Guille haciendo de cicerón por los murales de Lavapiés |
Venga, tú, pedalea. Paseamos en la plaza Conde de Suchil esperando la hora
de cita con la traumatóloga. Distraído oigo una voz de anciana a mi derecha que
dice: ¡Venga, tú, pedalea! Me vuelvo y mis ojos tropiezan con una pareja de
ancianos viejitos y arrugados que se aplican a pedalear en uno de esos aparatos
que el Ayuntamiento ha colocado frente a los asientos de la plaza. Él pedalea
también, pero no lo suficientemente enérgico para el gusto de la anciana.
Pedalea, que si no pedaleas te caes de la bici, o de la vida, que para el caso
es lo mismo. Leía hace poco en algún lado que la silla es la antesala de la
muerte. La anciana tenía una voz imperativa que venía a decir algo así como que
si hay que seguir viviendo mejor hacerlo con la mejor salud posible; así que
cada mañanita salir, dar un paseo por esta primavera que comienza, caminar,
hacer un buen rato de pedaleo mientras dan de comer a las palomas y, después,
para casa a prepara la comida. Así que a pedalear, que los años no nos cojan apoltronaos
en un sillón.
Donosura y cordialidad. Salidos del médico, una doctora todo cordialidad y
profesionalidad a la que no veíamos desde antes de la pandemia y que recuerda
perfectamente mis aficiones de trotar por las montañas y a la que he ido a
pedir consejo sobre el ácido hialúrico y el PRP, dos sustancias que se emplean
para las infiltraciones de rodilla, nos volvemos a encontrar con algunos
ancianos más. Uno de ellos, que derrochaba una aristocrática cortesía con una
pareja con la que se ha parado a hablar, me recuerda de inmediato a Tamames, al
que supongo con una cortesía parecida frente a los energúmenos que días atrás
bramaban en el Congreso (señorías tenían que ser) contra un anciano. Es peligroso
hablar de oídas, que ni vi ni oí las sesiones del Congreso, Dios me libre, pero
quiero imaginarme a ese señor mayor de 89 años poseído por una educación y unas
buenas formas que estaban totalmente ausentes en Sánchez, Patxi López, Joan
Baldoví y alguno que otro más. Gente ésta que, por lo que me dicen, tendrían
que haber asistido a algunas clases de primaria donde niños de seis años en
adelante aprenden educación y buenas formas.
En
estas estamos cuando Victoria me cuenta de la despedida de
Dos hombres grandes como castillos y entre
ellos una diminuta anciana. Hemos quedado
con Javier Orellana en la plaza de Tirso para conocernos y comer juntos, pero
como vamos sobrados de tiempo entramos en un bar. Ella es tan pequeña, está tan
arrugadita, que a la fuerza produce en mí una gran sensación de protección,
como la que derrochan esos gigantones panzudos que son sus dos hijos. Entra en
el bar arrastrando los pies y sostenida por ellos que la tratan como si entre
sus manos tuvieran un valiosísimo jarrón chino que se les pudiera caer de las
manos. Un rato después uno de ellos la acompaña al baño. Vuelven, el otro se
levanta para ajustarle la falda, mira por aquí y por allá para que todo quede
en su sitio. Hablan de una fiesta organizada por una escuela de música a la que
van a llevarla y donde una nieta de siete años se estrena tocando el violín. Ella
quiere ir a ese festival, pero uno de sus hijos bromea con ella… eso será si te
portas bien.
Javier Orellana. Total, terminado el aperitivo, enfilamos para Callao y
en Preciados nos sorprende un grupo de personajes ataviados a lo medieval que
promocionan las fiestas de su pueblo, Oropesa. En una terraza de la plaza de
Tirso esperamos a Javier que viene cargado con todos los bártulos de motorista.
Un tío enorme y seguro de sí mismo con quien vamos a pasar un agradabilísimo
par de horas comiendo y conversando. De entrada el encuentro con Javier, no se
lo digo, me recuerda un tiempo hace un par de décadas en que frecuenté las webs
de encuentros, y en donde cada vez que quedaba con una mujer era un verdadero e
interesantísimo enigma. Encontrarte con alguien de quien no sabes absolutamente
nada, pero que estimas interesante, es una situación sumamente curiosa, de la
que en general se sale con un muy buen sabor de boca. Aquello de las webs de
encuentros terminé por dejarlo en el momento en que me encontré con alguien que
satisfizo lo que por entonces buscaba, pero en términos generales, la propuesta
de encontrarme con “desconocidos” o poco conocidos pero que adivinas o sabes
que te une algo en particular, siempre me intriga. Y más todavía por mí mismo,
que arrastrando como he arrastrado buenos ramalazos de timidez siempre, hace
que me sorprenda viéndome cómo mi cuerpo responde a tales encuentros.
Lo interesante
de estos encuentros, aparte de que enseguida surjan temas de interés mutuo, es
descubrir cómo la vida, ese inapreciable bien de que disfrutamos todos los
sapiens, ha brotado, brota, en otros sapiens, cómo la vida se ha expresado de
tan diferente manera en unos y otros, cómo caídos desde la adolescencia en
espacios políticos, religiosos, laborales, culturales diferentes, cada cual ha
encontrado a lo largo de su vida su modo también distinto o similar de
relacionarse con el mundo en esos espacios. Nuestro cerebro es más curioso que
la leche, tanto posiblemente que si no hubiéramos desarrollado esa capacidad
quizás ahora estaríamos viviendo en cuevas. La curiosidad, el interés por temas
mutuos y, sobre todo el placer de saber, de escuchar, de conversar, de saborear
una sopa de mariscos, una copa de vino en compañía, nos tuvieron allí hasta el
momento en que otras obligaciones nos llamaron. Un muy grato encuentro y, seguro,
la certeza de volver a venos pronto, esta vez en el monte camino de Cancho
Gordo y con otros amigos.
Encuentro en Lavapiés con los locos del arte
urbano. Y despidiéndonos con un
abrazo tomamos la cuesta de Jesús y María rumbo a la plaza de Lavapiés. Y
atravesamos la plaza y a mitad de Miguel Servet vemos de frente a nuestro hijo
Guillermo acompañado por un nutrido grupo de estudiantes de instituto. Jo, vaya
sorpresa. Son estudiantes de París que están haciendo el consabido safari graffitero
por los murales de la zona. Guille, toda una autoridad en los murales del país y
en la promoción y creación de éstos, hace visitas guiadas por la ciudad y es
fácil encontrarse con él por distintas partes de Madrid donde los murales van vistiendo a la ciudad.
Despedidos los estudiantes, unos minutos después ya estaba con nosotros, él y
sus compañeras de curro Diana y Pilar.
Hermoso
este trabajo que se buscó Guille hace ya muchos años contactando con artistas,
promocionando espacios, gestionando con organismos y ayuntamientos la creación
de murales a lo largo y ancho de España en calles, estaciones de metro,
colegios y pueblos.
Todavía
quedaría nuestro encuentro en el Cercanías con una anciana de preciosa
cabellera cana con la que entablamos conversación, pero creo que por hoy es
suficiente.
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