lunes, 13 de marzo de 2023

Sobre “héroes”, el placer de conversar

  



El Chorrillo, 13 de marzo de 2023

Recibo de mañana un guasap de mi amigo Toño que, atendiendo a mi post de anoche que hablaba de “héroes”, por cierto que en él olvidé colocar las debidas comillas, me decía algunas cosas interesantes sobre las que merece la pena volver. En él me comentaba que hay dos clases de “héroes”. De una parte hablaba Toño de congreso de Solvay de 1927, fundado por el belga Ernest Solvay en 1912, en donde se reunieron un total de 29 físicos, 17 de los cuales eran o acabarían siendo premios Nobel. Todos ellos, héroes en el sentido más literal de la palabra, aportaron su óbolo para hacer de este mundo y esta sociedad un lugar más habitable, me comenta Toño. En la fotografía de más abajo está reunida, probablemente, la mayor cantidad de genialidad que ha conocido la humanidad, decía. Ninguno llegó a ser millonario, ni a dirigir masas ni naciones, ni sus gestas las cantaron los juglares. Pero la humanidad sin ellos no sería la misma. Estaríamos cocinando con troncos de leña, iluminándonos con velas de cera y candiles de aceite y moviéndonos en carretas de tracción animal.




Añadía: De otra parte están Ramón, Juanjo, Silvia y tantos héroes épicos que de alguna manera se mueven al filo de lo imposible echando un pulso a una vida en que la incertidumbre danza amenazante sobre ellos como espada de Damocles. Héroes estos últimos que por su sencillez y su desprecio por las alharacas encuentran en nuestro corazón una especial acogida.

Yo no soy ni María Moliner ni la RAE para pretender definir lo que sea o deje de ser un héroe, sin embargo sí pretendo que se me entienda cuando uso esta palabra, que no se corresponde exactamente con el significado que se le da corrientemente. Quizás cuando Toño dice que sin los héroes la humanidad no sería la misma, que estaríamos cocinando con troncos de leña e iluminándonos con velas de cera y candiles de aceite, empezaríamos a sacar de la ambigüedad a ese concepto. Gente que alumbra el camino a los otros, que fuerza los límites de la inteligencia, que empuja más y más allá los límites de sus propias capacidades. Si el hombre dejó atrás las ramas de los árboles, empezó a caminar erguido, abandonó la oscuridad de las cavernas, aprendió a manejar el fuego o a construir utensilios, exploró los alrededores, emigró desde África a Europa y aprendió a protegerse del frío con prendas y abrigos, inventó la agricultura y más adelante, inquieto, quiso saber qué había más allá del océano que bañaba las aguas de Cádiz, se lo debe a los héroes de toda condición que sobresaliendo de entre sus congéneres empujaron la civilización y su ser persona hacia delante mejorando tanto su capacidad intelectiva como sus condiciones de vida. Y ya, cuando las necesidades más elementales fueron satisfechas, también esos otros héroes que Toño llama épicos, aquellos cuya heroicidad acaso no aporta un beneficio social, pero que muestra descarnadamente la energía interna que mueve al hombre a empresas en las que sólo el hombre y la mujer son el objeto de su aventura.

Si el viento hace al águila, como afirmaba Goethe, la incertidumbre, el esfuerzo, el probar nuestros límites hacen al hombre, y más específicamente al “héroe”.

Cambio de asunto. A ver si soy capaz de concretar lo que me rula por el cerebro. Yo le había propuesto a Toño, que tiene una linda casa en las cercanías de Gredos, y que disfruta de la amistad de algunos de esos que justamente hemos llamado héroes, reunirnos en alguna ocasión allí para pasar un rato de tertulia al calor de una sencilla comida. Sin embargo sorpresivamente a vuelta de mensaje me contesta que no está muy animado, que su estatura intelectual y épica no está a la altura de esas personas. Lo que se cuece aquí es la relación entre el cielo y la tierra firme que pisamos los mortales corrientes. En Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, una de las obras inmortales de la literatura latinoamericana, centrada en el personaje de Martín, un hombre en busca de sí mismo, el escritor argentino expone su particular visión sobre la soledad, un asunto con el que ando en litigio dada mi disposición desde siempre precisamente a esa soledad. Así que puestos a curarme de esa disposición que tanto me place pero que en ocasiones puede ser una barrera para la comunicación con los otros, lo primero que se me ocurre es explorar la posibilidad del encuentro con gente interesante, una debilidad que no podría satisfacer si me arrugara ante la idea de encontrarme con personas que admiro y que con sus libros o sus hechos han alimentado parte de mi mundo interior.

