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Victoria, Mario, Guille, Alberto, Lucía. Nuestra familia en los albores |
El Chorrillo, 30 de septiembre de 2021
Dicen
que cuando el diablo no tiene nada que hacer con el rabo mata moscas. Yo en vez
de matar moscas prefiero darle a la matraca de la escritura en este diario, así
que, ocioso como estoy, voy a contar esta mañana mi paseo matinal. Empiezo pues:
Las del alba serían, aunque ni
contento ni alborozado por verme armado caballero, ni reventado de gozo como lo
fuera don Quijote, a oscuras y seguro,
eso sí, ¡oh dichosa ventura!, y
cumpliendo la vieja aspiración, I was
falling in love with silence (A Book
Of Silence, Sara Maitland), del preceptivo rato de silencio mientras camino
junto a la orilla del cauce del arrollo de Valdespino, cuando al fin llegó la
hora de mi matinal lectura.
Hoy,
obligado por el interrogante de desentrañar la razón de que
Quizás
me durara la lectura casi una hora. En realidad no saqué nada nuevo de ella. La
mañana era turbia. Cuando pasé junto a la higuera del arroyo Tochuelo, paré un
momento. Todavía quedaban algunos higos, higos negros, un poco enclenques.
Arranqué cinco de ellos y me los fui comiendo sendero adelante. Tenían un sabor
profundamente dulce y agradable. Al llegar al final de los olmos volví a la
lectura, esta vez era la continuación de los relatos de Landolfi. El narrador le
pregunta a Kafka que qué haría ante la posibilidad de que tras la puerta apareciera
una araña grande como el cesto de la ropa. E insiste ¿Y si esa araña, en lugar de cuerpo
tuviera una cabeza de hombre que te mirase fijamente desde el suelo, qué
harías? Apenas había pronunciado estas palabras cuando se reprodujo punto
por punto la escena imaginada por el narrador. Ambos quedan horrorizados, y más
todavía cuando observan que aquella araña tras las peludas y repugnantes patas
ocultaban la cabeza del padre de Kafka, muerto hacía años. Pese a todo a Kafka se
le escapa un entrañable “¡papá…! Sigue una historia incongruente y al final, un
día en que el padre mira al hijo con expresión cansada, casi implorante y con
gran afecto, Kafka a pesar de ello toma una silla y lo deja aturdido del golpe.
Luego corre al sótano a por un mazo y lo aplasta del todo. De la cabeza rota
salió una especie de tuétano más o menos líquido. Como se ve un asunto para el
diván de Freud.
Estaba
llegando al pinar de los Frailes cuando dejé descansar el libro de Landolfi
para tomar un respiro. Las obsesiones de este autor vertidas en esta colección
de relatos son a veces una pura delicia… :-). Sobrepasar la cuestecita que
lleva al pinar es ingresar en el mundo sonoro de la cercana autovía,
De
todos modos a este paso no me va a dar tiempo a dar razón del título con el que
he encabezado estas líneas. Para mí ella
fue siempre la madre de X, un antiguo alumno del colegio donde daba clases. X
era un niño que había sufrido un accidente a los cuatro años que le había
dejado muy mermado de movimientos para toda su vida, un alumno brillante cuya limitación
para moverse le habrían condenado en circunstancias normales a una vida quizás
marginal y que pudo con su férrea voluntad y la ayuda de su madre ir poco a poco venciendo las dificultades y
desarrollar posteriormente su labor profesional en los juzgados. Mi recuerdo de
la madre de X son las horas de la escuela, ella allí, junto a las escaleras en
silencio, leyendo un libro, horas y horas de espera paciente por si surgía
alguna necesidad a su hijo; ayudarle, bajar las escaleras, subir, ir a casa,
ser la mano que sustituyera lo que los otros niños podían hacer por sí y X no.
Así curso tras curso, hasta que terminó
Hace
unos días recibí este guasap de una amiga: “Un día como hoy hace 31 años me
gradué como madre. Fue un instante de felicidad plena”. ¿Qué tienen las madres
de especial? Porque es cierto que padres son dos, madre y padre, pero, como le
contestaba yo a mi amiga: “Las mujeres recibisteis un gran don del que los
hombres carecemos”. Ello primero, y después que por mucho que los hombres
queramos, la naturaleza marca sus distingos en la relación hijo-madre/madre-hijo
e hijo-padre/padre-hijo. No sé, acaso ni mejor ni peor, pero sí diferente. Los
roles biológicos y sociales asignados a cada uno dan un cariz particular y
diferenciador en el cual es fácil que la relación madre-hijo tenga en algunos
niveles mucha más fuerza.
Me
despedí de la madre de X. Ya sólo me quedaba la breve cuesta que lleva al alto
del olivar y tomar el camino de la derecha que me dejaría en casa, un alto
desde el que la sierra Guadarrama aparece en la cinta del horizonte como una
prominencia sugeridora de aventuras y recuerdos entrañables.
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