El Chorrillo, 5 de mayo de 2022
Esta mañana fui a tirar la basura, y en ello estaba –aclaro
que entre la basura había seis o siete tejas de las pequeñas que me habían
sobrado de unos tejadillos que había añadido sobre algunas ventanas como
protección para la lluvia, y especialmente por simple cuestión estética; bueno,
eso y un par de trozos de goma espuma de tres palmos de ancho–, en ello estaba
cuando el tintineo de las mismas llamó la atención de Diego, uno de los
concejales, que casualmente pasaba por allí. En fin, que me cayó, y con razón,
una buena bronca encima. Uno, al que tanto le falta llegar a la perfección, que
ya se sabe que la perfección no es de este mundo, tuvo que pedir disculpas y humildemente
regresar al contenedor para intentar deshacer el entuerto. Allá en la furgo
quedarán las tejas, si no es que se
De todos modos el que yo me meta a escribir estas líneas tiene que ver más con la música que con el servicio de recogida de basuras, porque es el caso que yo me disponía a pintar unas acuarelas de los lirios, preciosos y erguidos que crecen junto a mi cabaña, y con el lápiz en la mano ya me asaltaron dos preguntas de tipo metafísico, la primera se refería a cómo meten los fabricantes de lapiceros la mina dentro de la madera, cosa que resolví de inmediato yéndome al YouTube. Sí, últimamente tengo complejo de niño curioso: ¿cómo coño meterán la mina, me dije circunspecto sosteniendo en la mano un lapicero 4B de la prestigiosa fábrica alemana Faber Castell? Y allí estaba un vídeo, precisamente de esta fábrica sumergiendo la cámara en una mina a la búsqueda de ese material precioso que es el grafito y que ha sido la herramienta básica de los grandes artistas de todos los tiempos, sin que éstos se preguntaran probablemente jamás cómo se fabricaba esa preciosa herramienta. Por cierto, que uno, que es un tanto apasionado, desde hace dos meses que se ha encontrando con este precioso utensilio, el lápiz, no deja de dar gracias a los hados que propiciaron este encuentro, ya que tal instrumento me está proporcionando tantos y tantos placeres como para que haya dejado la montaña a un lado y la haya sustituido por los lápices y las pinturas. Jamás se me hubiera ocurrido que en esta edad tan madura, esa en que los achaques se parecen al ejército ruso en tierras de Ucrania, a uno le pudiera sobrevenir una pasión tal, pasión nada peligrosa, porque hay otras muchas a las que querría dar salida, el kayak, el parapente, alguna que otra escaladita, y amigos tengo que se prestan cariñosamente a pasearme por los aires, gracias, Toti, o incluso a emprender alguna primera ascensión en Gredos, gracias, David, a las que querría dar salida pero que una suerte de cague me impide llevar a cabo.
Iglesia de San Sebastián en calle Atocha. Apunte a lápiz |
No, no pierdo el hilo, es que los incisos a veces son un
tanto largos. Bueno, pues la segunda pregunta que me surgió recordando la
bronca recibida por Diego, fue esa precisión con la que éste se había dirigido
a mí diciendo que había tirado tejas en el contenedor siendo que éstas venían
en una caja de cartón. ¿Buen oído? Porque digo yo, yo que no he tenido en mis
manos tejas nada más que en dos ocasiones y que tampoco entonces oí su tilín
tilín, ¿no he de sorprenderme de que la vigilante autoridad municipal dé con el
contenido de una caja sin ver su interior? Yo, que cuando voy a un concierto
difícilmente localizo con el oído el fagot o no sé distinguir el violín de la
viola… En fin, acaso los del ayuntamiento incumplen completamente sus
obligaciones con los vecinos de la población diseminada dejando los caminos a
su aire, embarrados e intransitables cuando llueve un poco, –tiempo hubo sí en
que los arreglaron, pero ya se sabe que toda obra necesita su mantenimiento–,
incumplen deberes fundamentales, pero en cambio tienen un oído tan fino que serían
capaces de conocer el interior de las bolsas de basura con el solo céfiro que
les llega a sus oídos cuando la bolsa cae en el fondo del contenedor. Porque
amigo, oído muy fino para estas cosas sí parecen tener, aunque no tanto para
captar las necesidades más elementales de algunos vecinos, que todavía me
discutía Diego la prioridad de dotar a la policía local con sofisticadas
pistolas o con coches todoterreno de última generación, o el llenar con cámaras
de seguridad las calles del pueblo, antes que dejar los caminos que llegan a
nuestras casas en condiciones, por lo menos, de que podamos transitar sin tener
la incertidumbre de si el coche quedará preso en el barro o que pueda pasar una
ambulancia en caso de urgencia.
Cosa de oído, sí, hay quien distingue el sonido de unas
tejas, pero es totalmente sordo a las necesidades básicas de una comunidad de
vecinos.
Todo en la vida es cosa de oído, parece, de oído y de las prioridades que cada cual fermenta en su caletre.
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