El Chorrillo, 14 de marzo de 2023
Esta noche acompaño mi lectura con música de Edith Piaf y Serge Gainsbourg, algo poco corriente en mí porque generalmente la música me distrae de la lectura. Hoy es excepción, leo un libro ilustrado que habla de la poeta argentina Alejandra Pizarnik. Cada vez que la autora, Ana Müshell, pone un disco en su relato yo lo tecleo en Spotify y me sirve de fondo a la lectura. Es un libro triste. Desde hace días leo poemas de Pizarnik también, la muerte siempre rondándole en el ánimo, versos cargados de imágenes sobrecogedoras que en todo momento preludian lo peor. Mientras tanto sigo con las gomas en los pies fortaleciendo los cuádriceps de mis piernas tocadas por la condropatía. En la chimenea, pese a que la temperatura es primaveral, danzan las mismas llamas del invierno.
Todo recuerda esos periodos de tristeza profunda cuando parece imposible salir de un pozo desde donde todo se ve oscuro y desalentador. La lectura ha dejado un noséqué dentro de mí que quizás me ayuda a entender ese alma en pena que es la de Alejandra Pizarnik. El dolor y la tristeza también son una almohada en que recostar un trozo del alma. Uno se recoge dentro de sí y deja que el dolor del mundo y el propio permee el ánimo. No es desagradable. En general se huye de este estado que se considera pernicioso o insano, sin embargo yo no estoy nada seguro de ello, he comentado alguna vez cómo la acidia y la tristeza de Chopin le llevó a crear obras de gran belleza cuando vivió en Valldemosa. Yo nunca desecharía de mi vida aquellos largos meses en que una infinita tristeza recorría mi cuerpo como consecuencia de uno de esos naufragios amorosos que te rompen el alma. Más, lo mejor que he podido escribir nunca desde mi humilde condición de aficionado a los versos lo hice entonces. La profundidad con la que el ánimo bucea en estas circunstancias dentro de uno arranca de los rincones más apartados del ser pequeñas perlas de dolor que es posible que cristalicen en elocuente y sentida escritura.
Es falso que el dolor y la tristeza deban ser rechazadas de plano. Recuerdo que cuando leí El libro de las quimeras, de Cioran, no terminaba de asimilar aquello de que “tendríamos que cultivar los estados únicos para sumergirnos en los placeres de la muerte”. “Un látigo puede sacar de una muerte más vida que un sinfín de goces”, escribe. Creo que Cioran publicó este libro a los veintipocos años, una edad inverosímilmente temprana para expresar ideas de un modo tan vivo si es que no se ha vivido en su propia piel una experiencia muy dolorosa. “Toda la angustia que sigue al sufrimiento mantiene al hombre en una tensión tal que ya no puede ser en lo sucesivo mediocre”. Cioran parece invitar continuamente al lector a sacar partido de sus momentos críticos, de su dolor: “La única arma contra la mediocridad es el sufrimiento”. Se tiene la impresión de que su búsqueda tiene relación con la búsqueda de fuerzas que palpitan desconocidas dentro de uno y que para llegar a ellas es necesario en cualquier caso alguna dosis de sufrimiento, acaso rozar alguna clase de límites. Leí en una ocasión que algunos yoguis reteniendo la respiración por encima de ciertos límites insoportables alcanzan un estado anímico superior de percepción y de simbiosis con el Todo.
Leyendo a Alejandra Pizarnik algo de eso parece percibirse en sus versos, a alguien que inmerso en unas condiciones anímica muy difíciles desde la infancia es tocado en su más íntimo ser por una especial iluminación en la que la inspiración encuentra válidos nutrientes para desarrollarse. Algo que en condiciones de normalidad es imposible alcanzar, se logra cuando el sujeto es sometido a situaciones de vivencias excepcionales. Como si la excepcionalidad fuera la condición para cierta clase de creatividad, de percepción de la realidad. Lo absolutamente normal no parece que sea la mejor condición para suscitar la inspiración. Somerset Maugham ironizaba sobre este particular en El filo de la navaja diciendo que el pacífico pueblo suizo lo único que había logrado producir, de inventar, a lo largo de toda su historia era el reloj de cuco, un resultado muy diferente si lo comparamos con países que vivieron grandes crisis, que como Alemania, Francia o Reino Unido desarrollaron una floreciente literatura, música o avances técnicos en medio de convulsos movimientos bélicos.
Aquello que expresaba Camus de que sólo se aburren los imbéciles o que Cioran expresa diciendo que sólo conocen el hastío quienes carecen de un contenido interior profundo y no pueden mantenerse vivos más que por medio de estímulos externos, probablemente tiene que ver con que entre aquellos y éstos existe la diferencia que otorga la posibilidad de encerrarse en el silencio de sí mismo. Y en este sentido la tristeza, la enfermedad, serían factores que a la fuerza nos ponen en una situación proclive a centrarnos sobre lo individual, aislados un tanto del mundo en nuestro desespero, se abre un espacio hacia nuestro interior que facilita la introspección y la vivencia de la realidad con una mayor intensidad.
Probablemente para Pizarnik, que se suicidó a los treinta y seis años, su estado de ánimo fue un elemento determinante en su creación literaria. Al menos en lo que llevo leído hasta ahora, la tercera parte de su obra poética, la intensidad con la que continuamente sus versos rodean el abismo de la muerte es constante. La muerte nutre de continuo sus páginas.
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