miércoles, 29 de marzo de 2023

Rousseau, las montañas y el orfanato

 


El Chorrillo, 30 de marzo de 2023

La teoría, la práctica y la prédica que, como en Rousseau, puede llevarte a pensar que lo que fluye en la mente como buenas intenciones quizás sea tan sólo una bonita cosa digna de vender al prójimo,  teoría sentimental, esa que a todos puede parecer deseable pero que tropieza escandalosamente con la vida de uno. Qué credibilidad, credibilidad íntima, puede tener Rousseau cuando lo que sale de su propio cuerpo, sus hijos, de la más profunda intimidad, lo abandona como un producto fallido de su propio placer. ¿Cómo se pueden sostener estos sentimientos tan elevados y a la vez deshacerte de tus propios hijos, algo mucho más connatural con la naturaleza humana, antes que toda la Naturaleza, todas las pedagogías, todos los elevados pensamientos?

Rousseau amó los Alpes, escribe Pisón, y sin embargo Rousseau no ama a sus propios hijos a los que abandona en un hospicio. Había empezado a leer en la página 288 de La montaña y el arte, donde se habla del Emilio, obra en la que se compendia el arte de enseñar y aprender de la época, la obra sobre la que se sustenta una considerable parte de la Pedagogía posterior a Rousseau, y de repente, coincidiendo con ese afán de autor que hace de la Naturaleza un bien superior que invita a amarla, a conocerla, a admirar su belleza, me surgió el espinoso interrogante de cuestionar la autenticidad, la sinceridad de las palabras del famoso pedagogo.

Y a mí, que me gusta hacer de abogado del diablo o de fiscal de los ángeles, según se tercie, quizás por explorar otros caminos que no sean los trillados que nos llevan a hacer de Rousseau el precursor romántico del amor a la Naturaleza, todas esas bondades de que habla Martínez de Pisón: “El campo es mi gabinete (…) allí trepo a los peñascos –escribía-, a las montañas, me hundo en los valles (…). Me parece que bajo los sombrajes de un bosque estoy olvidado, libre y apacible (…). Los prados, las aguas, los bosques, la soledad, la paz sobre todo y el descanso que se encuentra en medio de todo esto son reproducidos incesantemente en mi memoria”; a mí pues, me da por indagar en el interior de esa paradoja que es amar la Naturaleza y odiar a los propios hijos.

Creo recordar de la lectura de Ensoñaciones de un caminante solitario, un ejemplar que perdí y con él los subrayados, que en aquel libro Rousseau se mostraba como un individuo con un abultado complejo de persecución que terminaba alejándole del mundo, en parte por las disonancias que se producían en él con el resto de los pensadores de la época; un ser quejoso, quejica en ocasiones que se refugiaba en su cueva a rumiar sus desavenencias con el mundo. La lectura de este libro, del que por desgracia mi memoria sólo retuvo impresiones poco precisas, y el conocimiento de la vida privada de Rousseau, renacían esta noche de la mano al calor de las citas de Pisón sembrando dudas que me hacían poner en tela de juicio la sinceridad de un discurso que albergaba unas incongruencias dignas de retratar a Rousseau como persona de muy dudosa moral.

La facilidad que tenemos hoy para sondear cualquier asunto es tan grande que es imposible esconder las vergüenzas de nadie bajo la alfombra. Fue Voltaire el primero que hizo público esta paradoja que se producía entre las teorías pedagógicas de Rousseau y su propia actuación personal, la de un hombre que tuvo una amante fija durante treinta años, la lavandera analfabeta Thérèse Levasseur con la que nunca salía fuera de casa y que cuando tenían invitados no le permitía que se sentara a la mesa. Sin embargo lo criminal de este episodio fueron los cinco hijos que tuvo la pareja. Rousseau se deshizo de todos. Los entregó en contra de la voluntad de la madre a la beneficencia, a L'hôpital des Enfants-Trouvés.

No sé cómo calificar ese amor a la Naturaleza que expresa Rousseau constantemente en su obra; a mí me hace sospechar que la monstruosidad de entregar a todos los hijos a una institución de beneficencia, por muy que aquello fuera en otra época, cuadra muy poco con lo que dicen sus escritos, y aunque aparentemente sean dos asuntos distintos, sí les une un hilo conductor, me temo. Y es ese concepto tan usado, y banalizado, que llamamos amor. ¿Se puede concebir amor tan dividido, tan contradictorio, tan paradójico? O quién sabe, acaso su demediado yo, su desmedido ego hacía como la paloma que creyó que el mar era el cielo y que la noche la mañana.

Hace mucho que Rousseau me cayó mal, ya desde una temprana lectura de la Historia de la literatura, de José María Valverde, en donde se daba cuenta de comportamientos que ponían en duda su catadura moral y con ello la sinceridad de sus argumentos. García Lorca, cuando alguno se ponía pesado relacionándolo con los gitanos, lo que respondía era que para él los gitanos era tan sólo un tema. ¿Era la Pedagogía para Rousseau un tema sin relación alguna con la práctica, al menos con la práctica que él hacía de ella, y la Naturaleza un refugio para sus conflictos con el mundo?

 

 

 

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