El
Chorrillo, 26 de agosto de 2021
Me
inclino a pensar que la lucha que mantenemos muchas veces entre opciones
diferentes está tintada por la lucha que mantenemos contra la comodidad y el
confort. La idea la cacé esta mañana mientras repasaba la crónica de algunas
rutas que hice años atrás por los Alpes Julianos en torno al Tiglav. Aquellos
días habían desaparecido por los imbornales de mi memoria y un reciente paso de
un amigo por las mismas montañas me llevó a querer recordar aquellas jornadas. Ese
día había salido muy tarde camino del refugio Planika, que es la usual
plataforma para ascender al Tiglav, me había encontrado mucha nieve por el
camino y finalmente las nubes cubrieron las montañas haciendo muy complicada mi
orientación por neveros demasiado pendientes para mi gusto. Me veía ya en la
situación de tener que improvisar un vivac sobre la nieve, cuando entre la
niebla percibí lejos la forma de otro refugio fuera de mi ruta. No fue fácil
llegar hasta él, pero logré alcanzarlo antes de que se hiciera de noche. Del
frío, la lluvia y la incertidumbre del vivac improvisado había pasado de
repente al confort y al acogedor calor de un refugio atestado de gente que me
recibía con simpatía en medio de la lluvia como si fuera una aparición.
Esa
situación de cuando estás en plena actividad, en que no hay ningún salto que
dar ni abandonar la comodidad por el esfuerzo, ni salir de la templanza del
ventilador al solazo que deshace los sesos, es para el ánimo como deslizarse
ladera abajo sobre unos esquís. Yo había salido entonces caminando desde las
orillas del mar Adriático y mi objetivo estaba tan lejos tan lejos, quizás dos
meses y medio por delante después de atravesar muchas montañas hasta alcanzar
la orilla de otro mar, que en absoluto tenía que hacer ningún esfuerzo para
levantarme cada día de madrugada y caminar toda la jornada, cosa que estos
días, ni soñando me sucede, que pienso en darme una vuelta por la montaña o en
levantarme al alba para un largo paseo y a mi ánimo le parece una
excentricidad. Hoy echo de menos esa disposición con la que aquellos días del
Tiglav me levantaba cada mañana enfrentándome a las lluvias, al calor o al
continuado esfuerzo de superar miles de metros de desnivel.
Y en
estas cosas ando. Y como esto es, sigue siendo, un diario, aunque a veces tome
la forma de caprichosas digresiones, esa conversación machadiana del hombre que
va con uno, nada que oponer al parloteo, en esta época, siempre a la hora de la
siesta, que no sea la duda de si las páginas de un diario deben o no ser cosa
pública. Vamos, que ya el gusanillo de la duda me está preguntando también si continúo
aquí despanzurrado bajo el ventilador o
si por el contrario abandono mal que bien este estado de infinita relajación en
el que he entrado desde hace semana y media tras el regreso a casa. La idea que
encabezaba estas líneas. No es que en ocasiones se dirima entre distintas
opciones a tomar porque te pueda apetecer esto o lo de más allá, sino que algo
ajeno a aquello que quieras o puedas hacer, pongamos la pereza o la
comodidad, termine metiendo el cazo en
lo que no es asunto suyo para determinarte, la mayoría de las veces recurriendo
al autoengaño, a hacer lo que en el fondo no quieres hacer, seguir repantigado
en aras de dar satisfacción a ese irreprimible impulso que es frecuentemente la
pereza o la comodidad.
Hay
quien piensa que todo eso se soluciona haciendo lo que a uno le da la real
gana, pero me temo que eso que llamamos la real gana es un ente tan
escurridizo, tan manejado por otros poderes fácticos que a duras penas se le
puede dar credibilidad. Si Anguita se reía de los periodistas cuando éstos
partían de la idea de que el gobierno era el que gobernaba en España, aquí
sucede algo parecido, la familia de nuestros muy personales lobbies, tantos de ellos adscritos a las
tareas de llevar a cabo esa gran primera ley de la termodinámica :-), y que el
amigo Cive me perdone, que dice que hay que atenerse a la ley del mínimo
esfuerzo, está siempre tan a lo que salta que si por ella fuera no
despegaríamos de por vida el culo del asiento. Una evidencia que si los sapiens
no hubieran estado lo suficientemente al loro, a estas alturas nos veríamos saltando de rama en rama junto a las otras familias de monos. O peor todavía,
si es que hay por ahí algún rancio creacionista y Eva no hubiera inaugurado una nueva era de
transgresión, que en ese caso viviríamos alelaos amando sobre todas las cosas a
Yahvé y viviendo de la sopa boba, con lo cual a nuestro cerebro no le habría
dado ni para inventar el lenguaje.
Esto
de que el final de un post te lleve a sacar una conclusión o una moralina es la
leche, una perversión de eso que llamamos razón y que bien podría estarse en su
casita sin aparecer a cada momento poniendo su cagadita al final de tantos
escritos, ese ergo, de Galileo Galilei que se empeña en poner la guinda
de su conclusión a todo como si la vida fuera una tarta de
cumpleaños.
En
fin, que quien crea que hace lo que le da la gana, que se lo piense dos veces
porque es bastante probable que lo que suceda es que se esté engañando a sí
mismo. Más o menos como me sucede a mí con harta frecuencia.
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