jueves, 30 de marzo de 2023

Obermann y los Alpes: regresar a las fuentes de la emoción

 


El Chorrillo, 31 de marzo de 2023

A veces tengo la impresión de que pasamos la vida buscando, unas veces a nuestra otra mitad, la pareja que habrá de acompañarnos en el viaje de la vida, otras buscándonos a nosotros mismos en medio de una sociedad confusa en donde ser yo no es fácil, en ocasiones yendo tras el Santo Grial o El Dorado. Hoy, leyendo a Martínez de Pisón (y va para largo la lectura) en un capítulo que dedica a Obermann (1804), de Étienne Pivert de Senancour, tuve la intuición de que había encontrado el hilo tantas veces intuido de lo que mi ser interior busca de las montañas y de mi afición a la Naturaleza. Y es que perdidos hoy en la barahúnda de la masificación, de la creencia de que todo el mundo tiene acceso sin más a los réditos que la proximidad de la montaña aporta, de una sociedad que mastica y deglute todo como si su estómago fuera un saco sin fondo, uno tiene la impresión de que los valores, las experiencias, las sensaciones, las emociones, la plenitud que antiguamente proporcionaba la experiencia de los espacios salvajes, las cascadas, el murmullo de los arroyos, la violencia de las tormentas o la insondable soledad de los montes, se ha perdido o al menos se ha rutinizado al punto de que ya apenas experimentamos el fuego y el ardor de aquel amor primero. Recurro a un ejemplo, el relato de una ascensión en el año 1804 al Monte Perdido que quizás ilustre esta distancia emotiva que nos separa del sentimiento de entonces, y que precisamente porque muchos de nosotros hemos ascendido a esa cumbre, puede ayudarnos a ver la diferencia de que hablo. El relato, que recoge Pisón en su libro, es de Ramond de Carbonnières:  “A solas en estas cimas, que son los auténticos extremos de la Tierra, el observador, incitado al recogimiento por la grandeza del paisaje y el silencio del Universo, contempla sobre sí la inmensidad del espacio y a sus pies la hondura de los tiempos”. Una cima que nos es tan familiar, que ascendimos desde Pineta o Góriz, una o muchas veces, ¿es realmente capaz de suscitar en nosotros emociones tales? ¿No hemos perdido un tanto la sensibilidad ante lo grandioso de las montañas? ¿No sucede que recojamos sólo pequeñas partes de esa emoción primera que nos llevaba por primera vez a las montañas? ¿No resta el grupo, el ruido a nuestro alrededor, una parte considerable de esa emoción, de ese encuentro? ¿No será necesario volver a las fuentes, a las fuentes de la emoción, para desde un estado anímico más intenso recuperar la esencia del contacto con nuestras montañas?

Hoy, el encuentro con ese capítulo titulado Un libro austero (Obermann) puede hacer cambiar mis planes de aquí al otoño. En ellos este año había colocado montañas y senderos de los Alpes Dináricos, varios meses de recorrido desde Eslovenia a Albania por una ruta que atraviesa montañas cársticas y paisajes que me habían abierto el apetito para ya mismo en el mes de mayo; pero inesperadamente me encontré en el libro de Pisón, que desde hace días viene sugiriéndome temas para mi escritura, con ese notable personaje, Pivert de Senancour, que estoy empezando a barruntar puede hacerme cambiar todos los planes y expectativas para lo que resta de año.

Hablar de montaña con tanta frecuencia como lo hago, despierta en mí un afán de búsqueda de esencias que en ocasiones es la del ciego que alarga la punta de su bastón por delante de él intentando reconocer hitos y señales que le lleven por algún tipo de sendero que concuerde con esos afanes que bullen dentro de uno, indeterminados muchas veces, pero hambrientos de una forma de vida, de un encuentro con las montañas y la naturaleza más profundo y acorde con lo que el ser interior desearía en su relación con ellas. Y leyendo lo que Martínez de Pisón escribe sobre Obermann, y lo que después he rastreado del propio Senancour, que a diferencia de lo leído de Rousseau que termina por dejarme un rancio sabor en el paladar, lo que me ha sucedido es tan curioso como inesperado. De repente, yo que andaba rumiando proyectos más allá del Adriático o en el entorno de los Alpes y que había dedicado parte de la tarde a buscar información sobre grandes rutas para los meses próximos, leyendo citas de Obermann, una novela que cuenta la historia de un joven aristócrata que abandona Francia para vivir al pie de los Alpes, inesperadamente he empezado a comprender que acaso no debería preocuparme por la ruta a seguir, cualquier itinerario que se me pudiera ocurrir, sino por el cómo puedo afrontar varios meses de caminar por la montaña regresando a las fuentes, al sentir primero con el que viví aquellas primeras salidas a Pirineos o Alpes. No tanto el qué como el cómo. Me pregunto, ¿cabría atravesar los Alpes haciendo de ello, como escribe Martínez de Pisón, una experiencia íntima y soñadora? Alguien escribió de Obermann que es un bosque de símbolos donde Senancour propuso una «lectura del mundo». En la montaña «el alma se engrandece cuando encuentra cosas bellas e imprevistas. La sensibilidad produce encanto y tormento ante una naturaleza por todas partes abrumadora e impenetrable. Obermann no busca orientarse, procura incluso perderse, atravesar todo, no llegar a nada». «Allí el hombre respira el aire salvaje lejos de las emanaciones sociales; su ser es para él como el universo; vive una vida real en la unidad de lo sublime». Por todo esto, escribe Pisón, desde su fuente, el alpinismo es romántico, lo quiera o no.

En suma: «Si hay alguien que quiera buscar lo verdadero más para conocerlo que para glorificarse; si hay alguien que quiera el reposo y la fuerza (…) y vivir todas sus horas, que suba a los altos valles (…). Mirad, escuchad: allí todo es duradero (…): nieves de treinta siglos, bosques que sólo las tormentas han abatido, silencio romántico». «He visto los Alpes, otro mundo».

Y bien, ¿quién después de atravesar estas pocas páginas no desearía acompañar de aquel modo a Senancour/Obermann por los Alpes? Volver a las fuentes, cerrar los ojos ante la repercusión que ha tenido  el turismo y la masificación sobre las montañas para encontrarse de nuevo ante la montaña desnuda, una tienda de campaña a la espalda, un saco de dormir, unos pocos enseres y perderse por las montañas como un vagabundo a la búsqueda de sí mismo y de las esencias que las montañas encierran para aquellos solitarios privilegiados que las recorren sin prisas, puesto su ánimo en lo que ellas, tan generosas, pueden regalarnos.

 

 


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