El
Chorrillo, 6 de octubre de 2021
¿De qué
está hecha la percepción que tenemos de las personas? En el caso que me viene
hoy al ánimo, esas personas que en tiempos menos críticos, cuando todavía
nuestros cerebros se encontraban bajo el influjo de la poderosa presión social
del momento, estaban rodeadas de un halo de autoridad, ya fuera en política, en
ciencias o en cualquier rama del saber o de la creatividad, que nos hacía
sentirnos poco menos que seres inferiores. La abrumadora autoridad del padre a
los ojos del niño para quien éste era poco menos que la encarnación de algo
superior. Era, digo. Miro hacia atrás en el largo rastro que deja la historia
del mundo y en cualquier parte de esa historia contemplo cómo la sociedad se ha
articulado desde siempre en torno a individuos que unas veces recibían
directamente de Dios la gracia del gobierno de un país (las antiguas monedas
del franquismo ostentaban aquella afirmación de “Caudillo de España, por la
gracia de Dios”. ¡Ahí es na!), otras aparecían como fanales del progreso y otra
panda de sanguijuelas ostentaban rangos y títulos nobiliarios que los ponían
muy por encima de los ciudadanos de a pie.
La
habilidad de las clases dominantes para inventar ficciones ha sido tan grande a
lo largo de la historia, que no es de extrañar que cierto mecanismo de
“sumisión” se haya instalado en el subconsciente colectivo al punto de que
nuestra percepción de la realidad siga, como los rastros que deja la biología
de nuestro antiguo deambular por los árboles, considerando a ciertos individuos
como hechos de una pasta superior. Todo esto sucedía esencialmente cuando yo
era niño, me sucedía a mí, quiero decir, para quien un ministro, el
Generalísimo Franco o en general la gente que aparecía en el Nodo eran como
especímenes de otra especie diferente a la mía a quien el destino le había
hecho nacer en una clase humilde donde los zapatos duraban hasta que se caían a
pedazos.
Esto me
sucedía de niño. También me sucedía de niño que tuviera que ir a misa a diario,
que comulgara también todos los días y que tuviera prohibido mirarme el pito.
Pero uno termina en algún momento haciéndose adulto y encontrando que alrededor
de la infancia, educadores, familia, ideólogos del franquismo y toda una
parafernalia de interesados, han tejido un tan tupido mundo de falsedades alrededor,
que uno se siente realmente estúpido por haber sucumbido durante tantos años a
engaños que hoy nos parecen cosa de niños.
Es tal
el volumen y la densidad de las ficciones que se han tejido en torno a nosotros
que a veces abrirse paso entre ellas es como hacerlo en el enmarañamiento de la
selva. Quizás hacerte adulto consista en eso, en ello y en buscar ardorosamente
el camino correcto entre tantos obstáculos.
Demasiados
prolegómenos. Lo siento, pero es que buscaba el modo de aterrizar con ellos en
algún hecho concreto; acaso, no sé, que esto de escribir es como ese flanear
que tanto gustaba a Unamuno, puro errabundaje, sólo que en vez de hacerlo
caminando por el campo o por las calles de Pontevedra se hace por los senderos
de las palabras y las ideas. A ver si me lo quito de encima y puedo seguir con
otro asunto. Quitarme de encima, digo, al tal Vargas Llosas que algo tiene de
esa categoría de personas que en algún momento nos parecieron fanales de
cordura y creatividad y que ahora, caídos del guindo, yo no tendría ningún
empalago en situar en la panoplia de los imbéciles. Porque de imbéciles me
parece que aún siendo un creído y un prepotente con ínfulas de ideólogo de la
extrema derecha y teniendo la edad que tiene,–miro en
A veces
me parece que es una tarea urgente esta de ir desmontando ficciones y creencias
que de un modo u otro se nos han colado en el subconsciente colectivo y que
siguen circulando por el mundo como falsa moneda de cambio. ¿Qué pinta este
señor, el de Conversación en la catedral,
un excelente libro no obstante, en todas las portadas de los periódicos?
¿Por qué habiendo relevantes pensadores en el país, buena gente por demás,
personas capaces, profesionales excelentes, tenemos que soportar a peleles, ambiciosos,
trepas, pusilánimes, incompetentes? ¿Qué hace posible en la mente de la gente que
oigan con respeto o simple consideración a fulanito o menganito, todo lo que
éste o el otro dicen en los medios? ¿Por qué dejar tanto espacio en los
periódicos a los imbéciles, a los insignificantes, a la gentuza? Es verdad que
el sistema democrático es lo menos malo de lo que hasta ahora se ha inventado
en el campo de la política, pero, hombre, de ahí a que tengamos que soportar en
el ápice a peleles, pusilánimes y sabelotodos a los que lo único que les
interesa es el grosor de su cuenta bancaria… ¡vamos…!
Vuelvo
al tal, que sí, que cada vez me cae más gordo y es que a mí la jeta de este
ceñudo individuo me hace reír. Jeta como de a quien le deben y no le pagan, jeta
del que mira desde las alturas a sus pies, jeta de un mangante más, ahora lo
sabemos, que hurta a las arcas del Estado la contribución que le corresponde. Si
fuera un niño, el hecho de tratarse de un premio nóbel seguro que me habría
llenado de admiración, pero como dejé de serlo desde hace mucho tiempo, lo que
ahora me produce es risa. Risa tanto estiramiento para luego irse como un
ratero a esconder su dinero en una empresa offshore.
Moraleja
No es
buena cosa andar escribiendo y cerrando unas líneas con una moraleja explícita,
pero es que me viene al pelo. Sucede que esta madrugada mi amigo P estaba
desvelado y, entre dibujo y dibujo que andaba haciendo para entretener la hora
de levantarse, me mandó un guasap con un cuento actualizado del mito de Apolo y
Dafne. Aquí está en palabras de P:
La
mitología griega tiene una imaginación desbordante, y hace que el cabrón de
Eros lance su flecha de oro hacia Apolo que hace que instantáneamente sienta un
amor imparable por Dafne, ninfa del bosque, y a la vez Eros lanza una flecha de
hierro y plomo al corazón de Dafne que le hace sentir un odio feroz hacia
Apolo.
El
gilipollas de Apolo acuciado por el deseo y la lujuria, persigue a Dafne por el
bosque sin lograr alcanzarla. Apolo entonces invoca a su padre Zeus para que le
ayude a alcanzar a Dafne. Cuando ya la alcanza y pone su mano sobre ella (ver
la escultura de Bernini) Dafne pide ayuda a su padre, guardián del bosque, y en
el momento que Apolo toca a Dafne ésta se para y empieza a echar raíces en el
suelo. Su piel se transforma en una corteza de árbol, floreciéndole los brazos
en forma de ramas y transformándose en un laurel (en la escultura de Bernini
aparece Apolo con una corona de laurel). El frustrado amante en honor a su
amada no conseguida ofrecerá la corona de laurel como símbolo del ganador en
los JJ.OO.
Y ahora
la versión actualizada. Cuando Apolo alcanza a Dafne y la toca, ésta empieza a
ramificar sus brazos con fuertes ramas, y volviéndose le asienta un rodillazo
en los testículos. Apolo, que por muy dios que sea, se dobla de dolor y Dafne,
con un molinete digno de Bruce Lee, le asienta un estacazo en el prepucio al
libidinoso Apolo, mientras grita: ¡No es No!, a ver cuando te enteras so
cenutrio.
Y ya
Apolo en el hospital, con la corona de laurel colgando de una oreja piensa… Cuando
coja a Eros le voy a meter el arco y las flechas por el culo.
Y
colorín colorado…
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