sábado, 30 de octubre de 2021

Abrirse paso en la selva





El Chorrillo, 30 de octubre de 2021

 

La chimenea encendida. Fuera la lluvia. Pasada la medianoche… ¿Pero cómo irse a la cama? Esa hora tan especial. Luego te levantarás a las doce; sí, lo sé. ¿Y? Total, que aprovechando que Silvia, la hija de Rubén, el arquitecto de Crematorio, de Chirles, ha mencionado la sonata Waldstein de Beethoven y a contrapuesto a dos pianistas para su interpretación, Ashkenazy y Barenboim, enciendo el amplificador y pruebo, esa música que duerme impetuosa, arrolladora en audiciones de otros tiempos. Y la música surge de la noche con el estrépito, sí, arrollador que le imprimen los dedos y alma de Barenboim. El escenario está montado.

Tomo los aparejos y me voy con ellos a mi bloc de notas a ver si pesco por allí algo que me interese. Lo primero que me encuentro: “Un amigo me dice que acaso llevo muchos post hablando de Julio Villar (ver esto)”. Lo escribí ayer poco antes de irme a la cama: Creo que no hubiera deseado otra cosa con más pasión en otra hipotética vida que haber tenido el valor de atravesar en soledad algún océano. Pero ni siquiera en alguna, también hipotética vida, me habría dado el valor para ello. No puedes quedarte sólo con la bonanza del mar y la compañía de las estrellas. Los briosos acordes de Barenboim parecen advertirme de que el mar no es sólo el plácido escenario de un apacible navegar, que el mar, como la música, encierra sorpresas, tragedias, tormentas, una infinita soledad. Y me pregunto, siempre me lo pregunto, cómo será navegar entre olas de tres o cinco metros de altura, cómo será navegar entre olas de tres, cuatro metros de altura, cómo será una tormenta en el mar, qué sucederá si el velero vuelca en tales circunstancias. Tantos interrogantes que sólo pensar en ellos me ponen nervioso. Termina Barenboim y ahora pruebo la versión de Ashkenazy. Esta maravilla de tener a un clic toda la música del mundo…

Pero no me convence esa nostalgia de algo que no conozco y que estaría tan fuera de mi alcance –en la otra vida, quiero decir–. Prefiero explorar otra idea. Matías, uno de los personajes de Chirbes, antiguo militante de causas perdidas habla por boca de su sobrina un día en que todo le parece deprimente. Matías, decía, recuerda ella, “puedes librarte de todo cuando ya lo llevas dentro. Te falla la religión, el más allá, la eternidad y todas esas monsergas, y entonces te queda la política, el bien común, el banquete universal; pero luego la política también se te viene abajo, y tienes la impresión de que te has quedado sin nada; cuando alcanzas ese nihilismo, es cuando te das cuenta de que por primera vez estás pisando el suelo; empiezas a apreciar de verdad las cosas, extraes fuerzas de esa nada, porque es una nada productiva, eres tú contigo mismo, te quedas tú solo, con los restos de todo lo que quemaste en la vida. Te queda saber que eres sólo parte de la naturaleza, y entonces deseas confundirte con la naturaleza, volver a eso que antes se llamaba la madre tierra”. Me temo que ya hablé hace un par de días un personaje de Voltaire que andaba por parecidos derroteros a los de Matías. Sí, Cándido, aquello de Il faut cultiver notre jardin, que también practicaba y predicaba Biung-Chul Han. Matías, tras una ajetreada existencia de compromiso político pasa los últimos años de su vida cultivando el jardín, regando su huerto, recorriendo los olivos, podando, paseando durante el invierno por los bancales de almendros, ya en flor a mediados de enero.

Ideas recurrentes que fertilizan la vida, porque de cajón es que sin abono hasta la tierra de la vida puede llegar a hacerse estéril. Julio Villar exagera cuando en su libro dice que todo lo que sabe lo ha aprendido solo. Exagera, pero tampoco excesivamente. Ser un autodidacta, y la soledad es un buen medio para que ello aflore, te mete en ocasiones en algún berenjenal, se aprende despacio, pero se aprende, lo que se aprende termina formando parte de uno como la misma sangre que alimenta todos los rincones del cuerpo. Cuando uno aprende solo, los conocimientos pasan a ser carne de mi carne y sangre de mi sangre, no la carne ni la sangre de ningún salvador o maestro. En un mundo en donde tan difícil es pescar algo esencial, porque la charlatanería inunda los medios y el ambiente, parece que urgiera disponer de unas fenomenales gafas que usar a modo de lupa para enterarse de qué va la vaina esa de la realidad, eso que tenemos delante de nosotros. Escribe Julio Villar: “Voy andando. A veces la vida va por delante, llevándome y arrastrándome, alegre, dolorosa, inconsciente. Otras, abro yo el camino, muy seguro de mí, y elijo mis sendas, y miro, corro, descanso, descubro, y me exalto ante todo lo que hay delante de mí”.

YouTube parece saber más sobre mí que yo mismo. Sin transición ha terminado con la doble audición de Waldstein y me ha puesto en el giradisco la Sonata Primavera, música sin sobresaltos esta vez que llena la atmósfera de mi cabaña con la apacible cadencia de un Beethoven con el ánimo más festivo. Últimamente tengo la impresión de que todos los caminos me llevan a Roma, todo lo que leo termina llevándome de una manera u otra al dichoso jardín de Cándido, y no por decepción sino como consecuencia lógica de una larga búsqueda a lo largo de la vida que termina al fin, como en el libro de Stevenson, acercándose a alguna clase de tesoro, esa búsqueda que todos perseguimos, que unos llaman verdad, pero que yo creo que se trata más bien de ir casando las piezas de un puzzle en el que se nos han colado centenares de piezas falsas que hacen difícil orientarse. Hay aficionados a los mapas como Joseph Conrad, R. L. Stevenson, George Orwell o Aldous Huxley, cada uno con su interpretación geográfica o humana, pero en general parece que son más prácticos esos pensamientos que exhumamos de aquí y de allá en las largas horas de lectura, donde se dan cita cientos de personajes de toda condición y de todas las épocas y que nos hablan de sus aspiraciones, sus fracasos, sus amores, sus deseos más íntimos o sus pasiones más vergonzantes. Una lectura, que siendo como es en algún modo un acercamiento a realidades complejas entre las cuales cada uno busca abrirse paso, termina con su aportación de experiencias diversas, por constituir pequeño mapas  que nos hablan de los contornos de los bosques, los cursos de los ríos y sus vados, los collados transitables, las fuentes en donde calmar la sed. Metafóricamente o no los libros son un a modo de mapa que tanto pueden servir como diversión para seguir las aventuras de Obelix y Asterix como imprescindible instrumento para abrirse paso en la selva.

Al organillo del YouTube se le ha acabado la cuerda ya hace un buen rato y en la chimenea apenas queda un leve rescoldo. Hora de irse a la cama. 


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