Original de José Ruiz Vigueras (Polvo de Glaciar) |
El Chorrillo, 26 de marzo de 2023
Admirado
ando yo metido en un par de libros del lorquiano Ruiz Munuera, Toni para los
amigos. Hace un par de días terminé con La
luz del Yosemite y hoy si me descuido lo mismo empalmo la noche con la
madrugada con Polvo de glaciar. Andaba con el libro de Pisón, La
montaña y el arte, pero después de un par de horas he comprendido que la
prolijidad y su pormenorizado recorrido por las pinturas de montaña de todas
las épocas necesitan la compañía de otras lecturas con las que alternar. Pero
antes me salté algunas páginas buscando el cine de montaña con la esperanza de
resucitar en el capítulo correspondiente los trabajos de Leni Riefenstahl y Arnold Fanck, una magnífica producción fílmica de montaña que me
entusiasmó hace años, pero como de momento no encontré nada allí, decidí
cambiar de tercio y seguir con Munuera, no antes sin proponerme volver a ver en
los próximos días alguno de aquellos films que entonces me entusiasmaron. Son
estos: Storm over Mont Blanc
(1930), The Holy Mountain (1926) y Luz azul (1932). Fue un descubrimiento
esta mujer, no sólo en sus películas de
montaña, también en su documental sobre las olimpiadas, por ejemplo.
Hace
unas semanas, charlando con Vinches y hablando de los libros clásicos de
montaña, me decía que había pocos libros de calidad escritos por montañeros,
calidad literaria se entiende, y yo, que estoy de acuerdo con él pero que gusto
las historias de primera mano, le decía de libros como el de Hermann Bulh, Del Tirol al Nanga Parbat, que no son
buenos literariamente, los leía, sin embargo, con muchísimo gusto. Recuerdo que
cuando leí éste concretamente, todas las noches antes de dormirme y en la cama,
fue un viaje tan vivaz y tan lleno de pasión que suplió con creces las
deficiencias de escritura que pudiera tener. De todos modos cuando un libro es
capaz de transmitir esta clase de sensaciones, ya podemos decir que ha cumplido
largamente su cometido.
Los
libros de Munuera son de otra clase, bien escritos, inesperados, sugerentes de
mundos particulares sobre los que nadie escribiría pero que él explora con éxito.
Me sorprenden estos pequeños retazos de la vida de las montañas y sus
protagonistas; pinceladas, sugerencias, encuentro con pintores, fotógrafos,
escaladores, todos entreverados en la variada urdimbre de la aventura y la
montaña. Pequeños golpes de flash, estos con los que comienzo hoy, por ejemplo,
en Polvo de glaciar. Cómo se puede hacer un capítulo con cuatro líneas,
una llamada al 112, un mal amigo o una meada de los sherpas todos a una de la
expedición de Hillary contra los muros de la embajada inglesa, es algo que me
sorprende y me gusta. Una escalada de Míriam, un
Pero
no, creo que no voy a seguir leyendo. Y
cierro el libro y me quedo pensando: ¡benditos sexagenarios, septuagenarios,
nonagenarios!, esos que tanto llaman mi atención, que sacan perlas de las
paredes de granito, que calzan pies de gato, que frecuentan gimnasios –o no,
como el amigo Portilla que no parece ni entrenar ni gustar de llevar casco, que
una gorra de paño le basta para que no se le calienten los sesos– que siguen
ahí como las aves retando el vacío mientras sus dedos tientan metro a metro la epidermis de la roca.
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