viernes, 24 de junio de 2022

Mientras estamos vivos

 

Acuarela. De vuelta del camino matinal


El Chorrillo, 24 de junio de 2022

También podría titular este post “Una hilera de hormigas”. De hecho la idea me surgió esta mañana mientras daba mi largo paseo al alba. Dedico la segunda mitad de mi paseo a leer y andaba yo metido en uno de los títulos del prolífero Jodorowsky cuando en mi camino se cruzó una larga hilera de hormigas. No fueron Jodorowsky ni su psicomagia lo que suscitó en mí una curiosa percepción de la realidad, sino el hecho trivial de ver afanarse a la hora del alba a aquellos pequeños seres en la febril ocupación de transportar granos de avena loca de una parte del sembrado a la otra. Todo aquel campo era de avena y el ancho sendero que lo atravesaba era el escenario del trajín de las hormigas. Lo primero que me pregunté es por qué emplear tanto trabajo llevando la avena de un lado a otro del camino si allí, alrededor del mismo hormiguero, tenían la misma cantidad de avena. Pero la respuesta me vino enseguida. En realidad si las hormigas hacían acopio de provisiones a la puerta de casa ¿en qué emplearían el resto del tiempo del día sabiendo por demás que éstas no disponen de teléfono, de Facebook, de Whasapp, de Twitter y por supuesto ni de música, ni de libros?, porque ni siquiera podrían ir a pescar, que era lo que se le ocurría a Marx para los futuros hombres liberados del trabajo excesivo.

Porque acaso, pensaba también, en eso consiste la vida, en ir de un lado para otro, en hacer cosas, algo más diversas, eso sí, que las hormigas, que no han desarrollado su cerebro hasta el punto de dedicarse a matar marcianos con el ordenador o el móvil; las pobres, en consecuencia, para mantenerse vivas no tienen otra cosa que hacer que andar de un lado todo el santo día en una febril actividad que justifique su existencia.

Oiga, ¿y qué me dice usted de los sapiens? Pues no sé yo, pero me da que la cosa va por el mismo camino, un ir de aquí para allí sin otro sentido que no sea vivir sin demasiados tropiezos, un tomar el sol e intentar sentirte lo mejor que puedas, y ello con la salvedad de que a las hormigas no les da por amontonar grano mucho más allá de lo que les es posible consumir. Si una hormiga puede vivir entre varias semanas y algunos años, según la especie, y nosotros un poco más, no parece que deba deducirse de ello ese empingorotamiento (joder con la palabreja) de que estamos asumidos los sapiens creyéndonos los reyes del mambo del universo entero. Vamos, que pa mí que erramos con esos humos que se nos suben a la cabeza, y todo porque nuestra capacidad craneana es superior, lo que ha dado para crear, es cierto, grandes cosas, pero también para cometer las mayores estupideces que un organismo vivo puede gestar.

“Mientras estamos vivos” es una expresión que me encontré esta mañana así, de bóbilis bóbilis  mientras el sol levantaba del horizonte, y que ha venido a llenar de sentido algunas de mis reflexiones. Mientras estamos vivos hacemos esto o lo otro, satisfacemos nuestras necesidades más elementales y además hacemos algunas pocas cosas más que las hormigas; la inteligencia ha dado para organizar un sofisticado mundo material, intelectual y artístico que bien nos ha venido como especie pero que en cierto modo ha nublado nuestra capacidad para entender que este patio en donde jugamos desde niños, cuando éramos infantes al corre que te pillo o a policías y ladrones, de adultos al ir y venir de aquí para allá, a ganar dinero, a estar un poquito en el corazón de los otros, a cultivar nuestra persona, es eso, un pequeño juego de ir y venir no muy diferente en definitiva al trajín que se traían esta mañana las hormigas llevando de una parte del camino a otra los granitos de avena. Vamos, como consta en el dicho zen, el camino termina entre el perejil.

No sé, pero me encanta este descubrimiento matinal, “mientras estamos vivos”. No hagamos caso de la razón e intentemos asumir esa idea… mientras estamos vivos… A mí me resulta sumamente sugeridora. No es aquello del monje zen que intentando mentalizarse para vivir en el presente, cuando se iba a dormir colocaba un vaso boca abajo indicando con ello que su vida terminaba en el momento del sueño, y en el momento de despertar invertía el vaso y daba gracias por ese día más de vida que se le había concedido. No es vivir el presente día a día, sino la convicción de que mientras estoy vivo puedo llenar la vida de cosas interesantes y apasionantes, todo aquello que se me pueda ocurrir, que me satisfaga, que aliente lo mejor de uno; o puedo llenarla, mientras estoy vivo, de comportamientos estúpidos.

“Mientras estoy vivo” me sugiere la situación de alguien con graves problemas en la vista que un buen día decide ir al óptico y, saliendo media hora después con unas nuevas gafas a la calle, ve la realidad con una claridad inusitada. Saber que todo lo que hagas no sólo será efímero, sino que se desvanecerá como una nube de verano, que lo que hagas será el gozo de un momento, unos días y se acabó, otorga a lo que haces el valor del instante, de lo que te traes entre manos. Si mientras estoy vivo logro estar en paz conmigo mismo y con los demás, si estimulo mi creatividad y mi curiosidad, aquello que da color y viveza a la existencia, es muy  probable que aunque el camino termine entre el perejil uno pueda mirar la despedida con satisfacción.





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