lunes, 27 de diciembre de 2021

La intimidad y el Big Data

 


Diógenes el Cínico


El Chorrillo, 28 de diciembre de 2021

 

Mi amigo Cive, José Antonio para los amigos, se interesaba ayer por algunos cabos sueltos que no cuadraban cuando yo mostraba mi entera despreocupación por que mis datos personales, lo que pienso o dejo de pensar, lo que siento, esté colgado en Internet a disposición de los buitres de los datos (así los llama él). El Gran Hermano no sólo nos vigila como el ojo omnisciente de un Dios que está en todas partes siguiendo nuestros pasos, sabiendo lo que consumimos, las webs comprometedoras que frecuenta un buen padre de familia en momentos de soledad, conociendo lo que pensamos, quienes son nuestros amigos, a qué ideología política somos adictos, qué religión practicamos, un dios a tiempo real que no sólo sabe dónde hay una retención de tráfico en cualquier parte del mundo o el número de personas que en determinado momento visitan el supermercado frente a tu casa. Y lo más gracioso es que todo eso sucede porque nosotros lo permitimos e incluso lo alentamos directa o indirectamente.

Tú me proporcionas la posibilidad de comunicarme con mis amigos e intercambiar con ellos información, pensamientos, deseos, fobias, etcétera y a cambio te guardas en el bolsillo toda esa información; tú me facilitas la posibilidad de difundir lo que escribo, las imágenes que salen del laboratorio del Photoshop, ideas que deseo compartir y a cambio todo ese material lo transformas en rentable información que vender al mejor postor, o que retienes con espurias intenciones. Estamos en el ámbito del camino que llevará inevitablemente algún día a esa distopía que vemos en el horizonte… si no se le pone remedio.

Todo eso es así, pero, le decía yo esta mañana al amigo Cive, es que nadie da duros a peseta. De parecida manera a como quién hace la ley hace la trampa, esta gente te ofrece medios de difusión y de comunicación a espuertas, pero no gratuitamente, el costo está ahí a la vista. Quieres ir de aquí a tu pueblo el fin de semana y compruebas el tráfico; Google te ofrece la posibilidad de evitar caravanas porque sabe del tráfico, pero no lo conoce porque se lo haya contado un angelito que vigila las carreteras, lo sabe porque los usuarios, que tienen conectados el gps del teléfono, están mandando a Google continuamente su ubicación; si sabes que el supermercado de la esquina tiene mucha o poca gente es porque los teléfonos de los clientes están suministrando en todo momento a Google sus movimientos. Bien hasta aquí, cosas útiles que nos ayudan a evitar atascos, pero que a renglón seguido va a conceder a estos señores la posibilidad de ofrecerte un hotel, un restaurante, o un montón de productos más en la ruta que estás siguiendo, y ello sin contar con que ese ojo que te vigila  puede utilizar tus datos de manera mucho menos inocente. ¿Alguien puede imaginar qué hubiera sido el Big Data en manos del fascismo, de Franco tras la Guerra Civil?

Es totalmente deplorable que a esta gente no se le paren los pies, pero, como decía el otro día Nieves Concostrina, las alfombras de las sedes de la Unión Europea, las del Capitolio y las de todos los estados del mundo están raídas por el paso continuado de los lobbies que las asedian. El poder económico y el político, hermanados en fraternal convivencia tienen desde siempre tantísima afición a ejercer de pastores de rebaños, que difícil va a ser que suelten prendan y nos traten con el debido respeto. Rebaño somos y en rebaño nos convertiremos, entre otras cosas gracias al manejo psicológico y sociológico del Big Data que suministra de continuo el grado de imbecilidad que es capaz de asimilar un pueblo, el de Madrid sin ir más lejos, y por consiguiente le ayuda a diseñar el discurso más conveniente para que la gilipollez y la estulticia sigan siendo claves a la hora de emitir un voto.

Que sí, que mi amigo tiene razón con todo ese asunto de la recopilación de datos. Sin más aquella de Amy Webb, cuya tesis principal expuesta en su libro Los nueve gigantes, se puede resumir en que “los gobiernos y cientos de empresas espían a los ciudadanos a todas horas, todos los días; rastrean todo lo que pueden, la ubicación, las comunicaciones, las búsquedas de internet, la información biométrica, las relaciones sociales, los problemas médicos, las compras…”. Eppur –como en otras ocasiones– la terra si muove. Es decir, no se acaba ahí la vida, porque si bien es desconcertante y criminal el uso que hacen de nuestra presencia en Internet o en las redes, también es cierto que si te la trae floja toda esta piratería (cojones tiene que hablen de piratería cuando alguien se salta los derechos de autor para leer o escuchar algo, y esto que hacen Google y Facebook, algo con creces mucho más grave, se lo considere una piadosa aportación al acerbo colectivo), es cierto, decía, que si te la trae floja desde el punto de vista personal, la cosa puede no ser tan grave.  

Le decía a José Antonio que cualquiera que lea lo que escribo por ahí creo que comprende que, en lo que se refiere a mi persona, me importa un bledo el Big Data y todo lo que se le parezca. Desde luego cosas de la edad y de esas reflexiones que tantas y tantas veces me surgen cuando desde el agujero de mi saco de dormir contemplo el firmamento. Tan poquita cosa como es uno... imagínate, le decía, las grandísimas preocupaciones que pudiera tener una de esas miles de hormigas que se mueven bajo tus botas cuando caminas por los bosques. Desde ese punto de vista esa buitrería que se ceba de datos, no llega ni siquiera a eso de pelillos a la mar. Y para mí que todas estas cosas se agudizan con la edad. A veces a uno le entran ganas de reírse de tanta paparrucha con la que inundamos el cerebro los homo sapiens sapiens. Recordemos aquella famosa cita de Shakespeare en Macbeth... de que la vida es un cuento contado por un idiota. Eso mismo. Simplemente sucede que junto a nuestra proyección social –animales sociales somos en definitiva– existe también una parte personal que es inmune a la presencia de los buitres, un aspecto de la persona que perfectamente puede prescindir de lo que hagan o no con los datos de uno, vamos, que me la trae al pairo.

El que a mí me parezca un hecho que debería ser penado por la ley, me refiero a esa usurpación de datos, creo que puede convivir perfectamente con el hecho de que yo siga expresando lo que me dé la gana en mi blog o en las redes, que es algo que  se corresponde desde nuestros más lejanos ancestros con esa necesidad de expresar, narrar, decir lo que te pasa por el magín, y que no es otra cosa lo que harían los hombres primitivos en su cueva junto al fuego de invierno después de una larga jornada de caza. Reunirse y conversar, cotillear, expresarse. Quizás esa escena nocturna alrededor del fuego de gente que conversa sea lo más parecido a lo que son hoy las redes sociales o la escritura que vamos dejando en un blog.

No me afecta eso que José Antonio denomina una nueva forma de dominación ejercida sobre todos aquellos que, con mayor o menor intensidad y frecuencia, entramos en la World Wide Web. Nadie impone una supremacía sobre mí por el hecho de disponer de información sobre mi persona. Me considero demasiado poquita cosa para que eso pueda darse. Por otra parte, si al hilo de este asunto trajéramos a colación a Diógenes el Cínico y su modo de vida y encontráramos a un periodista que pudiera hacerle una entrevista, quizás sus respuestas pudieran aliviar, al menos a nivel personal, ese signo catastrofista que veía yo en el mail de mi amigo José Antonio.   


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