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Debería atenerme al consejo de Nieves Concostrina, pero un asunto colateral me obliga a meterla de rondó. Mis disculpas. |
El
Chorrillo, 29 de septiembre de 2021
Es el
caso que termino con mis obligaciones matinales, me voy a mi rincón de la
cabaña junto a la ventana y tras unos minutos descubro que no hay nada
inmediato en que me apetezca emplear el tiempo. Dudo si ponerme a leer un libro
que me acaba de traer el mensajero, El
arte de ver las cosas, una selección de textos de John Burrougs, un hombre
vinculado al trascendentalismo norteamericano junto a Emerson y a Thoreau, o
por atender a ese no hacer nada que días atrás Alba Rico en un tuit ponía en
boca de Alfonso Sastre: “ Así decía el tuit: “ Para pensar hay que saber
pensar. Pero antes, saber leer. Pero antes, saber escuchar. Pero antes saber
estar en silencio. Pero antes procurarnos un tiempo para no hacer nada”. En fin
que después de un rato de silencio y otro más de no hacer nada decidí que tenía
que aclararme sobre un asunto que me trae un poco mosca.
Se
trata de lo siguiente. Días atrás había escrito un post sobre la presidenta de
El
asunto que trato de desentrañar nace de situaciones como ésta: días atrás mando
un vídeo a un amigo con la intervención de Yolanda Díaz en la pasada fiesta del
PC que viene encabezado por estas palabras: “Frente a la ola reaccionaria no
hay que caer en el desánimo, sino construir un proyecto en positivo. Levantar
un proyecto de país que genere esperanza y dé un nuevo horizonte a nuestra
gente”. Su respuesta ante tan alentadoras palabras es la de alguien que está
realmente tan enfadado con unos y con otros que apenas presta atención al vídeo
que le he enviado y me viene a decir, sin mucha relación con el motivo de mi
mensaje, que se plantea no votar en las siguientes elecciones, salvo si se
presenta Ayuso. Y yo naturalmente me llevo las manos a la cabeza. Y es que es
un amigo que aprecio, un amigo culto e implicado. En otro lugar, otro amigo,
frente a mis propuestas para construir un mundo mejor, me dice que el
socialismo o el comunismo tienen la virtud de acabar con todo lo que dicen
defender, lo que, imagino, me hace suponer que es la tercera vía la que el
defiende, porque no hay muchas más en la actualidad, el neoliberalismo. La más
inhumana e interesada de las ideologías en nuestro tiempo debería ser, a lo que
parece, el santo de nuestra devoción, esa ideología de la libertad en donde en
un gallinero lobos y gallinas andan juntos.
Trato
de aclararme pero no lo consigo, trato de comprender cómo personas de parecida
extracción social, económica y cultural pueden pensar de manera tan distinta… y
no lo consigo. Me intriga, o yo soy un poco corto de luces o estoy muy metido dentro de una burbuja que no me deja ser objetivo, y
el caso que he viajado bastante y he leído algún millar de libros, pero ni con
esas. Lerdo total me siento. Uno puede argüir como hace uno de mis amigos, que
unos y otros son unos canallitas porque en tal caso concreto se han comportado
de esta u otra manera, pero de ahí a pretender no dejar títere con cabeza y desear
desterrar a las alcantarillas, partiendo de estos ejemplos, dejando totalmente
inhabilitado, desprestigiado todo un movimiento de izquierdas para después
decir que sí votaría a la tal Ayuso, me parece un despropósito.
En
ocasiones me embarga la sensación de que el hombre engendra
odios y amores que van mucho más allá de la razón, odios y amores que se nos
cuelan por alguna rendija, nos habitan y nos acompañan a lo largo de la vida
con cierta independencia de nuestra razón, que puede llegar a contemplar el
espectáculo con la misma intriga con la que yo me enfrento a algo irracional.
Sí, claro, la educación que cada uno recibimos, las fuentes de información en
las que bebemos, el entorno social y económico en que hemos crecido y nos hemos
desarrollado, pero aún así. Escribía el otro día que Jean Paul Sartre había
dicho que a los doce años uno ya sabe si es obediente o rebelde. Igualmente se
podría decir de otros aspectos de nuestra personalidad. Yo nací de izquierdas,
de parte de aquellos que creen en la justicia como herramienta para hacer un
mundo mejor, y a los doce años, pese a haber estudiado nueve años con los curas,
ya podía considerarme ateo y en completa oposición con aquellos que medran a
costa del prójimo y buscan conservar y ampliar espurios privilegios. A lo mejor
podría haber nacido de derechas, cosa difícil cuando se nace en una familia
donde era muy complicado llegar a final de mes, pero en cualquier caso no dudo
que llegando a adulto y estando en conocimiento de la historia de la humanidad
y con el haber de una sana moral habría cambiado totalmente de signo mi
adscripción política.
Descubrir después que el mundo no
es perfecto y que dentro del socialismo y el comunismo se pueden cometer
grandes errores, no me habría hecho caer en la trampa de generalizar, ese
defecto tan común y tan universal, y querer echar por tierra la labor de todos
aquellos que han trabajado por conseguir un mundo mejor. El ignorante, que no
tiene visión de la historia y de aquellos que la han llevado adelante, no cae
en que la vida de la gente ha cambiado a mejor a lo largo de los siglos,
demasiado lentamente, es cierto, gracias al trabajo, al esfuerzo, en ocasiones
dando sus vidas a cambio, de una minoría que se ha partido el alma unas veces
por conseguir una jornada laboral más humana, otras por desterrar injusticias
sin nombre. Gentes que responden a una ideología de izquierdas, socialistas,
comunistas que creyeron que lo que en un tiempo era de todos no debe ser ahora
de unos pocos.
Cuando la vida corre por las venas
y la oyes fluir como un arroyo cantarín entre hierbas y pedruscos,
cuando la vida es un corralillo de
piedras en la cumbre de una montaña,
cuando la vida son las castañas
pilongas de la infancia, el regaliz, el palolú que vendía mi abuelo en su
puesto de pipas,
cuando la vida, en fin, va más
allá de tu propia piel y es necesario hacer un hueco a la justicia, mantengamos
nuestra conciencia en alto y no nos dejemos engañar por el espectáculo de los
que creen que el mundo es patrimonio de unos pocos. Amén.
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