud de sentimientos
relacionados con la naturaleza y la montaña. Me pilla sin embargo lejos Messner
o Kukuczka o Kurtyka, aunque los lea con gusto. Me siento por el contrario
cercano, y mucho, a Casarotto y a Goretta; a Nives Meroi y su compañero Romano
Benet; y bueno, muy cerca muy cerca de la entrañable personalidad de Bonatti,
que naturalmente desborda por otra parte su faceta de autor para añadir el plus
de su enorme humanidad.
Es un
asunto apasionante esa relación que tenemos a lo largo de la vida con autores y
protagonistas de los libros que hemos leído desde la infancia, desde cuando un
maestro escuela –hermoso recuerdo siempre de aquella persona que nos enseñó a
leer– nos introdujo en el maravilloso mundo de la lectura–. Poder leer, uno más
de esos milagros de que hablaba ayer por aquí. Porque ¿quién sería yo, tú,
cualquier hombre de cultura y apasionada vida sin esa compañía que hemos tenido
siempre de los libros? ¿Qué seríamos si en nuestras manos no hubieran caído
aquellos primeros libros de entonces, Emilio Salgari, aquellos tebeos de
aventura; y así nada más aprender a leer enseguida todos aquellos volúmenes que
con sus relatos, sus interrogantes, su filosofía de la vida, las vidas de
hombres notables, los cuestionamientos sociales y religiosos, el conocimiento, dieron
consistencia y relieve a nuestra vida? Y
con ello la relación que establecimos con autores y protagonistas junto a los
que vivimos extraordinarias aventuras unas veces, otras se nos humedecieron los
ojos, las más fuimos descubriendo el mundo y profundizando en el conocimiento
de las personas.
Esta
tarde mismo leyendo sobre la vida de Luis de Saboya, duque de los Abruzzos, en
el libro de Pisón Sebas y a través de cuya lectura descubría la formidable
personalidad de una persona que amén de su faceta aventurera, de seguir la
línea hereditaria del gobierno en España acaso hubiera cambiado nuestro rumbo
político y social si es que su padre, Amadeo de Saboya, hubiera tenido la
paciencia de soportar la ingobernabilidad de un pueblo lastrado por monarquías ineptas
y gobiernos que poco hicieron para incorporarse a los cambios que en Europa se
produjeron en aquella época.
Personajes,
autores que son parte de nuestro sentir como lo son los alimentos que nutren nuestras
células. Amigos, buenos amigos los libros y autores a los que estar tan agradecidos.
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