viernes, 25 de febrero de 2022

De “pintar nada” a pintar un poco

 




Chorrillo, 25 de febrero de 2022

No hay nada mejor como tener en la cabeza una idea que se te ha colado por dentro y que ahora te ronda día y noche inquieta, adquiriendo forma, desvaneciéndose, transformándose, enriqueciendo su complejidad y su contenido. Recuerdo allá por el final de los veinte que me dio por pintar y que cuando me agarraba un proyecto, una idea que desarrollar, mi mente ya no paraba. Había hecho el boceto de un cuadro, un hombre recostado sobre una mesa en la soledad desnuda de una habitación y aquella imagen me perseguía durante todo el día; qué colores usar, qué fondo, ¿cómo conseguiría esa sensación de absoluta soledad con la que yo imaginaba al personaje? Recuerdo en aquella ocasión tener que levantarme antes de ir a trabajar a las cinco de la mañana porque ya no podía más ante la necesidad de hacer algunos retoques al cuadro que había comenzado. Esa sensación de que te atrapa una idea y ya no te suelta a lo largo del día, toda la jornada dándole vueltas y vueltas.

Desde anoche está sucediendo algo parecido. He terminado durante el día un cuadro que representaba el viejo refugio de la Najarra y las Torres de la Pedriza, y que había rescatado de una fotografía de Santiago Pino y, animado por el éxito de que era el primer trabajo que realmente me gustaba en estos días y, movido por la inercia de esa actividad, me había dedicado a dibujar más tarde un rincón de la Pedriza, los Tres Cestos. Total, que mi cuerpo estaba en plena caída libre hacia dentro de mí mismo a la búsqueda de algo que debería ser engendrado ya mismo, ni idea del qué ni del cómo, pero era sin lugar a dudas un estado de nueva esperanza.

Así que ordené mis dibujos y pinturas en unas carpetas muy chulas que había comprado el día anterior, los repasé, vi lo malos que eran algunos, incluida una acuarela en blanco y negro que había hecho después de vivaquear la noche anterior en el pico san Benito, miré y vi aceptables  un pedazo de desnudo femenino y un olivo que había copiado de frente a mi ventana y, cuando hube guardado aquello y colocado en la repisa de la chimenea un par de estos trabajos, me senté en el sillón frente a ella, que yacía todavía yerta y oscura porque, entretenido con el dibujo ni me había acordado de encenderla. Allí estuve en la semioscuridad un buen rato hasta que de repente imaginé una escena rural, una casa aldeana, un invierno, alguien que lee frente al fuego de la chimenea. Obviamente demasiada tela para alguien que después de cincuenta años tiene la veleidad de comprarse unos pinceles, unas pinturas y pretender así sin más ponerse a pintar. Pero el caso es que la idea era bonita. No me imaginaba un cuadro totalmente realista. Empezaba a pensar en esa palabra que me rondaba estos días en la cabeza: sugerir, una pintura que huye en cierto modo del realismo tal cual, a la que ni de coña un servidor puede aspirar, pero que sugiere en su simplicidad algo más complejo. Una pintura que sugiera, frente a una pintura que te da los detalles mascados, eso es lo que me rondaba por dentro, entre otras cosas porque tal proceder me parecía un hermoso puente con el que saltar sobre los problemas técnicos para los que mis prisas ya no tienen tiempo. Pero cómo saltar sobre los problemas técnicos sin darte un porrazo, ¿cómo hacer un puente sin saber cómo este debe hacerse? Bueno, me decía, si tuviera que hacer un puente, de uso público por demás, no sería de recibo, basta con pensar en el peligro que para los viandantes ello implicaría, pero tratándose de una pintura destinada a vestir las paredes, digamos de mi cabaña, donde apenas yo mismo y unas pocas personas van a tener la posibilidad de contemplarlo, bien merecería la pena intentarlo.

