jueves, 30 de septiembre de 2021

Ay, las madres…

 


Victoria, Mario, Guille, Alberto, Lucía. Nuestra familia en los albores 


El Chorrillo, 30 de septiembre de 2021

 

Dicen que cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas. Yo en vez de matar moscas prefiero darle a la matraca de la escritura en este diario, así que, ocioso como estoy, voy a contar esta mañana mi paseo matinal. Empiezo pues: Las del alba serían, aunque ni contento ni alborozado por verme armado caballero, ni reventado de gozo como lo fuera don Quijote, a oscuras y seguro, eso sí, ¡oh dichosa ventura!, y cumpliendo la vieja aspiración, I was falling in love with silence (A Book Of Silence, Sara Maitland), del preceptivo rato de silencio mientras camino junto a la orilla del cauce del arrollo de Valdespino, cuando al fin llegó la hora de mi matinal lectura.

Hoy, obligado por el interrogante de desentrañar la razón de que la IDA haya rozado la mayoría absoluta en las pasadas elecciones y dispuesto a investigar el hecho, me había traído para escuchar mientras caminaba un estudio de Psicología Política titulado Predicción de la conducta de voto. Personalidad y factores sociopolíticos, un portafolios que excedía en mucho el tiempo que yo quería dedicar a semejante tema, pero que me impuse leer no con otra razón que la de intentar entender una realidad confusa. Tenía algunos datos además que había sacado el día anterior de una página de El País elaborada con ocasión de las pasadas elecciones cuyos resultados grosso modo decían que la gente mayor, las rentas más bajas y las personas con menos estudios eran el principal caladero de los votos del PP, un asunto que bien merecía un serio  estudio sociológico y psicológico que nos ayudara a entender mejor lo que sucede en las mentes del electorado.

Quizás me durara la lectura casi una hora. En realidad no saqué nada nuevo de ella. La mañana era turbia. Cuando pasé junto a la higuera del arroyo Tochuelo, paré un momento. Todavía quedaban algunos higos, higos negros, un poco enclenques. Arranqué cinco de ellos y me los fui comiendo sendero adelante. Tenían un sabor profundamente dulce y agradable. Al llegar al final de los olmos volví a la lectura, esta vez era la continuación de los relatos de Landolfi. El narrador le pregunta a Kafka que qué haría ante la posibilidad de que tras la puerta apareciera una araña grande como el cesto de la ropa. E insiste ¿Y si esa araña, en lugar de cuerpo tuviera una cabeza de hombre que te mirase fijamente desde el suelo, qué harías? Apenas había pronunciado estas palabras cuando se reprodujo punto por punto la escena imaginada por el narrador. Ambos quedan horrorizados, y más todavía cuando observan que aquella araña tras las peludas y repugnantes patas ocultaban la cabeza del padre de Kafka, muerto hacía años. Pese a todo a Kafka se le escapa un entrañable “¡papá…! Sigue una historia incongruente y al final, un día en que el padre mira al hijo con expresión cansada, casi implorante y con gran afecto, Kafka a pesar de ello toma una silla y lo deja aturdido del golpe. Luego corre al sótano a por un mazo y lo aplasta del todo. De la cabeza rota salió una especie de tuétano más o menos líquido. Como se ve un asunto para el diván de Freud.

