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La imagen pertenece al artículo de Arístides Mínguez citado más abajo |
El
Chorrillo, 23 de septiembre de 2021
Rondaba
la hora del amanecer en mi caminar diario entre rastrojos y el campo recién
arado. En esto iba pensando: A veces me entra la duda de si nuestra percepción
de la realidad es o no la correcta, si hacemos bien en abonar nuestro pesimismo
o si por el contrario deberíamos adoptar una actitud más beligerante con esa
realidad que nos molesta, ese mundo que vemos abocado a la insustancialidad.
Hoy me surgió a raíz de un comentario que hice a un artículo que hablaba de
educación. Tenéis la educación que merecéis, era su título. El autor sitúa, frente a la sólida
educación que recibió de un Maestro (así con mayúsculas lo escribe él) en una
escuela unitaria en una clase de treinta alumnos entre las edades de 6 y 14
años y al que tanto agradece por haberle
inculcado el valor del esfuerzo, una educación actual que con sus sucesivas
leyes,
La sociedad ha cambiado desde aquellos
tiempos, pero me temo que ha cambiado a mal. No es para enunciar todos los
males que lleva consigo el que los niños hayan desaparecido de la calle, que
estos sean tratados como disminuidos mentales necesitados de ser llevados a la
escuela de la mano hasta edad avanzada, pero es obvio que si los niños de hoy
no pueden ir en transporte público, jugar en la calle o irse con sus amigos dos
calles más allá es que algo en la sociedad no funciona. Sobreproteccionismo,
papanatismo, miedo, desvalorización del esfuerzo, una larga lista de
“innovaciones educativas” que hacen pensar en una sociedad insulsa y
refractaria a valores auténticos.
El
articulista se ceba en los padres: “Habéis convertido a vuestros infortunados
descendientes en pequeños sátrapas, apáticos y abúlicos que o tiemblan como
suflés o, sin más, se niegan a trabajar cuando sus docentes intentan
implicarlos en su propia formación. Os habéis callado, cómplices, cuando os han
convencido de que sólo hay que estudiar cosas útiles (¿útiles, para quién? Para
unas élites extractivas y siniestras que os quieren zafios y acomodaticios),
dejando abandonadas, así, las Humanidades, aquello que durante siglos ha
intentado hacer más humana y racional a la progenie de Prometeo”.
Dan
ganas de copiarle a este profesor de Latín, Arístides Mínguez, el artículo
entero, porque cabezas responsables a cortar todavía quedan un buen puñado,
pero hoy, que también me pilló el amanecer gris y amagando lluvia aunque con
una línea de fuego sobre el horizonte, lo que me producía el recuerdo de sus
líneas era desazón, desazón por el rumbo de la educación, pero desazón también por
otros muchos aspectos de la actualidad del país en el que vivo. Allí, caminando
arropado por una fila de almendros, hubo un momento en que no me sentí a gusto dentro
de esta piel de pesimista que a veces se me pone. ¿Qué hacer? ¿Bajar la cabeza?
¿Dedicarse a cultivar las flores del propio jardín y olvidarse del resto? Así
andaba yo cavilando, cuando de repente me surgió en la memoria el recuerdo de una
visita que hicimos hace muchos años al campo de exterminio de Auschwitz. Era
terrible ir recorriendo aquel siniestro espacio dependencia tras dependencia,
pero el momento más emotivo llegó en el instante en que pisamos el barrancón
destinado a
Más
allá de las retamas calcinadas que atraviesa el camino, un milano real levanta
pesadamente el vuelo. Es corriente verlos sobrevolar estos parajes a la
búsqueda de algún conejo maltrecho por el choque con un automóvil que le ha
deslumbrado en la noche con sus faros. La historia de las Resistencias se
inscribe en momentos nefandos de la historia contemporánea.
El fascismo que nos acecha, el
espectáculo de Chueca de días atrás, el rumbo de la educación de nuestros
hijos, el consumismo, la soez e insaciable búsqueda del beneficio, las pateras,
el cambio climático, el adocenamiento de tantos votantes, asuntos como para
someterse a una hibernación programada de la que despertar cuando el mundo se
haya normalizado. Y sin embargo, lo siento en mi cuerpo viendo los nubarrones
que cubren la lejana sierra de Guadarrama, también me acomete cierta vergüenza cuando
el recuerdo de los rostros de aquellos presos del barracón de Auschwitz se
mezcla con mis deseos de hibernación.
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