miércoles, 5 de abril de 2023

En busca del silencio

 

Cima del Bisaurín

El Chorrillo, 5 de abril de 2023

No sé si hago bien con este vaivén de una montaña a otra de la península. Si hay algo que no me gusta nada es la masificación, y con ellas las normativas que dicen proteger el medio ambiente. Pienso en los próximos días marchar a Andalucía para seguir vivaqueando en los techos del sur y de momento ya en Grazalema me encuentro una larga lista de espera para ascender al Torreón, techo de Cádiz. Esta tarde, conectando con este tipo de problemas se me ocurrió interesarme por lo que sucedía en el Teide y ya me dejó del todo desanimado. Listas de espera kilométricas para ascender a su cumbre, prohibición de subir a la cima entre las 21 y las 6 de la mañana, de vivaquear nada, unos reducidos espacios mucho más abajo de la cima, corralillos también con lista de espera. Miro por encima las estadísticas de las ascensiones al Teide y sí, son monstruosas. Y los responsables del parque defienden sus restricciones, con razón, pero lo que nadie dice es a qué se debe esa masificación. ¿Quién ha provocado la masificación del Teide sino los responsables de la autorización del teleférico? ¿Quién degrada el Teide haciendo que el volcán se convierta en la calle Preciados en Navidad? Y al rato, como también quisiera  vivaquear en el Mulhacén, al que subí hace más de un siglo y desde la solitaria vertiente norte, y del que poco o nada recuerdo, pues para allá me voy con el Google Maps, y lo que veo tampoco me gusta. Me horroriza lo que el esquí ha hecho de tantos bellos rincones de nuestras montañas y los Alpes.

Y acostumbrado como estoy, salvo raras excepciones, a no encontrarme un alma en mi camino, estas cosas  producen en mí un cierto desajuste del que no sé en ocasiones salir. Por los años que me puedan quedar de vida no creo que las cosas vayan a ir mucho más a peor de lo que hoy están, pero me temo que en una pocas décadas esto de vivaquear, vivir las noches en la soledad de las cumbres, será totalmente imposible, primero porque los prohibidores de toda condición querrán controlar hasta la cantidad de aire que respiramos y el dónde y el cómo podremos soltar una ventosidad, y segundo porque esa masificación que se observa ante la Gioconda y cualquier rincón del mundo de interés, o simplemente para moverse por los alrededores de Peñalara, se trasladará a todas las montañas y ya no habrá dios que pueda tener un minuto de soledad y silencio.

Triste futuro el que nos espera en el que la masa, regida por principios de gregarismo regulados por el mercado y sus mercaderes y por la propia inercia de ésta a ir donde va Vicente, terminará por hacer imposibles todas esas sensaciones, que eran desde que conocimos las montañas nuestro pan y sustento. Las sensaciones se degradan cuando la multitud se hace presente.

También sucede que el planeta cada vez se nos hace más pequeño, y cuando el nivel de vida en China convierte a los millones de usuarios de las bicicletas en conductores de automóviles el caos es inevitable. Si la masificación en las visitas a los museos y la de los lugares más llamativos del planeta ya está aquí, cómo no va a estarlo la montaña, los lugares naturales más bellos.

Y a punto de coger el petate y marcharme para encontrarme de nuevo con la soledad de las cumbres empieza a hacérseme un nudo en la garganta pensando en lo que me espera. Y pienso en Gredos, por ejemplo, no en el Circo precisamente, en las gargantas del sur o del norte, en el silencio de sus cumbres más allá del Belesar y La Galana y casi me dan ganas de dar por concluido este proyecto de organizar mi vivac en todos los techos del país para buscar el silencio de lugares remotos a donde no haya llegado todavía el ruido del exceso de gente.

¿Y si en vez de guiarme por un criterio de altura, esa manía de las colecciones, me guío por otro más acorde con mis gustos, el silencio, la soledad, la sencilla belleza de algunas montañas menos visitadas?

Victoria me leía anoche junto a la chimenea versos de García Montero, aquellos de tras la muerte de su compañera Almudena Grandes, y oyéndola sospechaba que la realidad, la profunda realidad, siempre se esconde tras la apariencia de una falsa realidad. Que a la realidad sólo podemos acercarnos como quien intenta abrirse camino en un poema de Elliot o César Vallejo, por aproximación y teniendo la certeza de que nunca seremos capaces de apresar ésta con plenitud. Andamos en la vida debatiéndonos entre realidades distintas, buscando nuestro hueco, esa parte en la que nos encontramos más cómodos. Buscamos nuestro lugar en el mundo, el hacer que nos es más afín, y dentro de ello el papel que juega la Naturaleza es realmente de primer orden, tan de primer orden me parece como el que pudiera representar Almudena Grandes en el sentimiento de García Montero. No creo exagerar. Bastaría imaginarnos vivir en un mundo donde no existieran los árboles, las plantas, las montañas, la naturaleza en general. Probablemente subestimamos la importancia de la Naturaleza en nuestra vida.

De ahí el drama de un mundo en donde ésta poco a poco va perdiendo terreno, por una parte frente a la masificación, pero también frente al irresistible empuje de los negocios y los lobbies que palmo a palmo se comen las montañas, las costas y todo aquello de donde se pueda seguir alimentando la insaciable sed del dinero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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