lunes, 20 de marzo de 2023

Exabruptos para un día de primavera

 


El Chorrillo, 20 de marzo de 2023

El hábito de la escritura me puede. Esta mañana, a raíz de un guasap que recibí de mi amigo X, me puse a escribir frenéticamente y casi llegué a coleccionar un millar de palabras. Exabrupto se llamaba aquello, que no eran otra cosa. Quizás más adelante reproduzca aquí algo de aquellas líneas. Después de bailar al ritmo de alguna salsa y tras una sesión de sentadillas con un bidón en cada mano de cinco litros de agua y otros ejercicios que me pasó José Manuel destinados a mejorar mis rodillas, ya tuvimos en casa a toda nuestra familia. No celebrábamos la primavera, que fue más tarde que descubrimos que definitivamente y oficialmente hoy ingresábamos en ella, una de esas reuniones que te dejan por dentro el fantástico calorcillo que desprenden los besos, los abrazos, el saber que estás rodeado por las personas más entrañables y magníficas del mundo. Total, que pasaron las horas, nos despedimos, y tras una ligerísima cena me bajé a la cabaña. Esa necesidad de saborear la soledad, de encontrarte contigo como quien lo hace con un amigo que tiempo ha no ves. ¿No habéis sentido nunca esa grata sensación después de un ajetreado día entre amigos o familia, en donde tu yo tan fundido con los otros, con las conversaciones, con el asado, con los postres, ha dejado de existir, y que cuando al fin te quedas solos te sientes a ti mismo de nuevo, te saludas, te dices: joder, qué abandonado te he tenido todo el día, no?

Y entonces enciendes la chimenea, te arrellanas en el sillón y te quedas absorto mirando al fuego. Y momentos más tarde te acuerdas que por la mañana habías empezado a escribir algo, sí, exabruptos. Pero ya perdieron fuerza y crees que mejor aquello lo destinas a la papelera; sin embargo antes echas un vistazo al FB y te encuentras una entrada de Javier Orellena que habla sobre la muerte; qué curiosa la Muerte, escribe… y yo me pregunto, se lo escribo, ¿qué tendrá de misterioso, de atractivo, de imán este asunto que tanto acapara nuestra atención? Porque misterio en ello lo hay, y mucho, aunque nuestro razonamiento quiera meter todo eso en una caja de zapatos, pero de ahí a entenderlo creo que nunca será posible. Entender el no ser, aunque tan evidente, sea cuales fueran nuestras capacidades, al menos en las mías, me parece imposible.

Y poco más abajo me vuelvo a encontrar con Javier, esta vez haciendo un comentario al pie de lo que escribía el otro día sobre lo que el viento se llevó, aquellas buenas intenciones de encontrarnos y charlar, que me invita a justificar mi continua “intrusión” en las redes con todo lo que me pasa por la cabeza, y entonces me veo obligado a justificarme y le digo que me gusta dialogar e indagar de qué esta hecho el juguete de la vida, y como a quien más cerca tengo es a mí mismo, y en ocasiones a Victoria, y como la escritura es una manera bastante propia para aclararse uno mismo y pensar, pues que a ello me aplico. A veces, acorde con mis propias limitaciones, un poco cortado, pero casi siempre como quien habla consigo mismo, aunque otros te puedan leer, y por supuesto consciente de que en los asuntos más esenciales de la vida todos podemos ser sabios a nuestra manera independientemente de nuestra cultura y nuestro estatus social. Mi pasión es mi vida, escribió alguien que ahora no recuerdo, le digo a Javier, pero también puede decirse de un modo más general que nuestra pasión esencial es la vida, la mía y la de los otros. ¿Cómo pues no hablar con frecuencia de ella?

