lunes, 23 de mayo de 2022

Vivir como un salvaje

 

Mont Blanc desde las cercanías del col de Anterne. Acuarela.


El Chorrillo, 23 de mayo de 2022

El canto de la oropéndola, breve y como diciendo hola, aquí estoy, y el del ruiseñor (ay, cuánto te voy a echar de menos este año cuando te vayas…) llenan el aire de esta hora. Estoy algo sopa, cansado; al final he tenido que dormitar en el sillón un rato para reponerme. Hace unos días se me apareció la Virgen y me dijo que ya estaba bien de trasnochar hasta casi el alba y levantarse después más allá del mediodía, que lo que tenía que hacer era cambiar de chip, que además estaba ahí a la vuelta de la esquina el verano y que si no entrenaba un poco a ver qué iba a hacer cuando termine la primavera… ¿Qué iba a hacer?, le contesté… pues ya veremos, que estoy jubilado y a mí me gusta improvisar. Pero bueno, que después que se marchó volando hacia los cielos, me lo quedé pensando, que estaba bien eso de haber cambiado de hábitos y haber dejado momentáneamente la montaña a un lado, pero es que el verano, el VERANO con mayúsculas, esa época que desde tanto tiempo atrás he dedicado a hacer el salvaje por las montañas, verdaderamente estaba ahí, y si no movía el culo,  tenía razón la Virgen, me iba a quedar en casa a criar malvas; desentrenado, rodeado de libros, lleno de ganas para seguir aprendiendo a dibujar o pintar, pero huérfano, huérfano de esa vida que tanto me ha aligerado el alma durante años, vida al margen del mundo, vida de intima soledad y comunión con la naturaleza, las montañas, los bosques, los arroyos desbocados, las noches bajo las estrellas, el lento atravesar collados y collados, montañas y montañas, así hasta que éstas se acaben, hasta que el verano languidezca y sea el tiempo de regresar a casa; el corazón repleto de senderos, de valles, de flores, de lluvias, de sol, de niebla… repleto del todo para, entonces sí, volver a ser un ciudadano normal que vuelve a dormir bajo techado y sobre un colchón. Pero mientras tanto, ¡ah!, esa sensación de libertad, de apenas depender de nada o de nadie, de sintonía con los otros seres de la naturaleza con los que habré convivido semana tras semana, de soledad, lo repito… Qué más puede pedir un hombre.

A esa pareja, el niño de la mano de su padre que encabeza este post, me la encontré hace unos años descendiendo un collado en Dolomitas. Era una escena que recuerdo con cariño; representaba una filosofía alternativa al salvaje, o complementaria, si se quiere, y que acaso escondía su visión el deseo implícito de un amante que desea para sus hijos, para sus nietos, la plenitud de una vida en contacto con la Madre Tierra. Hay muchas maneras de relacionarse con las montañas, pero de entre todas ellas no me cabe la menor duda que esta de los veranos, una impedimenta con lo imprescindible y piérdete durante meses, solo, convertido casi en un salvaje, el suelo por lecho, las estrellas por techo es, para mí, la manera más hermosa de atravesar el tiempo, de encontrarte a ti mismo, de probar las bondades de los rincones más entrañables del planeta, allá donde todavía es posible encontrar la razón de ser de la existencia en el silencio, entre el fragor de una tormenta, en la nada blanca de un bosque envuelto en la niebla.

Bueno, pues que tras la visita de la Virgen mi mente dio un salto cualitativo tal de cambiar mis hábitos de trasnochar, tal de levantarme antes del alba para salir a caminar un par de horas –una vez más recuperar los buenos hábitos–, tal de someterme de sopetón a un plan de entrenamiento diario… que como consecuencia me deja el cuerpo roto. Sí, me excede este repentino cambio en mis rutinas, pero es que el verano está ahí y no quiero cagarla, porque el macuto seguirá pesando un montón, porque los miles y miles de metros de desnivel que me pueden esperar no quiero que me doblen ni la espalda ni el ánimo.

Miro de reojo a mi diario y veo que el tío alucina con mi cambio de actitud. Sí, casi ni yo me lo creo, que no solamente ya he empezado a barruntar que me voy después de mitad de junio a los Alpes, sino que he empezado a engrosar mi macuto con todos los artilugios que uso últimamente en casa, material de dibujo, acuarelas, acrílicos, cuaderno… ¡Mon Dieu! ¿Y todo eso lo vas a llevar a la espalda? Buena pregunta, querido diario, buena pregunta… Mira, para compensar la presencia de estos últimos invitados de mi mochila, este año prescindo de cocina, de comida, de colchón de aire, de cámara fotográfica, de trípode… si es necesario me alimento de aire o de frutos secos, que ya encontraré algún refugio por el camino.

Total, que con esta disposición en marcha lo único que me faltaba era determinar a dónde me iba. Seis años consecutivos de dedicar el entero verano a atravesar los Alpes entre el Mediterráneo y el mar Adriático por distintos lugares, han dejado no mucho espacio para recorrer nuevos itinerarios, así que hace un par de días me fui al Google Earth donde subí mis rutas y lo que vi allí fue un importante núcleo de montañas y valles en Suiza que todavía no había pisado. También había otro hueco en las Dolomitas más orientales. Fue suficiente, ya tenía destino, lugar de aterrizaje –Ginebra– y punto de inicio: Chamonix. Así que ahora a esperar que Dios lo quiera y, mientras tanto, a preparar las piernas y el ánimo.

Y esperando y teniendo punto de partida, ayer recuperé algunas fotografías de mi último vivac frente al Mont Blanc, algo más abajo del col de Anterne, y me propuse hacer una acuarela con ese bello panorama al fondo. Iba a colocar mi tienda de campaña en el prado de primer plano, un pequeño llano cubierto de rododendros, pero después, recordando aquella otra foto del nene con su papi caminando por las Dolomitas, decidí situar a estos en ese primer plano. Fue un día curioso porque el día anterior todo estaba cubierto y caminé todo el día sin ver ni pijo, pero, oh, lalá, cuando desperté por la mañana, ahí estaba espléndida toda la mole del Mont Blanc como un enorme merengue emergiendo de la tierra. En un par de horas, acaso tres, ya tenía la acuarela terminada. Victoria dice que parezco yo de espaldas. Mejor, así puedo imaginarme a mi nieto Manuel o a Manuela como quien dice iniciando su vida en ese hermoso paraíso que es la montaña.


Barre des Écrins. Probablemente la montaña más bella de los Alpes. Dibujo a tinta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario