El
Chorrillo, 4 de abril de 2023
Así
que en este primer round relacionado con las premuras del tiempo me pareció que
podía descartarlo; cada vez me corre menos prisa nada y las cosas se van
ralentizando. Debe de ser que Keemiyo y su filosofía de la vida está calando también,
que ya se sabe que las cosas que uno piensa y siente son casi siempre
producto del drenado que produce la realidad en la que estás metido, cosas que
oyes, vidas que ves, libros que lees, ideas que te llegan, todo ello fluye dentro
de ti como por ósmosis. Que es lo que me está sucediendo últimamente con los
libros de montaña que leo, con una excepción, la de los libros de Antonio Ruiz Munuera
que son otra cosa y que de puro inesperados, unas veces porque aplica la lupa
sobre fragmentos mínimos de la realidad, de montaña hablo, con el afán del
entomólogo y resultan unas magníficas instantáneas, otras porque revive a
personajes, alpinistas, pintores, en una inesperada primera persona que
cautiva, o como ayer noche que rompía a reír una y otra vez leyendo las
peripecias de escaladores a la búsqueda de un cargamento de yerba de una
avioneta de contrabandistas enredada en las ramas de un árbol que había dejado
el lugar inundado de canabis, o la historia de dos “expertos” de la montaña
perdidos en la niebla tratando de encontrar su camino en un mapa de escala
1/250.000.
Con
la excepción de estos últimos libros, decía, los de Munuera, mis lecturas, las
de Pisón y Sebastián Álvaro, pese a su “descomunal dimensión” :-) me están
produciendo un benefactor efecto que consiste en recordarme página a página de
dónde venimos y a dónde vamos en eso de la montaña. Creo que días atrás
utilizaba una fea palabra, rutinización, para referirme a esa situación que se
produce cuando después de muchos años, actividades que tenían el aliciente de apasionarnos
hasta el fondo del alma, van perdiendo gradiente poco a poco hasta quedar desposeídas,
en poco o en mucho, de la ilusión, del ímpetu, de la gracia de las primeras
miradas, del apasionado calor de los primeros encuentros con la montaña.
A ver
si logro agarrar la idea antes de que se me escape. Sí, creo que de lo que
escribía días atrás era de volver a las fuentes, a las fuentes de la emoción. Y
quizás leer tan extensamente en la semana precedente en El arte y la montaña, sobre personajes, pioneros, artistas de
pasados siglos; leer de ellos y de su impetuoso sentimiento hacia las montañas
reflejado en cuadros, poemas, libros de viajes, relatos de incursiones en los
Alpes cuando sus cumbres todavía no habían sido holladas por el hombre;
recuperar en De Saussure o Senancour la primera admiración por el mundo alpino (“la
evidencia de que la montaña es, sobre todo, la idea que nos hagamos de ella y
que lo importante es la relación directa que establecen el hombre y la montaña
es la genial aportación al concepto de aventura de De Saussure”); profundizar
en el mundo romántico que envolvía a toda esa naciente troupe que descubría en la montaña retazos de un mundo
sublime por delante… todo ello tengo la sensación de que está alentando una
renovada percepción de la montaña, como quien redescubre sus raíces y vuelve
de algún modo a renovar los votos, no aquellos de pobreza, obediencia y castidad
de los religiosos, sino aquellos con que cándidos e ilusionados nos dirigíamos
cada fin de semana a Galayos, a Gredos o a
¿A
qué servía tanta lectura?, seguía preguntándome mientras continuaba con mi
pedaleo y allá por poniente el sol empezaba a declinar precisamente en estos
días por las cumbres del Circo de Gredos. Y comenzaba a darme cuenta de que hay
que leer, hay que seguir leyendo a los pioneros para conseguir recuperar la
plenitud de nuestros primeros encuentros. El concepto de ir a la montaña se
está contaminando, escribe Martínez de Pisón, y se refiere a unas palabras de
Nives Meroy cuando habla del Himalaya afirmando que allí ya no hay espacio para
los alpinistas porque la cordillera se ha convertido en un mundo de turistas de
altura. El espacio del que habla Nives Meroy tiene que ver con la aventura, con
el silencio, con la soledad, con el tú a tú con la montaña que poco a poco se
diluye, por mucho que sigamos haciendo ascensiones y atravesando bosques, en
una actividad mucho más liviana de lo que querríamos que fuera. Quizás pensar
lo que significa hoy ir al Circo de Gredos, siempre tan concurrido ahora, y lo
que significaba en los años sesenta acercarse a él en invierno, recorrer la
integral con el frío y el silencio rodeando aquel magnífico entorno, hacer las
Altas Rutas de entonces y compararlo con esa enésima vez en que lo visitamos
ahora puede aproximar lo que quiero decir.
Los
libros que de algún modo nos transportan al tiempo de los pioneros con sus
sentimientos intactos, su espíritu aventurero abriéndose como una flor a lo
desconocido, a los hielos, a los glaciares, a aquellas cumbres que hasta
entonces sólo habían sido el decorado lejano de los lugareños, de los prados
donde pacían las vacas y se recogía el heno, tienen el encanto de un mundo
perdido, pero que en cierto modo es posible resucitar con la lectura. Es
difícil, sí, abstraerse de las multitudes y el tráfico que atraviesan las
Dolomitas o del turismo que pueblan los Alpes suizos o el valle de Chamonix,
sin embargo hoy tenía la impresión de que con el empuje de la lectura quién
sabe si algo de ese mundo todavía se puede recuperar. De momento estos libros
de Pisón y Sebastián algo me están ayudando, tanto como para empezar a pensar
un verano en Alpes acompañado de novelas como Obermann; acompañado por la impronta de los pioneros, por la poesía
y la escritura que recorrieron aquellas montañas. He atravesado los Alpes de
parte a parte cuatro o cinco veces guiado siempre por la idea de cubrir grandes
recorridos por lugares cada vez nuevos y, ahora, al calor de la lectura, lo que
me viene en mente es la posibilidad de intentar meterme en la mentalidad de los
caminantes que los atravesaron uno o dos siglos atrás; no sólo caminantes,
poetas, escritores, aventureros. Es cierto que es imposible cerrar los ojos
ante el avance del turismo y sus infraestructuras, pero sí creo posible sustraerme
de tanto en tanto a su presencia, cerrar los ojos e imaginarme en Montenvers
frente a
Les
pedimos a los libros, yo se los pido, al menos, que nos emocionen, nos
descubran ideas nuevas, nos animen a encontrar caminos diferentes y, en el
caso de los libros de montaña a los que me refiero, les pido que renueven y
profundicen mis sentimientos hacia las montañas y todo lo que ellas encierran.
Sería perfecto que después del empacho de lectura que me he pegado durante el
invierno y parte de la primavera pueda llegar a tener una relación con ellas
todavía más pasional, más hermosa.
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