Estaba llegando al pinar de los Frailes cuando dejé descansar el libro de Landolfi para tomar un respiro. Las obsesiones de este autor vertidas en esta colección de relatos son a veces una pura delicia… :-). Sobrepasar la cuestecita que lleva al pinar es ingresar en el mundo sonoro de la cercana autovía, la M-407, que a esta hora de la mañana llena el aire con la destemplanza de un tráfico excesivo. Pero en fin, no se puede tener todo a la vez, tener buenas comunicaciones y disfrutar de ese apreciado silencio que debería reinar en nuestros campos. Ahora allá a lo lejos veía a la madre de X, hoy con un bastón en la mano, que se acercaba con ese paso decidido de quien pisa firme en la vida. Bajita, de pelo entrecano y mirada vivaz, la veo acercarse con la leve sonrisa en los labios de quien comparte las excelencias de este caminar temprano buscando beber de la mañana la breve inspiración que nos recuerda que somos, eso que decía ella más tarde, parte del Todo, que la vida no son las noticias de los periódicos ni los locos senderos por los que camina el mundo. Y es que nos paramos y la conversación fluye enseguida junto al ribazo del camino como si nos viéramos impelidos a ratificar esas pequeñas verdades que hacen de la naturaleza el elemento en el que nuestro yo encuentra su reposo. Hablamos de la influencia benefactora que ella tiene en nosotros, de la simbiosis que se produce entre el ánimo, el alma del caminante y las hierbas, los pájaros, el campo, el cielo sobre nuestras cabezas. Sosiego para el alma, alivio para los momentos más oscuros. Y entonces le cuento de una vez que llevaba el ánimo bajo y que andaba errante por la Feria del Libro y que llegado a uno de los stand abriera distraído un libro, un libro del famoso y adinerado Osho. Abrí el libro por cualquier parte y allí lo que me encontré fue una receta, no de cocina sino de qué hacer cuando estás jodido. La receta era sencillísima: ir a casa, ponerse el chándal, salir, echarse a correr durante diez kilómetros a buena marcha y llegado al final buscar el tronco de un árbol junto al que sentarse y recostar la espalda, y quedarse allí durante un buen rato sin hacer nada contemplando las musarañas. Mano de santo. No hay mejor cosa que intercambiar nuestros mutuos descubrimientos y aficiones y esto de las caminatas matinales aparte del placer que reportan son mano de santo para la salud y para despejar la mente de lo superfluo que nos rodea.

De todos modos a este paso no me va a dar tiempo a dar razón del título con el que he encabezado estas líneas. Para mí ella fue siempre la madre de X, un antiguo alumno del colegio donde daba clases. X era un niño que había sufrido un accidente a los cuatro años que le había dejado muy mermado de movimientos para toda su vida, un alumno brillante cuya limitación para moverse le habrían condenado en circunstancias normales a una vida quizás marginal y que pudo con su férrea voluntad y la ayuda de su madre  ir poco a poco venciendo las dificultades y desarrollar posteriormente su labor profesional en los juzgados. Mi recuerdo de la madre de X son las horas de la escuela, ella allí, junto a las escaleras en silencio, leyendo un libro, horas y horas de espera paciente por si surgía alguna necesidad a su hijo; ayudarle, bajar las escaleras, subir, ir a casa, ser la mano que sustituyera lo que los otros niños podían hacer por sí y X no. Así curso tras curso, hasta que terminó la EGB y X marchó al instituto. No volví a verla más hasta hace unos días. Ella es la madre de X.

Hace unos días recibí este guasap de una amiga: “Un día como hoy hace 31 años me gradué como madre. Fue un instante de felicidad plena”. ¿Qué tienen las madres de especial? Porque es cierto que padres son dos, madre y padre, pero, como le contestaba yo a mi amiga: “Las mujeres recibisteis un gran don del que los hombres carecemos”. Ello primero, y después que por mucho que los hombres queramos, la naturaleza marca sus distingos en la relación hijo-madre/madre-hijo e hijo-padre/padre-hijo. No sé, acaso ni mejor ni peor, pero sí diferente. Los roles biológicos y sociales asignados a cada uno dan un cariz particular y diferenciador en el cual es fácil que la relación madre-hijo tenga en algunos niveles mucha más fuerza.

Me despedí de la madre de X. Ya sólo me quedaba la breve cuesta que lleva al alto del olivar y tomar el camino de la derecha que me dejaría en casa, un alto desde el que la sierra Guadarrama aparece en la cinta del horizonte como una prominencia sugeridora de aventuras y recuerdos entrañables.


No hay comentarios:

Publicar un comentario