martes, 12 de octubre de 2021

Conoce a tus vecinos

 

Se trata de nuestra vecina la abubilla, que hoy decidió entrar a fisgonear en nuestra biblioteca acaso para conocernos mejor. Ya sabéis aquello de que por sus libros los conoceréis.


El Chorrillo, 12 de octubre de 2021

 

Recordaba hoy a una profesora que llenaba continuamente la pizarra con mapas que ilustraban sus lecciones de Historia y Geografía. Su magnífica habilidad para dibujar los rincones de todos los continentes en un santiamén a vuela tiza era admirable. Que había que hablar del Cuarto Creciente y Mesopotamia, de inmediato veíamos aparecer en la pizarra toda la línea que alcanzaba el Medio Oriente Antiguo y enseguida, como por arte de magia, empezaban a fluir por el pizarrón los cauces del Eufrates y Tigris, Babilonia, la ciudad de Petra. Un día más tarde, siempre sobre la pizarra, contemplábamos a las huestes de Alejandro Magno expandirse como una mancha de aceite por Centro Asia, veíamos a sus ejércitos atravesar Persia, cruzar el actual Uzbekistán, Tajiskistán y, como un Aníbal a lo grande, atravesar el Hindu Kush hasta alcanzar el valle del Indo.

Visualizar sobre el papel o la pizarra los azares de la Historia producía en nosotros cierta sensación de cercanía, del conocimiento del terreno del que un estudio corriente de la Historia carecía porque la Historia que había estudiado antes, no sosteniéndose sobre un espacio, resultaba en cierto modo un tanto abstracta. Yo tomé muy buena nota de ese modo de hacer de doña Micaela, ese era el nombre de la excelente profe de entonces, y cargado con el bagaje y la destreza que aprendí de ella, usaba el mismo procedimiento llenando con habilidad mi pizarrón con continentes, ríos o ciudades cuando las lecciones a mis alumnos mayores de EGB lo requerían. Entre mi material de trabajo siempre había una buena colección de mapas mudos de todo el mundo que servían a mis alumnos para situar cualquier evento histórico o los nombres de ciudades y países que aparecían en nuestros libros.

Y que yo recordara precisamente hoy estas circunstancias imagino que algo tenía que ver con lo que se cuece estos días en mi cerebro cuando recorro lugares recónditos de Gredos o pretendo rehacer mis itinerarios por el Pirineo o Alpes y no logro ubicar ni dar nombre a muchos lugares. Tener en mente el nombre y los recorridos de todas las gargantas que recorren Gredos tanto al norte del eje orográfico central como en la vertiente sur, el nombre de sus pueblos, las montañas, sus torrentes; tenerlo en mente y poder visualizarlo, eso querría. Días atrás me sucedía otro tanto en la cumbre del Ocejón cuando trataba de organizar mis conocimientos y localizar cumbres lejanas frente a mí, el Porrejón, el Pico de la Tornera, ¿será aquello el puerto de la Quesera y aquel otro el pico del Lobo o cómo se llamará aquel y aquel otro monte?, y así sucesivamente con tantos paisajes que atravieso, valles, pueblos o torrentes que cruzo y de los que ignoro sus nombres o que acaso he olvidado.

La cabeza está llena de cosas curiosas donde las concomitancias trabajan a veces con una fecundidad extraordinaria. Hoy tengo la sensación de que soñé algo relacionado con esto, había dormido en una cumbre y a la mañana la niebla había envuelto la montaña en una impenetrable masa gris. Cuando fui a echar mano del teléfono la batería estaba descargada, no había manera de utilizar el gps. Era una situación crítica en un terreno desconocido como aquel. Me embargó una gran inquietud de inseguridad. No recuerdo más. Sí recuerdo que en el siguiente sueño pasaba junto a una higuera un tanto enclenque que crecía junto a la fachada de una casa, enclenque pero que en el extremo de las ramas cimeras dejaba ver dos enormes higos grandes como puños. Decidí trepar a por ellos. El árbol oscilaba peligrosamente de un lado para otro, pero llegado hacia lo alto logré estabilizar mi posición agarrándome al alero del tejado. Como juzgase más seguro el tejado que las ramas de la higuera, terminé arrastrándome hasta situarme sobre él. Me relamía arrancando aquellos dos enormes higos y metiéndomelos en el bolsillo. La inquietud, como en el sueño anterior, surgió cuando se me planteó el problema de bajar y alcanzar de nuevo la rama de la higuera que ahora veía tan endeble como para que fuera imposible que sostuviera mi peso. Era obvio que no podía quedarme a vivir en el tejado, así que con un gran susto en el cuerpo, despacio despacio fui deslizando mis pies hasta encontrar apoyo en una de las ramas. Que sea lo que Dios quiera me dije a continuación, me agarré a la rama, cerré los ojos y solté mi mano del alero del tejado. De inmediato, el árbol, flexible como un sauce, resistió mi peso y describiendo un elegante arco me depositó en el suelo.

La higuera de cuyos higos damos cuenta estos días en casa y las montañas que visito últimamente alimentaron mi sueño de esta noche. ¿Qué relación encuentro en estas dos situaciones para que sean capaces por sí de alimentar mis sueños? No me atrevo a pensar que haber amanecido entre la niebla y sin gps invitaran a mi subconsciente a emprender la tarea de tomarme en serio un conocimiento más minimizado de los terrenos por los que camino, ni que mi glotonería con los higos inventara quiméricos frutos a degustar, sin embargo sí creo que en este caso los sueños lo que hacen es nutrirse del deambular consciente por las realidades inmediatas, trasladando más tarde a través de un sofisticado alambique la realidad para convertirla en espirituosos fermentos con los que la mente, aburrida en su rincón mientras nosotros dormimos, se dedica a jugar a los bolos creando fantasías a partir de los colores primarios que le sirve la realidad.

Que tengan algo que ver aquellas clases de doña Micaela con el sueño, no lo sé, pero sí creo que apuntan de algún modo a una idea que me viene persiguiendo últimamente bajo el influjo de la lectura de John Burroughs y que en breve podría resumirse con el slogan Conoce a tus vecinos, conoce algo más que los caminos, nombra a los arroyos, reconoce los cantos de los pájaros, reconstruye mentalmente cada rincón de la sierra de Gredos, que con los ojos cerrados puedas nombrar y reconocer cada prominencia, cada bosque, cada valle.


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