El Chorrillo, 24 de octubre de 2021
Hoy
encendí la chimenea por primera vez, un rito no más como otros muchos que
secuencian el paso del tiempo. Tiempo de vuelta a los orígenes, al fuego, a la
cueva, al encuentro de la lectura frente a las llamas del hogar. Continúo con
la lectura de Crematorio, de
Rafael Chirbes. Un personaje cita a Baudelaire que hablaba
de los artistas que se entregan como mártires para experimentar en sí mismos el
dolor ajeno y que esa experiencia cataliza su obra. ¿No se trata acaso de una
idea fuente que traducida de otra manera puede expresarse diciendo que para ser
visitado por cualquier clase de inspiración, de pensamiento claro, de idea
fructífera es necesario ponerse en alguna particular situación, y si
no ponerse, al menos estar atentos a cualquier atisbo, conato, de que tu cerebro
te está sugiriendo algo interesante?
Hay
quien se fue a la guerra en busca de inspiración, pero sospecho que no es
necesario exponerse a que a uno le rompan la crisma. Ayer, siguiendo las
piruetas de un amigo navegante, recordé de inmediato a Julio Villar, que ha
escrito uno de los libros más hermosos que conozco, ¡Eh, petrel! Julio
dio la vuelta al mundo en una cáscara de nuez de siete metros de eslora, solo,
sin ningún conocimiento de navegación antes de que se le metiera en la cabeza
tan “descabellada” idea. Dicen que a veces unas pocas palabras, una idea,
surgidas como por arte de magia del ocioso cerebro de un artista pueden actuar
como desencadenante de una obra de arte posterior. Es uno de los caminos que
elige la inspiración para asomarse al mundo de las ideas o del arte. Pero ese
chispazo, esa luz que se enciende en un poeta requiere algo más que la fuerza
de voluntad, que acaso no tiene ningún papel en esta clase de evento; es
necesario estar, ponerse en situación. En ese sentido a Julio lo que le sucedió es que su decisión de echarse a atravesar el océano en la soledad de su
barquichuela, fue ponerle en estado de buena esperanza. Los vientos, el
peligro, el firmamento estrellado en la soledad del océano, la paz de espíritu
y todo cuanto puede descender sobre el alma del navegante sometido al capricho
de las olas, actúan como catalizadores de la sensibilidad al punto de afinar la
percepción sobre la realidad, la vida o el encuentro con los elementos; fue,
pienso, determinante en la creación de esa pequeña obra maestra que es ¡Eh,
petrel!
La
creatividad es un bien relativamente escaso que no se deja atrapar fácilmente
en las aguas de una ajetreada vida ni en la ociosidad de quien pasa horas
frente al televisor. Creo, pienso, etcétera.
Si al
dolor al que se entregan los artistas en la idea de Baudelaire se le sustituye
por soledad, esfuerzo, encuentro con la naturaleza, atención al universo que
nos rodea –la música del arroyo, la brisa que juega con las hojas de los
árboles, el tintineo de la lluvia sobre la tienda de campaña–, el efecto puede
ser similar al que expresa el personaje de Chirbes, que considera que la
acumulación de estas experiencias serían como los hidrocarburos, el petróleo,
el gas, una energía condensada, petrificada, que el arte libera.
Por
buscar explicación a interrogantes que no quede. De parecido modo a como el mar
o el amor han inspirado a poetas de todos los tiempos a través de una energía
acumulada, no es difícil extrapolar que una parte considerable del hacer del
pensamiento provenga de estados anímicos propiciados por experiencias
particulares que viven, han vivido, algunas personas. Con lo cual la calidad de las experiencias vividas estaría en buena parte en la razón de ser de muchas obras
artísticas o literarias. Experiencias que aparecerían como catalizador de lo
profundo, de la esencia, que en última instancia se liberaría a través del acto
de crear. Ergo, Julio Villar habría sido incapaz de escribir semejante joya si
no hubiera tenido la experiencia personal de navegar los mares del planeta en
solitario.
Si a
esta idea le damos la vuelta y consideramos lo mal que puede ir el mundo, un
pensamiento de Pascal muy conveniente, y que ya saqué a colación en alguna otra
ocasión, explicaría la razón de esta circunstancia. Dejó escrito Pascal que
todos los males de este mundo derivan de la incapacidad del hombre para
mantenerse solo y en silencio en una habitación. La moraleja está servida.
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