El Chorrillo, 17 de marzo de 2023
Es una tarde algo peculiar que viene envuelta entre
la música de Serrat, la alusión a los viejos que encontré en Keemiyo, una
entrevista de Maruja Torres, en Sonsoles, una entrada de Santiago, que recuerda
la fragilidad de la vida, la constancia de esos muchos años que acaso se lleve
la vida de esa gente mayor que tanto queremos, o la nuestra, a no más tardar.
Se me hace un nudo en la garganta. Hace un rato me había prometido no escribir,
dejar espacio al silencio, pero si no abro una espita a esta emoción que se me
agarra por dentro, explotaré. Esta tarde quise cambiar por enésima vez el
nombre a este blog, me pasa cuando no estoy del todo de acuerdo conmigo mismo,
cuando sientes que, perdido en lo inmediato, me olvido de la poca cosa que uno es.
Porque eres carne viva y vibrante a la que acaricia este viento de primavera,
este sol que entra por la ventana, y a veces asomarte al mundo es emoción,
dolor, sí, a la vuelta de la esquina de lo otro, del trajín de los medios, de
la agudeza de algún comentarista, de la cosa de todos los días, que un día te
vienen ni fu ni fa, pero que llega a ti lleno de mensajes que requieren el
concurso de tu intuición y tu inteligencia.
Tengo un montón de libros sobre la mesa, relatos,
vidas , pensamientos, tanta sabiduría encerrada en sus páginas, tantas
pasiones. Acabo de echar un vistazo a las redes, gente escalando montañas,
algunos vídeos de Aute y Serrat; y el
pensamiento no sabe estar inactivo en la
sola contemplación, busca salida, abro la espita y entonces las palabras echan
a andar empujadas por la presión, pero sin saber cómo recoger en ellas lo que
se ha acumulado en mí en el espacio de la última hora.
Mirando los libros sobre mi mesa tengo que confesar
que hoy me siento un poco apabullado. Fue, creo, al encontrarme con las
primeras páginas de La montaña y el arte,
de Martínez de Pisón. Siempre me ha parecido un trabajo de Hércules
estructurar ideas complejas, organizarlas, dar nombre a las ideas y a la
relación entre ellas; un trabajo que requiere una capacidad intelectual
importante además de poder manejar un amplísimo repertorio de bibliografía en
donde otros autores han ido poco a poco perfilando y aproximando aquellas ideas
en las que el autor trata de abrirse paso. Nombrar la realidad, darles nombres
precisos, dibujar sus perfiles, sacarla de la ambigüedad para mostrárnosla a
nosotros con una nueva luz, como quien al fin tras un largo forcejeo en una
partida de ajedrez llega a un desenlace gratificante, quizá con la sensación de
haber resuelto el enigma de la interpretación, podamos de la mano del autor
acceder a un conocimiento mayor, más íntimo.
Abrirse camino en la floresta de las ideas para dar
nombre a cada uno de los ejemplares que van apareciendo ante el conocimiento mostrando
la íntima relación que existe en un ecosistema determinado entre los elementos
del mismo, difiere tanto de la actitud de aquel otro que, como dice la canción,
como mariposa va libando néctar de flor
en flor, mi caso y el de tantos probablemente, que por fuerza, cuando uno
abre las páginas de un libro similar a éste de Pisón, lo primero que siente es
la enorme distancia que nos separa a las personas a la hora de poder expresar
el complejo universo que encierra la realidad y la interpretación de la misma.
Por una parte están los libadores del néctar que la realidad, las montañas, la
naturaleza desprende, que abstraídos en nuestros amores, en las sensaciones que
el contacto con el paisaje y sus envolventes condiciones naturales, lluvias,
vientos, tormentas, colores, el fragor del río, la liviandad de la niebla, nos
depara, y por otra, los que gozando de parecidas sensaciones además de sustraer
de la realidad semejantes placeres, destilan de esa misma realidad a través del
alambique del conocimiento suyo y sus precursores, un saber y una labor que
hacen de nuestra sensibilidad, la de los lectores, una mayor fuente de gozo.
Distancia hay, cierto. Y tanto que admiramos esa
brillantez que nos dejan en sus libros sea Pisón, a quien leemos con tanto
gusto, como Diemberger o Kurtyka en El maharajá
chino, o como descubría yo ayer leyendo a Ruiz Munuera en un capítulo
especialmente bueno en donde me daba pistas para nuevos conocimientos como el del
pintor Albert Bierstadt o las magníficas fotografías de Yosemite de Ansel Adams.
Y que no quita para que admiradores y admirados formemos en esto del mundo de
la montaña una atractiva comunidad. Libadores,
ensayistas, poetas, alpinistas metidos a escritores, amantes sin más, componemos,
es verdad, una apasionada comunidad en la que a la hora del tú a tú todos parecemos
primos hermanos.
Quizás escribir esto tenga que ver con eso que se
siente cuando en un espacio público te encuentras con escritores, alpinistas
conocidos, gente de la aventura que ha sobresalido a nivel mundial y, salvando
todas las distancias que pudieran preverse entre personas de condición tan
diferente, de repente te sientes como en tu casa charlando con unos y con
otros.
No quería escribir, pero se me alivió el ánimo
mientras lo hacía, así que ahora ya puedo volver a mi lectura. Cita Pisón en
las primeras páginas a Nietzsche: “Este libro está destinado al lector
tranquilo, a los que todavía no se han mostrado arrastrados por el torbellino
de nuestra arrolladora época…”. Nietzsche no vivió en nuestra época, no sabía
todavía lo que nos esperaba a los sapiens de un siglo más tarde. Ni lo difícil
que es encontrar el sosiego suficiente para enfrentarse a libros que superan
las seiscientas páginas. Tenemos la intranquilidad en el cuerpo. De ahí el
peligro de acumular demasiados libros sobre la mesa, esa tentación en que he
caído últimamente. Nueve libros sobre ella, poesía, literatura, montaña,
ensayos, son demasiados libros para que no asome por dentro una cierta inquietud.
Más pensando que los años de la vida se van acortando a una velocidad
demencial.
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