sábado, 18 de septiembre de 2021

La desazón del olvido

 




El Chorrillo, 18 de septiembre de 2021

Un magnífico atardecer se produce ante mi cabaña, un espectáculo frecuente que me dice que soy un privilegiado. Me había sentado frente a la ventana a dejarme embaucar por la hoguera del horizonte, quizás pensando en continuar más tarde escuchando a Heitor Villa-Lobos en algunas de sus Bachianas, pero enseguida cambié de opinión. Esperaría un rato a que el sol se ocultase y después repasaría unas notas que había tomado tras la comida. Y frente a este espectáculo recuerdo aquella confesión que hacía Franco Battiato cuando decía recogerse todos los días a la tarde frente al crepúsculo en actitud de contemplación. Battiato, recién fallecido en el pasado mes de mayo, irrumpe repentinamente en mi atardecer, me trae recuerdos de una larga estancia en la Lombardía cuando apenas había cumplido veinte años. Busco en YouTube un tema que escuchaba con frecuencia hace tiempo, Nómadas. Lo escucho mientras la cinta de fuego tras las cumbres de Gredos se convierten en rescoldo. “Caminante que vas buscando la paz en el crepúsculo. La encontrarás, la encontraraaás, la encontraraaás… al final de tu camino.”

Franco Battiato, Nómadas.

Mis apuntes hablaban hoy de la desazón del olvido. En mi agenda de trabajo había aparecido una anotación que decía: revisar subrayados. Me había impuesto la tarea de poner orden en los subrayados de los libros que había leído en los últimos 10 años que, organizados arbitrariamente en un bloc de notas, corrían el peligro de pasar a mejor vida si no los sometía a un mínimo orden que me permitiera acceder a ellos con facilidad. Pasé la mañana poniendo etiquetas y tirando a la basura las anotaciones superfluas. Entre todo aquello me encontré con un puñado de libros de los que no recordaba absolutamente nada, incluso libros que dudaba haber leído. Maldita memoria.

Los subrayados son la esencia de lo que hemos leído, lo que nos ha llamado la atención, lo que nos cuestiona. ¿Quién podría volver a encontrar determinado pensamiento, una idea brillante, algo interesante si no fuera por el uso que hacemos del lápiz dejando gruesas líneas bajo algo esencial, si no fuera por esos interrogantes y anotaciones en los márgenes que vamos dejando como si ello fuera un diálogo que mantenemos con el autor o con nosotros mismos? Subrayar es ir dejando hitos en la multitudinaria barahúnda de nuestras lecturas. De ahí ese repentino interés mío por tener a mano ahora tanto conocimiento desperdigado que de no ser organizado y releído se perderá definitivamente en el pozo sin fondo de la memoria y que a estas alturas se viene convirtiendo es un formidable colador que apenas retiene lo más grueso de mis descubrimientos.

Es la desazón del olvido. La que desde ya de muchos años atrás llama a las puertas de la conciencia poniéndome en guardia para en lo posible atar y bien atar al pensamiento consciente todo aquello que aprendimos en los libros. Hace no mucho un amigo decía haber leído en toda su vida entre 6000 y 8000 volúmenes. Uno, dos millones de páginas… ¿Qué va quedando de todo aquello? Sí, la desazón del olvido. Dónde, en qué parte de nuestra mente, de nuestro recuerdo quedó todo aquello? ¿Dónde las peripecias, las historias de miles de novelas leídas, dónde quedó la historia de la humanidad, del arte, la historia de las religiones, los asuntos de economía, los escritos de tantos filósofos, los temas de psicología o sociología sobre los que trabajaste con tanto ahínco, todo lo que aprendiste sobre el planeta Tierra y el Universo. Qué queda de todo eso. La desazón del olvido.

Un ejemplo, mi base de datos registra la lectura, hace cuatro o cinco años, de una historia universal del siglo XX de Eric Hobsbawm, seiscientas páginas, una obra clave en la historiografía contemporánea. Hoy, cuando repasaba los subrayados, dudaba de que yo hubiera leído esa historia. Y sucedía algo parecido con otros libros, autores que me sonaban vagamente, títulos que a duras penas podía recordar y de los que yo guardaba prolijos subrayados. ¿Dónde quedaron los versos de Paul Celan, los de Luis Cernuda, los de Mario Benedetti, los de León Felipe…? ¿Qué sucedía en Crimen y castigo, en Los hermanos Karamazov, en Madame Bovary, en tantas obras clásicas de la literatura universal que fuiste devorando durante décadas? Pequeñas referencias, ambiguos recuerdos; bueno, eso sí, algunos detalles, los rastros de una emoción.

Una vez oí a alguien decir que todos los días había que dedicar un rato a la poesía, otro a la buena música, dejar un tiempo para la filosofía, algo para la literatura… Si el cuerpo necesita un menú variado que aporte nutrientes y vitaminas diversos, no parece descabellado dar el mismo trato a nuestra mente, a nuestra alma. Quizás también todos los días deberían contemplar un tiempo para la memoria, la memoria de lo que leemos, la memoria de nuestra vida, todo aquello que es parte de la razón de nuestro ser. La conciencia del yo sin el respaldo de nuestra memoria, de lo que hemos vivido, de lo que hemos leído, de todo lo que hemos aprendido desde la infancia ¿en qué quedaría?

¿No son los libros leídos nuestra lucha interior por desgajar de la herencia cultural recibida, las patrañas, la falsa historia que hemos heredado, la alienación religiosa y su cultura de la muerte? ¿No es todo lo aprendido y todo lo experimentado en consecuencia la sustancia que alimenta nuestra persona? ¿Por qué soy así y no de otra manera sino por el trabajo de intentar abrirme paso en la confusión de una realidad sumamente imperfecta? ¿Cuáles fueron las herramientas, las sugerencias, los libros que me ayudaron a encontrar mi camino, camino tantas veces dificultado por las supercherías de la religión, o los mandados de una sociedad a la que en absoluto interesa una conciencia crítica, un saber que, generalizado, podría dar al traste precisamente con esa sociedad maniatada por los curas y el mercado, por una historia, una ideología castrante que hace del individuo un fiel servidor de intereses ajenos?

¿Será algún día el olvido como esa niebla que nos invade cuando nos adentramos en la montaña, ligera y porosa mientras atravesamos un bosque, pero espesa y consistente más adelante hasta el punto de no poder ver más allá de unos pocos metros, de unos pocos años?

 


 


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