sábado, 18 de marzo de 2023

El “nos vemos” y lo que el viento se llevó

 



El Chorrillo, 18 de marzo de 2023

Trataba esta mañana de comprender esa distancia que hay entre un sucinto deseo, ese de “verse” sin más, por ejemplo, y la realidad que relega el deseo a los dominios de la inopia. Un hecho curioso que incita a una pequeña indagación sobre algunas de nuestras disposiciones en conflicto. Tengo un par de amigos que cada vez que charlamos por teléfono siempre nos despedimos con lo mismo: a ver si nos vemos, o a ver cuándo quedamos para hacer esa salida a esta u otra parte de la Pedriza. No sé si una cosa tan simple da para una anotación en mi diario de hoy, pero siendo el caso que es un hecho que me llama la atención, mejor lo intento.

Anda por ahí un grupo que creamos no hace mucho y al que llamamos precisamente “Nos vemos”, que da cuenta de esa distancia que existe entre una primera disposición a encontrarse con un grupo de amigos o con personas con las que compartimos esto de la montaña, y que acaso nada más conocemos por las redes, y una segunda ocasión en la que planteándose un encuentro el ánimo no nos llega para dar el paso adelante. Un hecho cuanto menos curioso que pertenece al ámbito no tanto del quiero pero no puedo como al de quizás estaría bien, pero…

A veces pienso que los cambios que se han producido en nuestra sociedad con el advenimiento de tantísimos medios con los que comunicarse, Whatsap, Facebook, Instagram, TikTok, etcétera –siempre tenemos al alcance de la yema de un dedo la posibilidad de comunicarnos gratuitamente con medio planeta– quizás lo que han puesto al descubierto es que ese anhelo de comunicación se disuelve con excesiva frecuencia en la simplicidad atómica de un megusta, campea en el ámbito de comunicarnos si va a llover o si va a salir el sol, o simplemente se resuelve en un intercambio de información o de opinión de lo que tras el desayuno hemos leído en las redes o en el periódico.

Es cierto que es posible encontrar cuando abres la aplicación de FB un numeroso surtido de comentarios a ciertas entradas, pero considerando el contenido de las mismas, y en el caso de que la entrada tenga un contenido consistente, lo que se percibe, y hablo en general, es una enorme parquedad, que sea por prisas o porque el medio dispone a ello, apenas da juego a las posibilidades que el tema expresado pudiera dar lugar. Hay comentarios a artículos de prensa en que sí, en donde no es difícil encontrarse muchos de ellos que incluso pueden resultar más interesantes e informados que el propio artículo que comentan; sin embargo en FB, el laconismo es tal, y ello si se comenta, de hacerte pensar que uno está en los dominios del monólogo permanente. Cierro los ojos e imagino el ágora de la antigua Grecia, esos centros de reunión donde se gestó la primicia de nuestra civilización occidental, lugar de reunión y de debate público, centro comercial y religioso donde los ciudadanos se encontraban y departían. ¿Qué más propio de nosotros que encontrarse con los otros, conversar, departir? Es difícil no imaginarse las largas noches de invierno durante el Neolítico, terminada la jornada y encendido el fuego en el interior de la caverna, sin unos hombres rodeando la fogata y compartiendo los hechos de la jornada, conversando, proponiendo, repartiendo el producto de la caza.

Y sin embargo, pues quién lo diría hoy que para verte con alguien hay que gastar tantos esfuerzos… Dice la Wikipedia que “el ágora fue una auténtica invención urbanística, que no tiene precedentes ni en los centros del Próximo Oriente ni en la civilización micénica en donde todo dependía de los reyes, por lo que no había necesidad de lugares de reunión”. Quizás nosotros ya no tengamos necesidad del ágora porque de nuevo todo depende de los reyes, ahora transformados en partidos políticos, gurúes o focos de opinión en donde nuestra participación se limita al megusta o a depositar un voto cada cuatro años en una urna de plástico.

Imposible generalizar, es obvio, quizás se trate sólo de una parcela de la realidad, sin embargo sí es cierto que en general vivamos inmersos en un monólogo ininterrumpido, monólogo el del autor cuando leemos un libro, monólogo el del que escribe un artículo, el de que da una charla, el de que diariamente hace su contribución en FB. Y al otro lado de los monólogos estamos nosotros que como espectadores delante del televisor apenas nos queda otra cosa que comentar con nuestra pareja si aquello nos gusta o no. Pero no, realmente no es así si somos capaces de salir de bucle en que el espectador agota su actividad en consumir película tras película, libro tras libro; cuando lo mejor lo pasamos las cosas no finalizan en ese momento. Lo interesante de la película que acabamos de ver son, amén del gusto que hayamos obtenido durante su proyección, las posibilidades que ofrece, comentarios, discusiones, análisis, la oportunidad de profundizar con puntos de vistas diferentes en la trama o en determinada secuencia. Lo interesante del libro que estamos leyendo sería discutir y analizar alguno de sus aspectos con el autor (y a falta de pan los subrayados lo sustituyen) o con otros lectores del mismo volumen.

Sí, que ni se me ocurra sacar conclusiones. Que si al “nos vemos” se lo lleva de continuo el viento, pues eso…

 


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