viernes, 3 de septiembre de 2021

Esa manía…


El Mont Blanc poco a poco va quedando atrás a mis espaldas...


El Chorrillo, 3 de septiembre de 2021

 

¿Qué está sucediendo que los valles y los bosques no me hablan, que sólo los veo a través de mis fotografías o de los escritos, como si ellos sólo fueran testigos de mi paso apresurado siempre de una parte a otra del mundo, sólo disculpa para mi cámara o para el ejercicio de la escritura?

¿Están en esencia ahí las montañas cuando las atravieso? ¿O acaso no son mucho más que un eslabón en mi camino hacia el mar, o ni siquiera eso, acaso una manera de hablar conmigo, el reto de atravesarlas y más tarde  sentir el gozo de un objetivo cumplido, acaso un puñado de sensaciones?

Sospecho que vivimos en la premura de la hora, del minuto siguiente y que los valles y los días son el decorado de una feria donde un niño subido en un tiovivo da vueltas y más vueltas pendiente de completar el círculo al que seguirá otro recorrido circular y otro y otro mientras unas montañas van dejando atrás a otras montañas. Que soy en el transcurrir porque es imposible pararse de verdad como lo hace la vida cuando te mueres, porque estamos condenados a estar siempre en marcha. Claro que existe el presente, pero lo que está ausente es la quietud, el silencio del alma que deja transcurrir el tiempo frente a su ventana.

Sin embargo, después, leyendo a Anne Schwarzenbach, El valle feliz, me surge la necesidad de reconsiderar estas cosas. Limpieza de ojos. Párate, mira, contempla lo que tienes delante, por ello mismo, sin el filtro de la especulación –esa manía–, incluso contémplalo desde la memoria. Las montañas se recorren tántas veces… el tiempo de caminarlas, aquel de relatarlas , tantas otras veces desde el recuerdo.

Estar, mirar, escuchar hasta que la realidad que tienes delante te llegue al tuétano.

¿Y sin embargo dónde queda la magia de las ciudades de Centro Asia que visitaste, o es que eso es para viajeros de otro tiempo, de cuando el mundo, las viejas ciudades, las selvas se abrían a la imaginación con el encanto de las historias que nos atrapaban de niños de boca de un abuelo viajero?

Después de todo creo que lo que me sucede es que pretendemos recuperar la inocencia, esa  mirada de cuando siendo adolescente te acercaste a la primera montaña, ese día que mirabas lo desconocido más allá, los riscos de la Pedriza como un mundo encantado. De cuando todo era un mundo nuevo en el que del alma, sorprendida por tanta belleza, por todos los misterios que escondían encerrar aquellas montañas, empezaban a brotar los primeros sueños.

 


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