jueves, 23 de septiembre de 2021

La Resistencia

 

La imagen pertenece al artículo de Arístides Mínguez citado más abajo 

 

El Chorrillo, 23 de septiembre de 2021

 

Rondaba la hora del amanecer en mi caminar diario entre rastrojos y el campo recién arado. En esto iba pensando: A veces me entra la duda de si nuestra percepción de la realidad es o no la correcta, si hacemos bien en abonar nuestro pesimismo o si por el contrario deberíamos adoptar una actitud más beligerante con esa realidad que nos molesta, ese mundo que vemos abocado a la insustancialidad. Hoy me surgió a raíz de un comentario que hice a un artículo que hablaba de educación. Tenéis la educación que merecéis, era su título. El autor sitúa, frente a la sólida educación que recibió de un Maestro (así con mayúsculas lo escribe él) en una escuela unitaria en una clase de treinta alumnos entre las edades de 6 y 14 años y  al que tanto agradece por haberle inculcado el valor del esfuerzo, una educación actual que con sus sucesivas leyes, la LOGSE y la LOMCE dictadas por unos políticos “que no ocultaban que querían aniquilar la educación pública y convertir a los alumnos en mano de obra barata y semianalfabeta". El artículo es prolijo y no deja títere con cabeza. De los padres se queja en estos términos: “Habéis consentido que os impongan unos horarios de trabajo que os obligan a no pasar la mayor parte del día con los vuestros y que lleguéis a casa sin ganas de leer un libro con ellos, contarles un cuento o escucharlos con la atención que merecen." No se salva nadie, pero aún así yo todavía quise echar más leña al fuego, porque el autor olvidaba a los enseñantes en cuyo cuerpo yo encontraba, a juzgar por mi experiencia recogida a mi alrededor en treinta años de enseñanza en un centro, un lamentable cúmulo de profesionales a los que la falta de ilusión, la desgana, más todavía, la desidia, ningún plan de estudio o mejora educativa hubiera servido para cambiar de actitud. Y contaba allí cómo mi mujer y yo hubimos de cambiar de colegio a nuestros hijos para librarlos de ciertas manos de compañeros totalmente inapropiados que ejercían la educación al modo en que Chaplin apretaba tuercas en Tiempos modernos. Ni mucho menos pienso que se trate de un caso general, pero apunta a que también en las deficiencias de parte del profesorado se encuentra uno de los porqués del sistema educativo. El profesorado, la burocracia, el desinterés real de la administración y sus órganos de transmisión por una educación de calidad.

 La sociedad ha cambiado desde aquellos tiempos, pero me temo que ha cambiado a mal. No es para enunciar todos los males que lleva consigo el que los niños hayan desaparecido de la calle, que estos sean tratados como disminuidos mentales necesitados de ser llevados a la escuela de la mano hasta edad avanzada, pero es obvio que si los niños de hoy no pueden ir en transporte público, jugar en la calle o irse con sus amigos dos calles más allá es que algo en la sociedad no funciona. Sobreproteccionismo, papanatismo, miedo, desvalorización del esfuerzo, una larga lista de “innovaciones educativas” que hacen pensar en una sociedad insulsa y refractaria a valores auténticos.

El articulista se ceba en los padres: “Habéis convertido a vuestros infortunados descendientes en pequeños sátrapas, apáticos y abúlicos que o tiemblan como suflés o, sin más, se niegan a trabajar cuando sus docentes intentan implicarlos en su propia formación. Os habéis callado, cómplices, cuando os han convencido de que sólo hay que estudiar cosas útiles (¿útiles, para quién? Para unas élites extractivas y siniestras que os quieren zafios y acomodaticios), dejando abandonadas, así, las Humanidades, aquello que durante siglos ha intentado hacer más humana y racional a la progenie de Prometeo”.

Dan ganas de copiarle a este profesor de Latín, Arístides Mínguez, el artículo entero, porque cabezas responsables a cortar todavía quedan un buen puñado, pero hoy, que también me pilló el amanecer gris y amagando lluvia aunque con una línea de fuego sobre el horizonte, lo que me producía el recuerdo de sus líneas era desazón, desazón por el rumbo de la educación, pero desazón también por otros muchos aspectos de la actualidad del país en el que vivo. Allí, caminando arropado por una fila de almendros, hubo un momento en que no me sentí a gusto dentro de esta piel de pesimista que a veces se me pone. ¿Qué hacer? ¿Bajar la cabeza? ¿Dedicarse a cultivar las flores del propio jardín y olvidarse del resto? Así andaba yo cavilando, cuando de repente me surgió en la memoria el recuerdo de una visita que hicimos hace muchos años al campo de exterminio de Auschwitz. Era terrible ir recorriendo aquel siniestro espacio dependencia tras dependencia, pero el momento más emotivo llegó en el instante en que pisamos el barrancón destinado a la Resistencia. Retratos de hombres y mujeres vestidos con ese traje a modo de pijamas de bandas verticales negras y blancas, rostros que daban vida, pese a las horribles circunstancias y al riesgo de ser descubiertos, al esfuerzo por dar a conocer al mundo el genocidio que allí se estaba produciendo. Recuerdo cómo viendo aquellos rostros los ojos se me empezaron a humedecer al punto de necesitar encontrar un rincón donde dar suelta a la emoción que me embargaba.

Más allá de las retamas calcinadas que atraviesa el camino, un milano real levanta pesadamente el vuelo. Es corriente verlos sobrevolar estos parajes a la búsqueda de algún conejo maltrecho por el choque con un automóvil que le ha deslumbrado en la noche con sus faros. La historia de las Resistencias se inscribe en momentos nefandos de la historia contemporánea. La Resistencia italiana de oposición al fascismo y a las tropas de ocupación nazi y la Resistencia francesa contra los nazis y el gobierno colaboracionista de Vichy son las más conocidas. Resistiré (aquel tema del Dúo Dinámico), cantaba mi suegra, de 93 años, en la cama del hospital poco antes de morir.

El fascismo que nos acecha, el espectáculo de Chueca de días atrás, el rumbo de la educación de nuestros hijos, el consumismo, la soez e insaciable búsqueda del beneficio, las pateras, el cambio climático, el adocenamiento de tantos votantes, asuntos como para someterse a una hibernación programada de la que despertar cuando el mundo se haya normalizado. Y sin embargo, lo siento en mi cuerpo viendo los nubarrones que cubren la lejana sierra de Guadarrama, también me acomete cierta vergüenza cuando el recuerdo de los rostros de aquellos presos del barracón de Auschwitz se mezcla con mis deseos de hibernación.

 


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