¿Y ahora, cerrada la aplicación de FB, qué? A veces me da pena tirar a la basura algunas de esas líneas productos de repentinos  arranques. Me digo, bueno, quién sabe si en algún momento no te gustará recordar cómo las palabras te salían de la tripa un primer día de primavera…

Aunque no lo parezca lo que sigue nació de la calidez de esa primavera que entraba por mi ventana poco antes de levantarme. Acaso estos exabruptos que vinieron después tengan su razón de ser precisamente en el hecho de contemplar lo bonito que es el mundo, y ese sol y el canto de los pájaros entre las ramas de los árboles, y las nubes que veía atravesar por el vano de mi ventana. El hecho de contemplar tanta bonanza a mi alrededor contrastaba con el clima que se desprendía del asunto que traía en volandas el guasap de X, que sacaba a colación mediante un vídeo lleno de ironía los problemas que te podía acarrear decir un “guapa” primaveral a una mujer que pasara a tu lado. Le comentaba a raíz del vídeo que la ley no es capaz de discernir entre un  simpático piropo que puede subir la moral a una moza, y la bestialidad de un machipirulo, que también hay muchos. La realidad es que los políticos, que presumiblemente deberían ser capaces de resolver la complejidad de los problemas sociales, se muestran con harta frecuencia como seres bastante limitados. Es cierto que la realidad es compleja y simplificar las cosas es meter la mano en un nido de víboras y poner al descubierto la ineptitud de unos y otros. Y junto a ello esta sociedad que entre todos estamos construyendo ladrillo a ladrillo, absurdo tras absurdo. Y aquí es donde me embalé sin remedio encabezando mis palabras con Una sociedad de imbéciles.

Esta sociedad aséptica que estamos creando en donde la seguridad quiere llegar a todos los rincones, donde decir guapa por la calle a una mujer es motivo de delito, donde los niños no pueden salir a la calle solos ni jugar en la plaza del pueblo; esta sociedad gregaria que invade los espacios naturales en masa de la mano de cicerones especializados; esta sociedad que clama por una sanidad pública de calidad pero que no mueve el culo y se rodea de su propio silencio; esta sociedad que vota en pro de intereses espurios y que sólo tiene oídos para los flautista de turno que introducen en sus orejas equívocos cantos de sirenas, mentiras sólo aptas para mentes infantiles pero que calan en esa misma sociedad como verdades de cajón, que raramente entiende algo que vaya más allá de lo que le lanza la telebasura; que le alargan la jubilación hasta los sesenta y siete años y no dice ni mu; esta sociedad que tiende a crear niños de mantequilla; esta sociedad que sufre el expolio de la derecha que vacía su caja de las pensiones para engordar el estómago de los bancos y que calla y asiente desde su abulia como si la cosa no fuera con ella; esta sociedad que vota la inmundicia de la insolidaridad y el desprecio de los más débiles; esta sociedad que alimenta día a día las barrigas insaciables de la codicia; esa sociedad de charanga y pandereta que apenas lee, no piensa, pero que consume kilómetros de basura televisiva; esa sociedad que arruina los espacios naturales arrasando valles en las montañas más bellas del mundo pero que prohíbe echarte al suelo por la noche para aliviar tu cansancio porque destruyes el medio ambiente; esta sociedad necia que sigue los dictados que le marcan día a día las grandes multinacionales y que poco a poco va camino del inevitable 1984.

Esta sociedad que tan buena gente tiene, que tan hermosas cosas hace, que tanto contribuyó a dotar de entidad y significado a la vida, que creó e inventó y llenó de belleza el mundo con sus obras y observaciones, que muestra una entrañable solidaridad con los que sufren y los desposeídos. Esta sociedad, qué pena, que podría ser el hogar apacible de todos los habitantes del mundo porque tenemos recursos y tecnología suficiente para hacer felices a la totalidad de los habitantes del planeta, que es, sin embargo, por culpa de una mayoría infantil e irresponsable un charco de mierda.

Pensar lo que podría ser el mundo sin la codicia, sin la estupidez más necia, sin los despropósitos de mentes enfermas que empeñan sus vidas en hacer dinero o en menear el culo delante de los demás, resulta tan doloroso, tan triste...

Exabruptos, esos que de tanto en tanto te salen hasta por las orejas cuando caes en la cuenta de que todas las miserias del mundo se podrían aliviar con sólo hacer el esfuerzo de considerar la brevedad de la vida o la bondad de una justicia universal.

Creo que llegó la hora de la lectura. Anoche a esta hora, de la mano de Munuera, fueron los locos del Capitán en Yosemite trabajando como enanos durante meses para superar aquella inmensa y magnífica pared, y hoy creo que terminaré el día con versos de Pizarnik y de García Montero, Un año y tres meses, un libro que escribió el autor en el tiempo antes y después de la muerte de su esposa, el alma grande de Almudena Grandes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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