Verbo sugerir. Ya, fácil es decirlo… ¿y cómo sugieres un arbusto sin pintarlo en detalle, un montón de libros sobre una estantería, todos esos pequeños objetos que ocupan una habitación, una fotografía que cuelga a la derecha de la chimenea sobre la pantalla del ordenador? Y entonces voy y recuerdo La habitación de Arles, esa que Van Gogh pintó más de una vez, y miro, observo y me digo, joder, es verdad, qué gran error habría sido que Van Gogh se hubiera dedicado a pintar con todo detalle esos cuadros que colgaban por encima de su cama o que se hubiera puesto a indagar previamente por los puntos de fuga o similares. Y sigo mirando esa deliciosa habitación de Arlés y encuentro la síntesis, la sugerencia de todo lo que envuelve el lienzo unido al descubrimiento, el asomarse el artista al interior de sí mismo a la búsqueda de aquellos sorprendentes colores cálidos, todo lo que hace del cuadro una de esas maravillas que uno no se cansa de mirar.

Así qué tratándose de sugerir, de repente se me ocurre que eso que me es tan querido, esos ratos que paso en la cabaña frente a la chimenea durante el invierno, bien podría ser motivo de ese mundo de sugerencias que me está invitando a pintar. Pero coño, si no tienes ni idea de dibujar ni de pintar ¿cómo vas a sugerir algo sin unos rudimentos adecuados? Y es que ya estoy empezando a imaginarme la escena, la cabaña a oscuras, el fuego de la chimenea danzando en el hogar y a un lado un hombre que lee a la luz de un pequeño flexo, yo mismo acaso.

Y empiezo a darle vueltas: sugerir, oscuridad, fuego, ambiente recogido y solitario. Y enciendo el ordenador a la búsqueda de herramientas. Alguna pintura del siglo XVIII, algo un tanto tenebrista con muchos rincones oscuros… pero no. Después de mirar por aquí y por allá me voy a Cezanne. Busco saber como resuelve Cezanne la pintura de un personaje sentado. Lo encuentro, Retrato de un campesino. Puede servir la idea pero termino volviendo al inefable Van Gogh y me doy de narices con Los comedores de patatas. Buauuu!, esto sí que me gusta. En absoluto se trata de copiar nada, quiero saber cómo se simplificada una habitación a oscuras, un rostro, una silla. Creo que es un buen modo de aprender contemplar cuadros como éste. Perfecto, guardo la imagen y ahora pienso en algunos detalles, por ejemplo cómo pintar el fuego, y YouTube me sirve una docena de ejemplos. Luego busco el modo de resolver la pintura del cesto de la leña que suelo tener a un lado de la chimenea.

Bueno, y con todo esto con lo que me inquieto me voy a la cama. Y me despierto a la mañana siguiente y es este cuadro en ciernes el que tengo en la cabeza. Antes de tocar un lápiz, en mi mente ya han empezado a afianzarse las piezas sueltas del lienzo. Todo ese potencial baila en el comienzo de este nuevo. Sólo siento, y mucho, no tener a mi disposición todos esos conocimientos técnicos que me permitirían llevar a la práctica con mano más o menos firme lo que mi ánimo ha engendrado entre la noche de ayer y la mañana de hoy. De todos modos es lo que hay y gracias tengo que dar a que alguno de mis enanitos haya despertado en mí estas nuevas ganas de crear algo. De momento en la repisa de mi chimenea ya hay trabajos que llaman de vez en cuando a mi atención; donde no había nada, ahora luce un pequeño cuadro que además me habla de cosas de esas nuestras montañas del Guadarrama que tan caras me son, en este caso las Torres de la Pedriza y un viejo refugio. Quién sabe si en unos días no me encuentro allí en esa misma repisa un nuevo cuadro con un personaje que lee en una fría noche de invierno junto al fuego de la chimenea de una cabaña. Quién sabe…

 


 

 

 


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