Días atrás, por ejemplo, lamenté no haber charlado lo suficiente en la Sociedad Geográfica Española, fuera por no tener idioma común o por simple timidez, con Sylvain Tesson, alguien a quien admiro tanto por su actividad aventurera como por la lucidez de sus libros; cosa que después intenté arreglar escribiéndole un email. Sucedió luego que en el mismo acto también me encontrara con Eduardo (Martínez de Pisón), un encuentro tan cordial, el tomándome del brazo y diciéndome: a ver si hablamos, lo que me hizo pensar que acaso los cielos y la tierra también merecen un cordial encuentro, que acaso los “héroes” algo tienen que compartir con los pelagatos, que la cordialidad, la amistad, la montaña y todos los asuntos que conciernen a la condición humana no entienden ni de clases sociales ni de rangos intelectuales. (Por cierto, quizás algún día cambie el nombre de este blog por Diario de un pelagatos, un término que me gusta. Hay quien prefiere el título de conde; yo me siento mejor en el papel de pelagatos).

Le he pedido a Toño permiso para reproducir aquí parte de su mensaje, y como ha accedido incluyo aquí mi respuesta. Creo que así se entenderá mejor lo que quiero decir: “Ja, qué gracia me haces, tú, que has leído más de 6000 libros, hablando de tu insuficiente altura intelectual. Pobres héroes si sólo les dejamos la oportunidad de hablar entre ellos, se aburrirían como ostras. Ya tenías allá a los dioses sobre los campos de Troya, eran totalmente incapaces de estarse quietecitos en su Olimpo sin participar en las pugnas y disensiones de aqueos y troyanos. Churchill y Stalin, sentados frente a un café con leche se repartieron el mundo. Probablemente sus inteligencias no estarían mucho más allá de tanta gente inteligente que en aquellos momentos paseaba por Hyde Park en Londres; y no imagino de manera muy diferente a Einstein haciendo alguna digresión sobre el tiempo y el espacio con amigos ajenos a la física, esa dimensión psicológica que en definitiva es la que cada uno vive en su propia piel, y no aquella otra de la física cuántica.

“A lo que hay que aspirar, pienso yo, es a ese tipo de amistad como las de Montaigne-De la Boétie, ese clima en que las discusiones, el monólogo que mantenemos con nosotros mismos pueda compartirse, y enriquecerse por tanto, con la gente con la que compartimos sentimientos, ideas, esas cosas. Creo que tenemos una imagen deformada de esos “héroes” de que hablamos; todos somos de carne y hueso, y seguro que si nos encontráramos con Unamuno mañana en el Prado de las Pozas de Gredos, una interesante conversación estaba asegurada.

“Obviamente yo no puedo disentir contigo, un sabio en astronomía o cocina, o sobre vinos, pero la realidad es tan magníficamente compleja y amplia que de sobra tendremos para muchas e interesantes conversaciones, sea sabio o no el interlocutor que tengamos delante. Es de cajón que si te encuentras con Sito Carcavilla, con quien tanta amistad te une, no te vas a pasar la tarde hablando solamente de Geología. ¿Sabes cómo define Ambrose Bierce en el Diccionario del Diablo al ignorante?: Un ignorante es una persona que siempre sabe algo que tú ignoras”.

Moraleja: Hay que dar las gracias a esto de las redes sociales porque viviendo Toño y yo a muchos kilómetros de distancia, difícil nos sería sentarnos cómodamente con frecuencia uno frente a otro para hablar de lo divino y de lo humano, como decía el amigo José Mijares hace unas semanas. Y que habiendo sin embargo esta distancia por medio podamos suplirla por escrito y además compartirlo con otros curiosos amigos aficionados a la conversación, me parece un gran regalo que nos proporcionan los avances técnicos. A veces imagino que si algunos de los que se aproximan a este blog, a estos monólogos que me traigo, nos pudiéramos sentar alrededor de unos cafés a charlar sobre lo que se tercie, seguro que ello concluiría en una agradable tertulia de la que los aficionados a la conversación disfrutaríamos independientemente de la altura intelectual de los tertulianos, porque si de verdad somos similares en algo las personas que amamos las montaña, la amistad y todo lo que concierne a la naturaleza, es, creo, en esos  sentimientos y sensaciones que brotan como manantial sereno de nuestro interior al albur de nuestras mutuas aficiones.

Así que lo mismo si nos atrevemos un poco algún día podamos encontrar la oportunidad de formar un corro de conversadores alrededor de un café o una cerveza, eso que llamamos una tertulia, todo un mundo abierto a charlar de lo que se tercie, montañas, literatura, cine, la vida… ¡Sería un placer!

 

 

 

 

 


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