domingo, 31 de octubre de 2021

El regalo de cumpleaños de Malela



 

Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
y se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel.
(Emily Dickinson)


El Chorrillo, 31 de octubre de 2021

 

Bueno, pues es que era el cumpleaños de nuestra nuerísima y querida Malela y a ver qué le regalábamos, que cada vez que se nos presenta un cumple en casa ya tenemos en ciernes un pugilato. Veamos, Malela, músico de profesión –que aún no se me da que una persona pueda ser música–, aficionada a los libros, activista social y feminista… (emoticón rascándose la cabeza con la mano derecha). No necesito mucho tiempo para pensarlo. Victoria está frente a mí esperando ver lo que se me ha ocurrido. Yo para estas ocasiones lo tengo siempre muy fácil: Emily Dickinson, mi poeta de siempre. Lo tengo en mente, pero no se lo digo. Ella: que en fin, que se lo ha preguntado a nuestra hija y que le ha dicho que algo sencillito, que no tiene mucho tiempo para leer, que… que vamos, que ya me lo huelo: una novela gráfica. Y yo no es que sea refractario a esta clase de ¿cómo llamarlo? ¿productos de los nuevos tiempos? ¿Un género nuevo lejanamente emparentado con la literatura y el dibujo? ¿Una extensión de lo que leía de niño o ya treinteañero como aquellos cómics del genial Robert Crumb?; pero es que si además la elección viene acompañada por razones como la no disponibilidad de tiempo y la facilidad para seguir un relato, la cosa ya me mosquea.

¿Tan apurados de tiempo vivimos que el poco espacio que dedicamos a leer lo vamos a tener que compartir con algo fácil, visual, digerible? Y recuerdo aquellas novelas que leíamos de niños en que algunas páginas ilustraban el relato, acaso para hacer más asequible al novel lector sus primeros pasos en su andadura literaria. No quito sus méritos a la novela gráfica, lo que sí me niego es a claudicar como lector, me niego a que en este mundo de las prisas que estamos fabricando, cada vez vayamos dejando menos espacio a la literatura, a la poesía.

El tiempo que se llevan las redes sociales, la cantidad de asuntos que queremos meter en el saco de las veinticuatro horas, el que tengamos toda las diversiones y músicas del mundo al alcance de un ratón o esa fiebre que nos empuja a una “diversión” made la IDA, poco a poco se van tragando ese espacio mágico que son las largas horas de lectura, que fueron y deberían seguir siendo el alimento esencial de nuestra inteligencia y nuestro goce. Tengo la impresión de que el placer de la lectura poco a poco se va disolviendo como azucarillos en las aguas revueltas y tentadoras del teléfono móvil y en las tantas tareas de que nos rodeamos. ¿Quién recuerda ya esas largas tardes, cuando el tiempo tenía una dimensión diferente, dedicadas exclusivamente a compartir los anhelos de Proust por Albertina, sus recuerdos de Babet, sus relaciones con la señora de Guermantes; Guerra y paz  transcurriendo página tras página por la inmensidad del escenario ruso; Huckleberry Finn bogando por las aguas del Mississippi; todas aquellas tardes de la infancia embarcado en las aventuras del Tigre de Mompracem de Emilio Salgari? Cuántas horas seguidas que entonces dedicábamos a la lectura y que ahora, como hay tanto que hacer, dosificamos con cuentagotas o, como es el caso, sustituimos por “otra cosa” más sencilla a la espera de que vengan tiempos mejores; ja, el tiempo de la jubilación, los días en que nuestras ocupaciones se vean aliviadas por la llegada de una realidad diferente que prime un retorno a las viejas lecturas.

Venga, me digo, que tampoco es para sacarle punta a todo lo que se te ponga delante de las narices. Sí, es cierto, que uno habla consigo mismo y ahí termina la función, pero que poniendo a juicio, aunque sea de refilón, esa moda de la novela gráfica, lo mismo te empiezan a caer piedras encima, no sólo de tu amantísima esposa ;-) sino, cómo no, de tu primogénito tan forofo él de cuantos comics caen en sus manos, perdón, novela gráfica, quise decir.

De todos modos el tema de los regalos de cumpleaños es en ocasiones un hueso duro de roer. Victoria apuesta por dar pleno gusto al festejado; yo sin embargo, a quien parece que quiero festejar es a mí mismo. Para Victoria, altruista mucho más que yo, lo primero que cuenta es el gusto del otro; a mí por el contrario me cuesta regalar algo que no está en mi propia onda. Regalar para mí significa dar algo de tu propio yo al otro, de tus gustos, de tus deseos, de tu mundo. No es que me traiga al fresco que le guste o no al otro lo que he elegido, pero si el regalo es mío, algo tiene que llevar, digo yo, de la música que me suena en la cabeza.

 


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