viernes, 31 de marzo de 2023

Erotismo y montaña

 


El Chorrillo, 1 de abril de 2023

La idea de la montaña como objeto erótico se corrompe cuando deseamos llegar a todos los rincones con fotografías y vídeos, con los drones por ejemplo. El erotismo nos seduce porque en él, en el adivinar, en el entrever, en el ir descubriendo poco a poco la montaña, el paisaje, los torrentes se encuentra el gozo, no en el hecho de conocer con pelos y señales las laderas y los picos que tan pormenorizadamente nos sirven las nuevas tecnologías. Qué amante puede desear menos que encontrarse la cruda desnudez repentinamente prescindiendo de los ritos del acercamiento, de las yemas de las manos acariciando sobre un vestido unos senos. Poco a poco la montaña se nos descubre, asoma por el ribete de una enagua, por la comisura de unos labios.

Hace tiempo escribí sobre la inconveniencia de los drones que tanta información y nuevas perspectivas nos proporcionan sobre cordilleras y montañas concretas. No recuerdo lo que argumenté entonces, quizás me incomodaba el dron sin saber muy bien por qué. Hoy, que ando por el siglo XIX de la mano de La montaña y el arte y contemplo cómo escritores, poetas, pintores y los primeros montañeros entran por los valles de los Alpes descubriendo sus montañas, sus glaciares y todo ese magnífico entorno que se yergue entre el Ródano y el norte del Po, me vi sorprendido por la razón no esclarecida entonces de mi oposición al exceso de información visual de todo tipo de montañas. Ahora sí estoy convencido de que nos hacen un flaco favor quienes nos suministra pelos y señales sobre aquellas montañas que queremos recorrer. No ha sido un hecho consciente el que cuando he programado un largo itinerario por los Alpes o Pirineos me haya negado a mí mismo hacer previamente el mismo recorrido sobre el Google Earth, o incluso que me niegue a usar las guías y sólo me conforme con disponer de un mapa o un track. Ahora sé que mi deseo lo que quería era descubrir por sí mismo los perfiles de las montañas que quería recorrer, sus formas, su atrevida verticalidad, sus ríos, sus bosques. ¿Por qué habría de privarme de la gracia de “descubrir” por mí mismo, ese deseo esencial de todo explorador, de aquellos que recorrieron por primera vez determinadas montañas? Es obvio que por mucho que haga nunca será la primera vez, pero sí lo será para mí, para mi curiosidad y capacidad de sorprenderme.

Las sensaciones se asientan sobre sutiles circunstancias, y de parecida manera en que hemos descubierto que lo importante no es la cumbre sino el camino, éstas se nutren entre otras cosas de lo inesperado, la sorpresa, el repentino asombro ante lo que se abre ante nuestros ojos cuando alcanzamos una cumbre o llegamos a lo alto de un collado. No me sería difícil hacer un paralelismo entre los juegos eróticos y la relación que tenemos con la montaña cuando ésta poco a poco se va desvistiendo hasta mostrarnos su entera belleza. Quien lea esto se puede imaginar ese proceso de descubrimiento de quien camina en un paisaje montañoso que lentamente va tomando forma mientras el sendero trepa y trepa por la ladera.

En el campo del arte la sugerencia forma un lugar importante en la relación que tiene el espectador con la obra. Hay quien gusta que un cicerone le dé mascado todo, la historia, los significados de esta o aquella parte del cuadro, su simbología, el porqué de un color o la actitud de un personaje. Nada que objetar, pero para mí que en esas circunstancias el espectador se pierde una parte considerable del placer que le puede reportar el cuadro que siempre, creo, debería ser un viaje de descubrimiento, de exploración, de indagación, de exposición de la propia sensibilidad al roce del ala de la paloma que suscita nuestro encuentro con el arte.

Quizás escribiendo esto pueda averiguar por qué el pasado verano cuando atravesando el Plan des Aiguille en Chamonix, llegado a las cercanías de Montenvers apenas mi emoción se conmovió cuando me encontré ante el espectáculo de la Mer de Glace y los Grandes Jorasses al fondo. Tan familiar me era aquella estampa, tan conocida que era incapaz de conmoverme, algo que sí sucedió años atrás cuando me asomé por primera vez al glaciar Aletsch y vi despuntar al fondo las cumbres del Mönch, el Eiger y la Junfrau. ¿A quién por muy enamorado que esté de su chica no le alegra el ánimo un cuerpo nuevo de mujer? De erotismo hablo. Escribe Byung-Chul Han en La salvación de lo bello: “A la belleza le resulta esencial el encubrimiento. El objeto es bello en su envoltorio, en su encubrimiento, en su escondrijo. El objeto bello sólo sigue siendo igual a sí mismo bajo el velo. Ser bello es, básicamente, estar velado”.

Y transgredir el necesario paso de retirar el velo poco a poco, con delicadeza, para llegar a la plena desnudez, desconociendo la relación que hay entre lo bello y su encubrimiento, es tener en poco la consideración que el acercamiento a la belleza merece; y con ello, por tanto, digamos, para seguir con el símil, confundir el erotismo con la pornografía.

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario